viernes, 25 de abril de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 2

Como decía, ya había transcurrido más de un año desde que el fogoso engendro con el que me revolcara en la cama me transformara en el hechicero más atractivo del mundo mundial. Y la verdad, no se vive tan mal aunque tengo que admitir que los primeros meses se me hicieron algo durillos. Lleva un tiempo acostumbrarse al tema de los monstruos, la magia descontrolada y el trabajo como detective de lo paranormal. Quizás esto último sea lo que más me ha costado. No soy, de esos a los que les gusta el trabajo, precisamente. Prefiero tumbarme al sol con un mojito en una mano y un amante en la otra.

Sin embargo, al final, logre adaptarme a mi nueva vida. Y la única secuela que me ha quedado es cierto miedo a la oscuridad. Lo cual es completamente normal si se tiene en cuenta algunas de las cosas con las que me he cruzado durante este año pasado Ya me gustaría ver cuántas fobias desarrollaban tras enfrentarse a un hombre-lobo que pretende merendarse tu hígado crudo. Yo sólo tengo una ligera nictofobia que únicamente me afecta cuando duermo (si no, iba a estar jodido en este trabajo) y que se resuelve con una simple luz de esas que se ponen a los niños. Si despierto en mitad de la noche me gusta poder asegurarme de un rápido vistazo que nadie ni nada está tratando de devorarme.

Bueno, en realidad ese no es mi único miedo, aunque el otro no debería contar porque va cambiando cada cierto tiempo. El mes pasado tuve fobia a la comida roja. Y me refiero a terror del que te hace salir corriendo y gritando si ves un tomate o una cereza. No comí demasiadas pizzas ni ensaladas esos días. Cómo odio al engendro que me hizo esto. Si vuelvo a encontrarla, les aseguro que la mataré. Quizás me la tire antes, porque tengo que reconocer que hasta el momento que se convirtió en un monstruo vomitivo me lo estaba pasando como nunca en la vida. Pero después la mato. Eso seguro.

Ahora parece que he desarrollado pavor a las hormigas. Mirmecofobia se llama (al menos tiene nombre, no como el miedo a los lápices). Pero bueno, es el precio que hay que pagar por el poder místico absoluto… Claro que primero debo encontrarlo. La magia que puedo hacer está muy bien, pero yo no diría que es un “poder absoluto”.

Pero bueno, tampoco me puedo quejar. Viajo mucho, siempre hay dinero en mi cartera (eso sí, no tengo ni idea de dónde sale), el trabajo es entretenido y, además, tengo la oportunidad de catar platos que no sabía ni que existían en el mundo. Acostarse con un vampiro gay con hambre es una experiencia que merece la pena vivirse (aunque si no eres brujo, hay muchas posibilidades de que acabes muerto o no-muerto).

No, no está tan mal. Salvo por las fobias. Y por las pesadillas premonitorias que me acosan de vez en cuando. Es la forma mística de avisarme de que mis servicios son requeridos y si no me apresuro en aceptar el caso, van empeorando hasta que me vuelven medio loco (de ahí viene mi nictofobia). Las últimas han sido bastante típicas: fuego, dientes afilados, negrura impenetrable y un pequeño pueblecito en un bucólico paraje de las montañas.

viernes, 18 de abril de 2014

Blaine Nicholas, la nueva historia

Como decía el otro día, "Diario de un treintañero... y gay... y ciego" va a ser sustituido los viernes por una nueva historia por entregas. "Blaine Nicholas, brujo a domicilio" se llama y si queréis ya podéis leer la primera entrada. Espero que les guste.

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 1

Ya había transcurrido más de un año desde que me ocurriera aquello. Doce extraños meses desde que la preciosa joven con la que había compartido una de las noches sexualmente más salvajes y desenfrenadas de mi vida (y el listón se encontraba muy alto) transformó su terso y bien moldeado cuerpo en un amasijo gigante de arrugas deformes y verrugas descomunales. A punto estuve de vomitar la cena, la comida y el desayuno de las tres últimas semanas, pero logré mantener el bolo alimentario dentro del tracto digestivo. Lo que sí hice fue taparme con la sábana. Me sentía incómodo desnudo frente a esa cosa y su boca llena de ristras de afiladísimos dientes.

—Creo en tu amor, Blaine Nicholas —dijo con una voz que parecía el hijo bastardo entre un chirrido de pizarra, el bramido de apareamiento de una foca monje y el rugido de un huracán embravecido—. Por eso, te concederé un regalo.

—Qué guay —respondí desde la cama sin mucha ilusión. En lo único que podía pensar era que esa enorme boca repleta de punzantes colmillos, había estado en zonas corporales bastante delicadas.

—Sí, abriré tus sentidos místicos para que alcances tu máximo potencial. Así podremos continuar nuestra relación como casi iguales… para siempre.

—Bueno… —empecé a decir. La parte del “para siempre” no me había parecido nada atractiva. Ni por todos los regalos místicos del mundo aceptaría adentrarme en la monogamia, menos aún con un bicho como el que tenía enfrente. Pero nada pude alegar porque mi monstruosa amante ya había comenzado su ritual.

Extraños versos en una extraña lengua surgieron de su boca y una (también extraña) luz verdosa salió de sus manos, envolviendo mi cuerpo y haciéndome sentir terriblemente cansado. La liturgia tardó menos de cinco minutos, pero a mí se me hizo eterna. Estaba sin fuerzas, como si me las hubieran arrebatado.

—He terminado, Blaine Nicholas —anunció el engendro—. Mañana serás un ser superior y podrás unirte a mi lado con el título de mi consorte.

—Mierda —pensé. Me hubiera gustado poder decirlo en voz alta, pero la absoluta extenuación en la que me había sumido el ritual me impedía, incluso, mover los labios.

Ahí podía haber finalizado mi maravillosa vida de promiscuidad, pero en ese momento la puerta se abrió y por ella apareció John Lomas, famoso surfista y uno de mis amantes ocasionales.

—Blaine Nicholas —empezó a decir el chico mientras se despojaba de los pantalones—, espero que hayas descansado porque voy a…

Entonces vio al engendro, gritó y salió corriendo como si le persiguiera el mismo diablo. Pero el diablo (el engendro en este caso) no tenía tiempo de ir tras él. Estaba muy ocupada rugiendo y destrozando los muebles de la habitación.

—No puedo deshacer lo que he hecho y tampoco puedo matarte —me anunció con su tenebrosa voz. Se notaba que estaba algo dolida—. Pero me aseguraré que tu nueva condición se convierte en una auténtica maldición. En vista de que tú eres el único que te importa, a partir de mañana tendrás que ayudar a cualquier persona que te necesite. Uno por cada corazón que hayas destrozado en tu vida.

Y de esa manera, yo, Blaine Nicholas, me convertí en un brujo que, como en una mala teleserie americana, está obligado a ir ayudando por el mundo a aquellos que tienen problemas sobrenaturales. Qué original que soy.