jueves, 18 de diciembre de 2014

Baz el guerrero

Anoche andaba yo un poco somnoliento y en lugar de programar la entrada de "Las aventuras de Baz el guerrero" para que se apareciera a una hora más normal, la acabé publicando a las 3 de la mañana. Así que si echaban de menos la entrega semanal de Baz y Tayner, sólo tienen que retroceder un par de entradas y la encontrarán.

Las aventuras de Baz el guerrero 22

—Eres un niño malcriado —se rio Baz.

—Quítate ese taparrabos y te demostraré que no soy tan niño como piensas —replicó el príncipe.

El guerrero le miró fijamente a sus preciosos ojos verdes y a punto estuvo de quitarse la única prenda de ropa que llevaba. Tayner tenía un cuerpo bien formado, un rostro bellísimo (sobre todo con esos ojos verdes que le hipnotizaban cada vez que los veía) y entraba totalmente dentro del tipo de hombre que solía gustarle, al menos en el plano físico. Le resultaba obvio que el conjuro amoroso que le unía al príncipe le hacía minusvalorar sus muchos defectos de carácter (muchísimos si lo pensaba fríamente) o la diferencia de edad, pero aun así debía reconocer que le atraía bastante. solo dos cuestiones le hicieron pensárselo mejor. El primero tenía que ver con su responsabilidad innata y su sentido del deber. Se había comprometido a proteger al chico y a actuar como su guardaespaldas, por lo que cualquier contacto carnal quedaba fuera de lugar. Además, estaba seguro de que liarse con un cliente atentaba contra el atentaba contra el Código Ámbar de los Caballeros y ya había acumulado suficientes faltas durante ese viaje. La segunda idea que evitó que su taparrabos acabase en el suelo fue el recuerdo de Trelios. Por mucho que el hechizo le hiciera sentirse atraído por Tayner, ese sentimiento no era comparable con el que aún conservaba por su antiguo compañero de Academia. Incluso los ojos verdes de este superaban a los del príncipe.

—No digas tonterías —dijo por fin. Su mano derecha (que parecía tener ideas propias) aún permanecía en la cintura del taparrabos, como esperando que su dueño cambiara de parecer y tuviera que actuar.

—Tú te lo pierdes —respondió Tayner—. Cuando vuelvas arrastrándote pidiéndome amor, quizás ya no esté de humor para atenderte. O, a lo mejor, disfrutas del mejor rato de tu vida —añadió con una sonrisa.

La mente de Baz se nubló por un momento y la mano derecha de Baz empezó a bajar lentamente el taparrabos, pero el guerrero consiguió recuperar el control sobre su cuerpo antes de que quedara al descubierto lo poco de su anatomía que todavía estaba oculto a la vista.

—Ya lo veremos —murmuró el guerrero molesto por haber sufrido ese pequeño instante de debilidad.

De haberse prologado la conversación, Tayner hubiera tenido muchas posibilidades de superar la voluntad del guerrero y lograr sus propósitos. Sin embargo, fueron interrumpidos por el regreso repentino de Häarnarigilna. Concentrados en su charla, ninguno de los dos había sido consciente de la ausencia de la vaca, que se había marchado a buscar el tesoro que el príncipe le había pedido. En sus manos traía un collar de platino con una gema roja como la sangre, tal y como la había descrito el rey Morfin. Viéndolo en las pezuñas de la guardiana, a Baz no le quedó ninguna duda de que esa era la joya que les había encargado encontrar el rey de Elveiss.

—¡Contemplad el Corazón de la Montaña! —proclamó la vaca con el tono que solía usar para anunciar cosas.

—¿Se llama así porque le arrancaron el corazón a una montaña? —preguntó Tayner.

—Pues la verdad es que sí —respondió Häarnarigilna.

—No debieron de pasar mucho tiempo buscando un nombre.

—La leyenda cuenta que el héroe Fusi Dil lo arrancó con sus manos desnudas del pecho el dios montaña Giger —continuó la vaca—. Su cuerpo se petrificó en el acto y llenó por sí mismo un mar entero, dando lugar a la región en la que nos encontramos.

—Mola —dijo el príncipe sonriente—. Ahora debemos estar en sus intestinos petrificados ¡Somos las lombrices de un dios!

—Es tan asqueroso y tan herético que debería arrestarte por decir semejantes palabras —se quejó Baz.

—Busquemos otras joyas hechas de órganos divinos —prosiguió el príncipe sin hacer caso a su guardaespaldas—. Quiero unos pendientes con los riñones de la montaña… o con sus testículos. Seguro que Fusi Dil no se conformó con el corazón y se llenó el joyero con todo lo que pudo coger.

—¿Cómo consigues resistir la tentación de matarle? —le preguntó la vaca al guerrero.

—A veces yo también me sorprendo de la paciencia que demuestro —contestó Baz.