La tarde con Marc tomando cañas en el bar mejoró bastante el día y logró que me olvidara de mis problemillas con Miguel. Pero lo que de verdad consiguió que la jornada fuera absolutamente perfecta fue que encontrarme en el portal de casa al propio Miguel esperándome con una caja de bombones.
—Creía que no íbamos a hablar hasta mañana —apunté, tras los pertinentes saludos y besos, con cierto sarcasmo y algo de acritud.
—Perdóname por haberte contestado tan mal cuando hablamos —se disculpó—. Entiendo que te molestaras y no tengo disculpa. Solo puedo decir que mi enfado no tenía nada que ver contigo.
—No te preocupes, no pasa nada. Y que conste que no me enfadé en absoluto —mentí—. Aunque lo siento por la persona con la que te cabrearas.
—Era mi antiguo ayudante —respondió—. Pero se merecía que me enfadara con él. A veces, es un imbécil.
—¿El ayudante que te llevaba a playas nudistas y con el que te enrollabas? —pregunté perspicaz.
—Sí, ese mismo. Víctor se llama.
—Vaya, últimamente oigo mucho ese nombre —contesté recordando que el novio de Sergio también se llamaba así.
—¿Estás celoso?
—¿Quién? ¿yo? Qué va —volví a mentir. Últimamente, mi sinceridad empezaba a escasear a un ritmo alarmante. Y mis celos se estaban incrementando. No me estaba sentando bien tener pareja… o algo similar a una pareja.
—¿Seguro que no te importa que quede con mi ex?
—Sería muy poco coherente por mi parte —respondí—. Yo tenía a mi primer novio viviendo aquí.
—¿Qué exnovio vivía dónde?
—Vaya, mira quién se ha puesto celoso ahora —apunté divertido—. Si te preocupa mucho, va a mudarse en breve.
—Eso está bien. Pero ya estoy harto de hablar de otras personas. Hagamos algo más interesante ¿Tienes bañera?
—Jacuzzi —aclaré.
—Mucho mejor. Así podremos movernos sin problemas.