miércoles, 26 de noviembre de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 21

La vaca cayó rodando, junto con el resto de barras y planchas metálicas que habían formado la jaula, por el duro suelo de la cueva. Baz se acercó rápidamente a comprobar si se encontraba bien tenía algún daño de gravedad.

—He estado a punto de convertirme en ternera asada —dijo la rumiante con un tono de alegría a pesar de que su cuerpo estaba cubierto de heridas sangrantes y magulladuras.

—Nunca llueve a gusto de todos —murmuró Tayner. Baz le oyó perfectamente, pero no Häarnarigilna. Al menos, no pareció inmutarse por el comentario del príncipe.

—Me alegra que estuvierais aquí para ayudarme a escapar de esa horrible trampa mortal —continuó la vaca. Su voz reflejaba cierta tristeza—. De no haber sido por vosotros… y eso que me he estado portando como una auténtica bruja, con todas esas pruebas que os he obligado a pasar.

—Tranquila, tranquila —le susurró Baz al notar que sus enormes ojos negros empezaban a verse algo más acuosos que de costumbre—. Tú solo cumplías con tu deber. Tampoco es que podamos atribuirnos el mérito. Has sido tú sola la que has conseguido desarmar la jaula con tus habilidades.

—Y con tu peso —añadió Tayner. De nuevo, la vaca no dio muestras de haberle escuchado.

—Quizás esto que voy a confesar os sorprenda, pero… yo no soy la verdadera guardiana de Reevert Tull.

—Uy sí, nos sorprende muchísimo y es una información completamente nueva de la que no teníamos ningún conocimiento —comentó el príncipe con sarcasmo—. De haber comenzado con las confesiones hace cinco minutos, no habrías tenido ese problema con la parrilla.

—Cuando llegué a esta región, la mazmorra estaba abandonada y en un estado bastante lamentable —continuó la vaca haciendo caso omiso de lo que decía Tayner—. Se notaba que hacía mucho tiempo que nadie se acercaba por aquí. Mientras la exploraba, me encontré con un libro en el que se explicaban las normas del lugar y su larga historia. Quedé fascinada por los relatos y, dado que no había nadie, decidí quedarme como su guardiana para revivir el lugar. Puede que me metiera demasiado en el papel, pero yo no tenía intención de hacer nada malo. solo quería encontrar un cometido en mi vida.

—Te has pasado ¿y sabes qué les ocurre a aquellos que suplantan a guardianes de mazmorra? —le preguntó Tayner.

—No —admitió Häarnarigilna con cara de preocupación.

—Pues yo tampoco lo sé, pero para eso tenemos entre nosotros a un verdadero caballero. Baz ¿cuál es el castigo por usurpar un puesto de guardián?

—Que yo sepa, ninguno —respondió Baz—. Sobre todo si esto no tiene ningún dueño conocido.

—Bueno, da igual —se quejó el príncipe—. Ahora lo único importante es que me merezco mi tesoro.

—¡Tayner! No es el momento —le riñó el guerrero.

—No, si tiene toda la razón —intervino la rumiante—. Os merecéis algo por haber conseguido llegar hasta aquí. Eso sí, las reglas me permiten otorgaros una única recompensa.

—Elegiré el diamante más grande que tengas.

—No sería mejor que pidieras el collar de platino que te pidió el rey Morfin —le dijo Baz—. Es la única forma que podrás librarte de él.

—Está bien —gruñó el príncipe—. Pero estoy harto de que todo el mundo me esté diciendo continuamente lo que puedo o no puedo hacer.

—Es que todavía eres un niño malcriado —se rio el guerrero.

—Quítate ese taparrabos y te demostraré que no soy tan niño como piensas.

Baz le miró fijamente a sus preciosos ojos verdes y a punto estuvo de quitarse la única prenda de ropa que llevaba.  

sábado, 15 de noviembre de 2014

Nueva historia de Blaine

Dije que no Blaine no iba a tardar mucho en regresar y aquí está la prueba. Sólo un fin de semana de vacaciones se ha cogido el brujo más salido antes de ponerse con un caso nuevo. Eso sí, a partir de ahora saldrá únicamente en la web de Historias con Hache. Espero que les guste igual o más que el anterior.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 20

La vaca saltó hacia arriba y, después de un par de intentos desesperados, consiguió colgarse del techo de la jaula. Era una solución pasajera, pues el cansancio no tardaría mucho en obligarla a soltarse, pero ella suspiró aliviada al verse alejada del fuego que le había quemado parte del pelo de las patas.

—Vale, vale —dijo Häarnarigilna con una cara de sufrimiento que dejaba claro que, a pesar de su prodigiosa fuerza, ese ejercicio resultaba demasiado para sus extremidades—. Admito que no soy la Guardiana de Reevert Tull.

Miró hacia el suelo esperando que su confesión hubiera producido algún cambio en la situación, pero todo seguía exactamente igual.

—Quizás tendrías que contar más cosas —apuntó Tayner mirando divertido a la vaca—. Si se cae y se asa, tendremos comida para una semana —le susurró a su compañero.

—No seas borrico —le regañó Baz mientras trataba de abrir la jaula con las ganzúas que siempre llevaba con él. Tenía claro que la vaca se lo había buscado ella sola por meterse en la trampa y tampoco negaba que se mereciera un castigo, sobre todo después de intentar matarle. Pero bajo ningún concepto iba a dejar que se convirtiera en un banquete chuletones y solomillos a la parrilla. Se lo prohibía su conciencia y honor. Además, salvar de una muerte segura a una enemiga podía ser una buena forma de empezar a compensar la larga lista de malas acciones que había cometido desde que conoció al príncipe.

—¿Qué haces con unas ganzúas? —le preguntó Tayner—. Eso suele ser un instrumento de ladrones… me parece que alguien no es tan honrado como quiere hacernos creer.

—Son ganzúas de emergencia —gruñó Baz probando una nueva ganzúa—. Me las regaló un amigo hace un tiempo.

—Querría que le abrieras su corazón. O puede que otros lugares más oscuros y recónditos —se rio el príncipe.

—Si no vas a ayudar, mejor quédate calladito —le pidió Baz—. ¿Qué está murmurando la vaca?

—Creo que sigue confesando sus pecados.

—… y entonces me hice pasar por una sacerdotisa de Jung, el dios de las comidas familiares, para poder acercarme a un joven duque del que estaba enamorada —decía la vaca—, pero él me rechazó porque pensaba que mis cuernos eran muy pequeños y yo huí hasta que encontré refugio en una granja donde me escondí disfrazada de oveja…

—¿Le falta mucho? —preguntó Baz—. Me está poniendo un poco nervioso.

—Me parece que sí —respondió Tayner.

—Entonces será mejor que acabemos cuanto antes ¿te importaría ir a buscar una piedra grande?

—¿Cómo de grande? ¿del tamaño de la que reventé contra la cabeza de la vaca hace un momento?

—Sí, eso estaría muy bien —dijo Baz un poco preocupado por si la vaca les escuchaba. Por suerte, ella parecía concentrada en sus pecados y no pareció enterarse—. La necesito para romper el candado. Las ganzúas no dan el resultado que esperaba.

—Es que eres un aficionado. Pero te buscaré esa piedra. Eso sí, la traes tú que los príncipes no cargamos peso.

—Claro, claro.

Tayner se marchó dispuesto a encontrar la piedra más grande del lugar, momento que aprovechó Baz para terminar de abrir el candado con sus ganzúas.

—Con un poco de tranquilidad se trabaja mejor —pensó—. Ya verá quién de los dos es el aficionado.

Pero él no era el único que había decidido poner fin al cautiverio de la vaca. También la propia Häarnarigilna estaba harta de que sus confesiones no sirvieran de nada y decidió terminar con eso de la mejor manera que conocía. Se balanceó un poco, tomó impulso y se lanzó con fuerza contra uno de los laterales de la jaula. La estructura era de sólido hierro y podía hacer frente a muchas cosas, pero los herreros que la forjaron no debieron pensaron que una vaca de tamaño considerable (incluso para ser vaca) sería lanzada (por voluntad propia o ajena) contra los barrotes. El impacto de Häarnarigilna desarmó la jaula en un abrir y cerrar de ojos.  

martes, 11 de noviembre de 2014

Cambio de día de Baz

A partir de esta semana, “Las aventuras de Baz el guerrero” se empezarán a publicar los miércoles por la mañana, ocupando el espacio que dejó libre “Diario de dos treintañeros, uno ciego y ambos gais”.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Blaine se acaba

Parece que se me acumulan los finales últimamente porque Blaine pone hoy punto y final al misterio de Ameisenhaufen. Pero que nadie se alarme porque lo único que se termina es el caso, pero Blaine seguirá buscando misterios en breve. Este ya no da más de sí y hay que renovarse o morir. Ahí fuera hay un enorme universo de seres sobrenaturales esperando a que Blaine les detenga y, en algún caso, también les desnude.

Tengo que decir que creo que es la historia que mejor ha funcionado hasta ahora y la más fácil de escribir. A ver si no la cago con la siguiente. Muchas gracias a todos los que habéis seguido las aventuras de Blaine. Y los que no lo hayáis hecho no os preocupéis porque pronto saldrá el recopilatorio. Se llamará “Blaine Nicholas, brujo a domicilio 1: El misterio de Ameisenhaufen”. Lo sé, me ha quedado demasiado corto.

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 30

— Pero quizás no sobrevivas. — Había dicho el líder naga.

Cualquier otro que no conociera a los de su especie se hubiera preocupado, pero lo cierto es que las nagas tienen fama de ser muy exageradas. Quizás por eso no se lleven bien con las equidnas que, a pesar de su fama de belicosas y caníbales, suelen vivir la vida de forma más relajada. Lo máximo que le puedo reconocer al líder naga es que tocar el cristal dolió bastante, aunque a esas alturas de la noche poco me importaba. Tenía el cuerpo tan machado que pronto quedó difuminado entre el resto de mis dolencias.

— ¡Por aquí! — Grité a pleno pulmón. — ¡Esta es la salida!

Mi voz se expandió ayudada por la reverberación existente por toda la caverna. Gotthold me escuchó en alemán con acento húngaro. Las nagas lo harían en ssississ, mientras que las equidnas debieron creer que hablaba en isssisssisssi, una lengua mucho más común entre ellas que la primera. Y, por último, la hormiga… bueno, la hormiga no sé realmente si captó algo de ese mensaje. Dudo que la maldición (o lo que sea) me traduzca a formas de comunicación no idiomáticas como las feromonas o las vibraciones en el suelo. En cualquier caso, no necesitó entenderme para dirigirse hacia el portal. Allí era a donde iban todos aquellos de los que quería vengarse.

— Ciérralo antes de que entre la hormiga. — Me pidió el líder de las nagas en el momento en que desaparecía por el portal.

— Por supuesto. — Respondí algo ofendido porque no confiase en mi palabra. Después de todo, había sido yo el que propuso esa solución. Claro que también era cierto que nunca había tenido la intención de hacerlo. Que la hormiga se fuera lejos del pueblo y de la familia de Gotthold parecía lo más apropiado y para eso debía meterla en el portal. Sabía que causaría estragos al otro lado, pero lo veía como una especie de justo castigo por todo el sufrimiento que le habían causado a la pobre criatura durante las últimas decenas (o centenas) de años. Así aprendería a no esclavizar monstruos gigantes.

Sin embargo, cambié de opinión al escuchar un pedazo suelto de conversación perdido entre la muchedumbre que huía a la carrera. “Ya volveremos a buscar lo que queda” dijo alguna de los seres reptilianos. Inmediatamente, concluí que la hormiga debía quedarse allí. Las equidnas y nagas se merecían su castigo, pero yo necesitaba que alguien o algo guardase lo que allí estuviera enterrado. Era de vital importancia que un objeto de semejante poder no cayera en las manos equivocadas y esa era la única manera de lograrlo. No podía pasarme la vida excavando y tampoco era posible dinamitar la cueva sin poner en peligro la seguridad de la población. Lo mejor sería dejar un guardia. Y no se me ocurría ninguno mejor que la hormiga. Era enorme, extremadamente fuerte y nunca más volvería a confiar en ninguna criatura que se le acercara. Y, además, estaba cabreada. Un rugido de clara indignación me taladró los oídos en cuanto aparté las manos del cristal y se cerró el portal. Yo traté de explicarle la situación pero, como ya expliqué, no tengo muy claro que sea capaz de entenderme. Al menos se tranquilizó. Quizás supiera que nosotros no éramos una amenaza. El caso es que nos dejó tranquilos y se fue a explorar sus dominios.

Me hubiera gustado triturar el cristal azul para asegurarme de que nadie volviera a utilizarlo, pero era demasiado grande para moverlo. Tuve que conformarme con hacerle una grieta con una de las espadas olvidadas por las equidnas. Me llevó un buen rato, pero al final conseguí romper un par de esquirlas y rajar parte de la superficie. La forma y la pureza son dos cualidades muy importantes en las joyas mágicas. Es lo que determina el grado de poder al que pueden llegar o, en aquel caso concreto, que pueden acumular. Ese cristal seguiría siendo útil, pero sólo con hechizos menores. El portal de teletransporte, nunca más se volvería a abrir. Y para asegurarme de ello, recogí los dos trozos que se habían roto. Los cristales mágicos, aunque no sean perfectos, siempre vienen bien y quedan muy decorativos.

— Al final, no ha salido mal. — Me dijo Gotthold.

— Hubiera preferido herirme un poco menos pero, en general, estoy satisfecho.

— Habrá que mejorarlo.

El conde se acercó a mí y me besó en la boca mientras sus manos empezaban a desabrocharme las prendas de ropa que encontraban en su camino. Yo no tardé en imitarle. Me dolía todo el cuerpo, pero estaba seguro de que ese tipo de tratamiento me haría olvidar mis males. Y así fue. La mayoría de mis dolencias fueron desaparecieron al contacto de los labios de Gotthold sobre mi cuerpo desnudo y las que quedaron, se desvanecieron mientras jugueteábamos sobre uno de los sacos de dormir que el conde llevaba en su mochila. Tengo que decir que el conde se portó mucho mejor de lo que me había imaginado y que demostró un dominio de su varita mágica (y de la mía, en alguna ocasión) digno de un maestro de las artes oscuras (cómo me gusta decir guarradas usando dobles sentidos). Me echó unos hechizos que lograron compensar todos los males que me habían sucedido esa noche.    

Seguimos retozando hasta que el hambre empezó a reclamar nuestra atención y decidimos que sería mejor regresar al castillo. Llegamos con un hambre atroz, empapados y agotados por el sexo y la falta de sueño. La madre de Gotthold nos recibió en camisón y cubierta en lágrimas.

— ¿Te ha hecho algo? — Le preguntó a pesar de que era yo el que presentaba peor aspecto.

— Ya lo hemos solucionado. — Respondió su hijo. Hubiera sido gracioso que le contara a su madre todas las cosas que le había hecho, especialmente cuando se encontraba desnudo, pero prefirió guardarse esa información.

— Dudo que el monstruo de su familia tenga ganas de volver a atormentarles nunca más. — Comenté. — Sospecho que lo único que le interesa es que lo dejen en paz.

— Dice usted muchas tonterías, señor Nicholas, pero reconozco que ha cumplido su parte y estaré encantada de pagarle.

— Ya le dije que no cobraba.

— Como quiera, pero le advierto que mi hospitalidad tiene límites y que sólo dejaré que se quede esta noche. — Gruñó la mujer. — Mañana tendrá que irse.

— Tampoco eso resultará un problema. Debo regresar antes de que se me presente otro caso. Me marcharé lo más pronto posible.

Y así lo hice. Con los primeros rayos del sol salí de la cama de Gotthold en la que había pasado la noche (no durmiendo, precisamente) y me escabullí fuera de la casa. No desperté a mi conde. Él no me acompañaría en mi viaje de regreso y ninguno quería tener que afrontar una despedida. Le habría gustado, pero sus responsabilidades de aristócrata rural se lo impedían. Y era lo mejor para todos. A mí tampoco me apetecía dejar mi carrera de brujo promiscuo. Aunque reconozco que le iba a echar mucho de menos. Me lo había pasado muy bien resolviendo con él el misterio de Ameisenhaufen. Seguro que el próximo no resultaba ni la mitad de interesante o excitante.