viernes, 23 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 36

—¿Ichi? ¿Estás ahí? —pregunté a la puerta del baño de la que salían los sollozos y tras la cual, supuestamente, se encontraba mi amigo llorando. Por cierto, todo sea dicho, aquel era uno de los baños más pestilentes que me había encontrado en mi vida—. ¿Qué te pasa? ¿Es por lo que ha dicho Luna? —continué sin recibir otra respuesta que balbuceos y alguna que otro ruido de “sorbimiento” de mocos que consideré muy acorde con la limpieza del lugar—. Mira no quiero mentirte. Sí que me acosté con alguien. Con Miguel. El chico de mi trabajo. Pero no tienes que enfadarte por eso. Es… no sé. Me gusta. Y es ciego. Eso une mucho. Necesito a alguien que entienda esa parte de mi vida. Es importante… no funcionaría con alguien que ve. Somos de mundos distintos.

Seguí sin recibir contestación alguna, pero al menos los sollozos terminaron. El servicio quedó en completo silencio.

—Ichi ¿estás bien? —pregunté una vez más preocupado por si le había dado un síncope ante mis revelaciones. El sonido de la cisterna desmintió que mi amigo estuviera inconsciente.

—Sí, Santi, estoy bien —dijo abriendo la puerta—. No te preocupes. Me alegro mucho por ti y por Miguel.

Me dio un beso en la mejilla y salió del baño a toda prisa. Quise seguirle, pero mi vejiga estaba apunto de explotar y tuve que aliviarla. Para cuando conseguí volver a la mesa, no había rastro de él.

—Aquí no ha venido —dijo Luna—. Creía que seguía en el servicio.

—¿Por qué se habrá ido? Vale que estuviera llorando, pero tampoco creo que fuera tan espantoso que le contara que me había liado con Miguel para salir corriendo.

—Luego dicen que las chicas somos complicadas.

—Sí, a veces me gustaría ser heterosexual.

—Aun así, eres un borrico —me riñó mi amiga—. Mira que contarle eso de sopetón cuando está triste. Tienes el tacto de un percebe.

—Eso parece —acepté con resignación—. Va a estar sin hablarme un mes.

—Como poco.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 35

—Nooooooo, que va. No me he acostado con nadie —dije nervioso al darme cuenta de que Ichi estaba detrás de mí y que había oído lo que Luna había dicho. Aunque lo mismo podría haberlo escuchado desde dos calles de distancia porque mi amiga lo había dicho a grito pelado. No es, precisamente, muy discreta la chica.

—Ya.

—¿Y tú? ¿Has tenido sexo en las últimas horas? —le preguntó Luna riendo. Ya he dicho que la discreción no es una de los puntos fuertes de su personalidad.

—Puede que sí —respondió Ichi seco. Parecía más una pulla dirigida a mí que una confesión, pero no dejaba de ser relevante que no negara tajantemente esa posibilidad. Sobre todo teniendo en cuenta que su supuesta pareja tampoco lo había desmentido. Eso tenía que significar algo—. Tengo que ir al servicio ¿me pedís un zumo de naranja?

—Claro —respondió mi amiga. Siguió con la mirada el paseo de Ichi hacia el baño y cuando estuvo segura de que era imposible que nos oyera de nuevo, continuó—. Venga, admítelo ¿quién es?

—Vale —le contesté susurrando temiendo que se repitiera la situación anterior e Ichi estuviera a mi espalda—, me acosté con Miguel.

—¡Qué guay! —dijo la chica con alegría aunque imitando mi tono—. ¿Y qué tal estuvo?

—Fue genial. No había tenido nunca algo parecido. Y no solo por el sexo, que ha sido fantástico, también por todo lo demás. Hemos estado horas hablando y riéndonos. Ha sido una auténtica pasada.

—Sí, muy bonito ¿Y de talla qué tal?

—Nada que objetar.

—Vaya, que declaración más decepcionante —dijo mi amiga con bastante menos entusiasmo.

—No he dicho que estuviera mal.

—Sí, bueno ¿al menos lo haría bien?

—Sí, eh… creo que tengo que ir al baño, perdona —anuncié algo incómodo por el rumbo que estaba tomando la conversación. No me apetecía narrar mis intimidades en ese momento.

Me dirigí hacia el servicio con bastantes complicaciones. Es difícil moverse por un bar atestado siendo ciego. Para cuando conseguí llegar, las ganas de orinar habían dejado de ser una excusa ficticia y se habían vuelto una necesidad verdadera. Sin embargo, no pude desahogarme de inmediato. Alguien lloraba en una de las cabinas.

—¿Ichi? —pregunté.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 34

Luna, como si supiera secretos de estado y temiese que la CIA le hubiera pinchado el aparato, se negó a contarme nada por teléfono y me hizo quedar para que pudiéramos hablar alrededor de un café. Sabía perfectamente que su verdadera intención era obligarme a calmar su aburrimiento y que en lugar de café encontraría unas cuantas cañas, pero acepté. No era precisamente el plan que más me apetecía, sin embargo, la curiosidad que sentía era demasiado grande como para negarme.

—No sé de qué me estás hablando —dijo mi amiga una vez nos reunimos, confirmando de paso mis sospechas sobre su motivación para que-dar conmigo—. Lo último que supe de Ichi fue que echó la papilla en tu recibidor.

—Sí, pero después de ese agradable suceso yo tuve que salir a hacer unas cosas y dejé a Ichi al cuidado de Sergio y Marc.

—Vaya idea tuviste —me respondió—. Lo mejor que podría haber pasado es que esos dos se enrollaran.

—Sí, vale —contesté algo molesto por su sugerencia—. Pero eso no fue lo que ocurrió, sino que Marc, presuntamente, se acostó con Ichi.

—¿Presuntamente?

—No quiero sacar conclusiones precipitadas —respondí.

—¿Perdón? —preguntó divertida.

—Al menos no quiero darlo por seguro. Sería muy raro. Marc es mi exnovio e Ichi siempre ha estado por mí ¿Qué pensarías si yo me enrollase con uno de tus ex?

—Ya lo hiciste —contestó—. Tony.

—Ah, sí… aunque yo no estaba enamorado de ti. Es una situación completa y totalmente diferente.

—Perdona que corte el absurdo reinante en esta agradable conversación pero ¿te ha sucedido algo? Estás… resplandeciente. Y cansado… ¡Tú te has acostado con alguien!

—Eh... Noooooooo.

—Sí ¡Anoche tuviste sexo! —concluyó ella a voz en grito.

—¿Qué? —preguntó otra voz desde mi espalda con un toque triste—. ¿Con quién te has acostado?

Por supuesto la voz pertenecía a la persona que menos gracia podía hacerle esa revelación. Era Ichi. Tengo una suerte pésima.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 33

La alusión de Sergio sobre la naturaleza de mi recién estrenada relación revoloteó tentadora por mi mente y, durante unos segundos, estuve a punto de ceder a ella y abandonarme a la paranoia. Pero por mucho entretenimiento que pudiera proporcionarme, además de incrementar mis gastos en terapia psicológica a largo plazo, no era el momento indicado. Por lo menos, aún no. Hasta yo consideraba prematuro empezar a rayarme después de apenas 12 horas de nuestro primer beso (el segundo, de hecho, pero yo me entiendo). Además, había temas pendientes mucho más divertidos en los que emplear la mañana del sábado. Como, por ejemplo, el supuesto rollo entre Marc, mi exnovio ninfomaniaco, e Ichi, mi amigo friki y admirador secreto (no tan secreto) de un servidor.

Todavía no podía creerme que fuera verdad. Me extrañaba mucho que Marc me hubiera dejado sacar esa conclusión de no haber sido cierta teniendo en cuenta lo poco discreto que era en cuanto a sus relaciones y lo mal que se llevaba con Ichi. Ese tipo de proceder le hubiera pegado más a mi otro exnovio, Sergio... madre mía, a este paso, como siga acumulándolos voy a poder que crear una asociación. "Clubs de Examantes de Santi que Siguen Siendo sus Amigos Aunque Ocasionalmente Moje con Alguno" se llamaría. El CESSSAAOMA (puede que le sobren un par de letras). Nos reuniríamos una vez al año en un pabellón de congresos y les asignaría números que indicasen su orden en mi vida para dirigirme a ellos. Así no tendría que recordar tanto nombre. Solo números. Pero, por supuesto, serían números ordinales que son muchísimo más divertidos ¿Para qué llamar a alguien "cincuenta y dos" pudiendo ser "quincuagésimosegundo"? No hay color. Claro que dudo que llegue a esas cifras.

En cualquier caso, que se me va el santo al cielo, quería enterarme de lo sucedido entre esos dos. Y no había mejor fuente de información sobre la vida de Ichi que el cuarto miembro de mi reducido y selecto grupo de amigos: Luna, Así que cogí el teléfono para llamarla sin poder evitar preguntarme por un instante si tendría que empezar a contar a Miguel como parte de ese grupo.

martes, 13 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 32

Si narrara lo que ocurrió en casa de Miguel, me censurarían hasta el apellido. Así que me limitaré a decir que me lo pasé muy bien... varias veces, que dormí bastante poco y que cuando, a la mañana siguiente, regresé a casa estaba tan agotado que me quedé dormido en el sofá antes de poder tomarme el café que acababa de preparar para desayunar. Por suerte era sábado o habría faltado otro día más al trabajo. A ese paso, iba a tener que autodespedirme.

Me despertó, sobre la hora de comer, el sonido del teléfono. Mientras emergía definitivamente de mi estado onírico y el duermevela se diluía, pude oír a Sergio cogiendo el auricular. La conversación duró escasos segundos, como si alguien se hubiera equivocado, aunque no conseguí entender lo decía.

—¿Quién era? —pregunté más por dar cuenta de mi presencia que por interés en saberlo.

—Eran de la compañía de la luz para hacerte una oferta —me informó mi exnovio—. ¿Te han despertado?

—Un poco.

—Pues vaya putada, porque no has debido dormir mucho ¿no? —dijo Sergio divertido.

—Llegué un poco tarde —respondí.

—Ya te digo. Ni siquiera te oí entrar.

—De hecho, ha sido esta mañana —confesé.

—Oh, estoy asombrado —se rio mi exnovio—. Te tuvo que ir muy bien.

—No me puedo quejar.

—Venga, no me obligues a sonsacártelo.

—Pues estuvo muy bien —dije—. Fue tan… tan… estupendo. Tan genial... que… no sé ni cómo describirlo. Aún no me creo que sucediera. Hacía tanto que no me sentía así que hasta he olvidado cuándo ocurrió —continué, aunque esa frase fuera una mentira. Recordaba muy bien la última vez que me había sentido de aquella manera. Fue el día anterior a que él, Sergio, cortara conmigo. Pero preferí no mencionarlo. Resultaba poco apropiado.

—Parece que te has echado novio —rio Sergio—. Qué bonito y qué tierno.

—Ey, tranquilo, que solo nos hemos acostado —me quejé—. No vayamos tan rápido.

martes, 6 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 31

Poco permanecimos en aquel bar. Algo se había encendido en nosotros. Un ansia irrefrenable que no podíamos, ni queríamos, reprimir y que era poco apropiada para un lugar público. Así que pusimos rumbo a su casa, donde podríamos dejarnos llevar por nuestros instintos más primarios. El camino fue largo y tardamos el doble de lo necesario pues éramos incapaces de dar dos pasos seguidos. Nos besábamos en cada esquina, nos sobábamos para notar la forma del cuerpo del otro y poder confirmar antiguas deducciones, tocábamos en lugares a los que solo habíamos soñado llegar y que no queríamos dejar de conocer.

Tan entregados estábamos que incluso, llegamos a equivocarnos de calle. Pero, al final conseguimos encontrar el portal del edificio en el que vivía Miguel. Una frontera que transformaría todo eso en real. En algo. No sé en qué, pero sería algo. Tras tanto tiempo esperándolo, esa puerta y unos tramos de escaleras eran lo único que me separaba de ese algo. Pero, para ser sincero, en ese momento me era completamente indiferente. Mi cerebro estaba desconectado y otras partes de mi anatomía tenían el control absoluto de mis actos y mis pensamientos. Lo único que me importaba era el momento en cuestión. Ese momento en el que nos encontrábamos ascendiendo escalón a escalón, lamiéndonos el cuello, metiéndonos mano con lujuria, descamisándonos mutuamente y desabrochándonos los cinturones de cuero. Cualquier otra cuestión ajena a eso o a lo que le seguiría, me era absolutamente indiferente.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 30

Bastante más tranquilo de lo que es habitual en mí en situaciones como en la que me encontraba y fumando menos de lo esperado, llegué al bar en el que había quedado con Miguel, una tasca de las de toda la vida frecuentada por los empleados de mi empresa y que contaba con la enorme ventaja de que solía estar vacía a esa hora de la tarde. Eso y que ya estaban tan acostumbrados a la presencia de ciegos que iban a tratarnos igual que al resto de los clientes. Estupendo para mantener una agradable charla con alguien que te gusta mucho pero con el que sabes que no tienes ninguna oportunidad a pesar de haber compartido un intenso y olvidado momento de intimidad … Puede que no estuviera tan relajado como me figuraba. Apuré el cigarro antes de entrar en el bar. No sería el último que fumase porque mi cita se retrasó considerablemente.

—¿Llevas mucho esperando? —me preguntó Miguel cuando llegó.

—No —mentí. Me había dado tiempo a nicotinizarme en la calle unas cuantas veces, a beberme dos cervezas y a que mis nervios se desbocaran sin control.

—Lo siento, me entretuve un poco más de lo esperado —dijo sentándose a mi lado. Insisto en que era a mi lado, no en frente. Eso tenía que significar algo. O, para no romper con la tónica habitual, quizás lo único que ocurría era que me comía demasiado la cabeza. En cualquier caso mi corazón se aceleró y se me erizó el vello.

—No te preocupes, ha valido la pena —contesté. Eso en mi pueblo se llama "dejarlo caer a ver si cuela". Si tenía alguna posibilidad era mejor ir dando señales. Al menos eso era lo que me aconsejaba mi nivel de alcoholemia. También acerqué la rodilla hasta que entró en contacto con la suya.

—Bueno ¿qué tal te lo pasaste en la fiesta? —me preguntó mientras, bajo la mesa, apartaba su pierna de la mía. En cualquier tratado de comportamiento social eso significa que pasaba de mí. Debería ir haciéndome a la idea.

—Tuvo sus momentos —respondí aún a riesgo de que eso me costara otra sesión de“¿me echaste de menos porque te aburrías o te divertías tanto que te olvidaste de mí?”. Si no iba a pasar nada entre nosotros, podía ser sincero y contarle lo horrible que me había parecido—. No congenié especialmente con nadie —continué. Era incapaz de decirle la verdad a la cara—. A lo mejor es que tus amigos son demasiado intelectuales para mí.

—La mayoría son algo especialitos. A mí, cuando me cuentan lo de los cuadros hechos con cáscara de nuez y cosas por el estilo me da la risa. Pero son mis amigos de la niñez y tengo que aguantarles. Qué se le va a hacer.

—Sí, los míos también son para echarles de comer a parte. Solo hay que ver a Ichi, un día está vomitando en mi casa y al día siguiente se está quitando la resaca a base de sexo con mi exnovio al que, no hace mucho, odiaba profundamente.

—¿Y tú tienes mucha resaca? —me preguntó.

—La verdad es que fui un niño bueno y no bebí ni un trago —repliqué—. Al contrario que otros…

—Entonces te acuerdas de todo lo sucedido.

—¿Eh? —conseguí articular.

—Lo tomaré como un sí.

Y así, sin más complicaciones y sin haberlo visto venir, Miguel me besó.

—Yo también me acuerdo —dijo.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 29

Esta vez sí que marqué el número de Miguel. Tardó un poco en responder, pero acabó por descolgar.

—¿Dígame? —dijo. Esta vez fui yo el que tardó en contestar—. ¿Dígame? —repitió.

—Hola, soy Santi… —acerté a decir—. Tu antiguo jefe —aclaré por si acaso no me situaba o la borrachera le había borrado algunos años, además de los sucesos en la fiesta.

—Hola, iba a llamarte ahora.

—¿De veras? —pregunté con un nudo en el estómago.

—Sí, para agradecerte que te pasaras.

—Ah —contesté un poco desilusionado.

—Puede que no te dieras cuenta por lo bebido que acabarías y lo entretenido que estarías, pero me quedé dormido en algún momento de la velada.

—Sí, ni me enteré. Con la borrachera que llevaba y lo divertidos que son tus amigos, ni me di cuenta de tu ausencia —mentí lamentando que no hubiera un miembro de alguna academia de cine para escuchar mi estupenda representación y otorgarme un Óscar, un Goya, un Bafta o un César honorífico al mejor actor.

—Vaya, eso me pone un poco celoso —dijo Miguel—. Esperaba que me hubieras echado de menos un poquito.

—Era broma —aclaré apurado. Parecía que mi actuación había sido demasiado buena. Tendré que usar mis poderes con más responsabilidad en el futuro—. Te añoré en cuanto te separaste de mi lado porque tus amigos son insoportables y en cuanto vi que tardabas, fui a buscarte, pero como estabas dormido, te tapé con una manta y me volví a casa.

—¿Tan mal te lo pasaste que mis amigos te parecen idiotas y huiste en cuanto te diste cuenta que me había dormido?

—También era broma —reculé por segunda vez. Me estaba matando con tanta indecisión vital—. En realidad tus amigos son simpáticos, aunque no tanto como tú y te eché de menos, pero de una manera normal y sana de una persona que se lo está pasando bien en una fiesta muy divertida —cuando terminé la perorata no tenía ni idea de qué era lo que había dicho. Lo único que sabía era que si volvía a quejarse, colgaría el teléfono porque ya no se me ocurría nada que añadir.

—Ah, genial —respondió Miguel.

—¿Entonces no recuerdas nada de la fiesta? —pregunté para centrar el tema en lo que a mí me interesaba. Si era hetero y estaba enfadado, ya me importaba menos—. De lo que estuvimos… hablando tú y yo.

—Pues no, nada de nada.

—Vaya mierda —dije. Desde luego, tanta incertidumbre y tantos nudos en el estómago habían resultado una completa pérdida de tiempo.

—¿Qué has dicho?

—Nada, que vaya… melopea.

—Sí. De todas formas, me gustaría quedar contigo para tomar algo ¿Te apetece? —me propuso.

—Sí, claro ¿por qué no? —respondí. Me apetecía dejar atrás tanto despropósito haciendo algo normal con Miguel. Y comprobar las teorías de esa pequeña parte de mi cabeza que aún conservaba la esperanza en que fuera gay.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 28

—Hola ¿Qué tal estás? —me respondió mi interlocutor al otro lado del teléfono. Era Marc. A pesar de mi optimismo, aún no había reunido suficientes fuerzas para poder llamar a Miguel. Me hacía falta el apoyo de algún amigo y/o exnovio.

—Bueno, aquí pensando si llamar a Miguel.

—¿Pensando? —me preguntó.

—Sí, pensando. Necesito que me aconsejes.

—¿Y qué voy a decirte yo que te sirva? Hemos salido juntos, sabes que estas cosas no son lo mío.

—Ichi no está en su casa y Sergio ha salido a hacer la compra —contesté—. Eres mi única esperanza.

—Pues estás jodido —dijo Marc.

—Solo dime lo que piensas —le pedí.

—Está bien. Mi opinión es que eres un “huevón”, que te rayas por nada y que haces las cosas mucho más difíciles de lo que son. Llámale de una puñetera vez. Si es gay, pues eso que te llevas de regalo. Y si es hetero y no quiere volver a verte, da gracias que se haya ido de tu empresa. Es sencillo.

—Es sencillo para ti —repliqué—. Tú no te planteas las consecuencias de tus actos ni buscas una relación seria.

—Ya me conoces, soy una persona simple —admitió Marc—. Si quiero algo, lo intento conseguir.

—Qué me vas a decir a mí. He sentido tu determinación en mis carnes.

—Querrás decir que has disfrutado mi determinación.

—Sí, me vale. Oye ¿estás con alguien? He oído una voz.

—Es… la tele —me mintió descaradamente.

—¡Estás con un tío y no me lo quieres contar! —grité entusiasmado—. Debe ser muy feo.

—No, es que… bueno…

—Realmente estás tratando de evitar el tema con mucho ímpetu ¿Es el Jorobado de Notre-Dame? ¿O es que lo conozco?

—Esto…

—¿¿¡¡¡¡No será Sergio!!!!?? —le pregunté en un ataque instantáneo de celos y odio eterno. Si la ira desprendiera calor, media ciudad hubiera ardido en ese instante por combustión espontánea.

—No, no es Sergio.

—Entonces, solo puede ser… No, no puede ser Ichi.

—Tengo que dejarte —dijo Marc apurado.

—¡Es Ichi! Te has…

—Luego hablamos —me cortó—. Llama a Miguel.

Y me colgó.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 27

Llevaba media hora mirando fijamente el teléfono, como si eso fuera a resolver mis problemas. Estaba indeciso. Sabía lo que debía hacer, pero no me atrevía. Temía el rechazo. Temía la vergüenza y el desasosiego que él podría estar sintiendo. Temía su odio hacia la persona que le había introducido en esa espiral de tormento y a la que seguramente no querría volver a ver en su vida. No creo que mi supuesta protodepresión incipiente pudiera soportar una situación de ese calibre. O, a lo mejor (de hecho el “a lo mejor” sobra) estaba siendo demasiado dramático. Como decía Daniel, no sabía lo que él pensaba. Puede que Miguel fuera gay. O bisexual. O suficientemente inteligente para saber que un desafortunado incidente fruto del exceso de alcohol no era razón suficiente para estropear nuestra amistad. Y aunque no fuera así, qué importaba. No sería la primera vez que me rechazaban. Ni siquiera, sería mi primera vez con un hetero borracho que a la mañana siguiente se arrepiente de lo que hizo. Ya había pasado por esas cosas, con hombre más interesantes que Miguel, y sobreviví. Es más, sobreviví en una época de mi vida mucho peor que la actual. Entonces no tenía una empresa que me daba independencia económica, una casa que cubría cada una de mis necesidades, unos amigos que se preocupaban por mí, un exnovio con abdominales que cubría mis urgencias erógenas, un compañero de piso que me ayudaba con mis problemas ni la posibilidad de cumplir uno de los sueños de mi vida publicando un cómic para niños ciegos ayudado por un editor que me aceleraba el corazón. En ese tiempo todo era diferente, mucho más tétrico y triste, acosado a cada minuto por mis fantasmas privados. Esos mismos fantasmas que el regreso de Sergio me había permitido enterrar. Sí, bien vista mi vida era estupenda. Así que cogí el teléfono y marqué.

—Hola —dije.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 26

—No me resulta extraño en ti —me dijo Daniel—. Creo que ya hemos pasado por esta etapa. Cuando Sergio se marchó pasaste una fase parecida.

—Ya, pero no es lo mismo —dije—. Es… extraño. Siento como si todo a mi alrededor fallase, como si mi esfuerzo no sirviera. Nada de lo que hago da frutos y cuanto más me implico, mayor es la decepción.

—Es algo normal —explicó mi psicólogo—. La vida es así. Hay que asumir que las cosas pueden no salir del modo que esperabas e intentar rebajar las expectativas para que la decepción no sea demoledora.

—Sí, lo sé. Pero las desilusiones se acumulan. Y ayer me acabé derrumbando.

—¿Ocurrió algo especial?

—De todo. Ichi me vomitó en el salón porque estaba tan celoso que había salido a emborracharse, Marc insinuó que quería acostarse con Sergio y yo fui a la peor fiesta de mi vida. Me había invitado un compañero de trabajo del que me había encaprichado a pesar de saber que era hetero y no tenía posibilidades. Pero cuando llegué a su casa me besó. Fue fantástico, como si el universo hubiera decidido arreglar un poco mi vida y concederme un cachito de alegría. Pero al momento se quedó dormido de lo borracho que iba y todo se esfumó. Me sentí tan mal que me fui.

—Y acabaste llorando.

—Con una película porno para más inri —añadí—. ¿Quién llora con la pornografía? Es ridículo.

—Yo, aparte de la comicidad que pueda tener la situación, lo veo normal —dijo Daniel—. Te sentiste sobrepasado por un cúmulo de situaciones y lo expresaste de la manera que te pedía el cuerpo. Desahogarse es sano. Ayuda a descargar. Más aún si tu exnovio y trauma de tu vida ha regresado tras años de estar desaparecido.

—Ya pero ¿y si esto significa que vuelvo a estar mal? ¿Y si he llegado otra vez al límite de lo que puedo soportar?

—Eso es un poco pronto para saberlo. Lo único que te puedo aconsejar es que te relajes. Si sigues por ese camino sí que vas a acabar deprimido.

—Si es que no ha empezado ya.

—Lo dudo —respondió—. Tú tómatelo con calma, analiza la conveniencia de que Sergio siga viviendo contigo y habla con el chico ese. A lo mejor tus impresiones fueron algo precipitadas y él también disfrutó de ese beso.

—Hablé esta mañana con él y no se acordaba.

—No te creo —dijo con suspicacia.

—Está bien. Aún no le he llamado. Esperaba que te lo creyeras para que no me obligaras a hacerlo.

—Eres tú el que te tienes que obligar. Aunque solo sea para salir de dudas.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 25

—Volvamos al tema —dijo Daniel después de traer las bebidas—. Sergio está viviendo en tu casa.

—Le tengo alojado temporalmente —puntualicé—. En cuanto encuentre un trabajo y un sitio al que irse, se marchará.

—Ah, bueno, si solo es por eso seguro que en una semana se está mudando —me reprochó con sorna—. Pero continúa, por favor.

—Gracias. Pues eso, que me pidió alojamiento. Sé lo que pensarás, pero la situación está controlada. El comienzo fue algo accidentado, lo admito. Sobre todo, cuando me lo encontré plantado en el portal. Casi me da un ataque al corazón. Creía que iba a caer muerto del susto allí mismo. Pero por la mañana las cosas mejoraron. Se está portando muy bien conmigo. Me ayuda en casa, hace la comida, me escucha con mis problemas… No tiene nada que ver con el Sergio de hace años. Parece cambiado. Digo que parece porque no me acabo de fiar por completo. Más de una vez he pensado que lo hace para que le deje quedarse. Pero, de momento, no me preocupa. Mientras siga portándose así de bien conmigo, me da igual si es fingido. Está siendo una experiencia muy agradable.

—Perdona que te interrumpa de nuevo y que me salga de mi papel de psicólogo, pero tengo que decirte que esa relación no me parece nada conveniente para ti —opinó con gesto serio—. Estuvimos meses tratando de que superaras vuestra historia y ninguno acabamos demasiado confiados del éxito de la terapia. Dudo que tengas la entereza suficiente para afrontar una situación como esta.

—Agradezco que te preocupes por mí, pero me encuentro muy tranquilo, de verdad. Él no es uno de mis problemas actuales.

—¿Entonces cuáles son? —me preguntó. Se notaba que estaba algo sorprendido. Era lógico. Después de años oyendo hablar de Sergio debía extrañarle mucho que su regreso hubiera ocupado tan poco tiempo.

—Me siento solo, rechazado, absurdo, ridículo —respondí.

jueves, 27 de octubre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 24

Daniel me observó sonriente. Obviamente, como ciego practicante que soy, no podía constatarlo con mis sentidos visuales, pero sabía con seguridad que me miraba sonriente. Después de los años que llevábamos de relación ya nos conocíamos bastante bien. Relación estricta y únicamente profesional, aclaro. Nunca me había planteado que fuera de otra forma. Ya se sabe, los psicólogos son sagrados. Como los familiares de tu mejor amigo. A lo mejor por eso nos llevábamos tan bien.

—Pues tú me dirás a qué debo este inestimable e inesperado placer —me dijo con algo de sorna.

—Tengo ciertas dudas acerca de mi estabilidad —le respondí. A pesar de haber sido asiduo de su consulta y de la confianza que teníamos, siempre me costaba arrancar. No es fácil ponerte a desgranar tus problemas mentales. Más aún si ni siquiera estás seguro de tenerlos.

—¿Ha sucedido algo? —esta vez la pregunta la hizo con un tono más serio. El "amistoso Daniel" se había esfumado, dejando su puesto a "Daniel Campos, reputado psicólogo".

—Algunas cosas —contesté. No conseguía decirme qué contarle primero.

—Cuéntame —me pidió. Empezaba a inquietarle mi indecisión.

—Sergio ha vuelto.

—¿Qué? —preguntó anonadado. Tampoco necesitaba el sentido de la vista para saber que me miraba con los ojos a punto de salírseles de las órbitas y la boca abierta. No era para menos. La ruptura con Sergio y su marcha al extranjero habían ocupado un altísimo porcentaje de las horas que había pasado en la consulta.

—Apareció hace unos días. Me estaba esperando en el portal de casa.

—¿Y qué pasó?

—De primeras lo pasé bastante mal —respondí rememorando la larga noche en vela—. Que se quedara a dormir en mi casa.

—¿¿Qué?? —a Daniel le empezaba a fallar el papel de psicólogo competente con tanta estupefacción.

—Está viviendo en mi casa.

—Dios mío, esto va a ser muy largo —se quejó.

—Pues esa es la parte buena de la historia —le dije.

—Voy a por algo de beber ¿quieres un refresco?

—Un café estaría bien —respondí.

—Yo puede que me decida por una tila.

lunes, 17 de octubre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 23

Los olores me asaltaron antes de que cruzara el umbral de la puerta. Los conocía tan bien que casi era capaz de imaginármelos. La base de jazmín de la colonia de Laura, la recepcionista; el ligero perfume a rosas y limón del popurrí de flores secas que había en el mostrador; el residual toque del jabón con el que limpiaban el suelo; el aroma a cuero de los sillones de la sala de espera; el frescor de la menta que tenían plantada en una maceta junto a la ventana; la lavanda artificial del ambientador del servicio; el agrio hedor del sudor fruto de los nervios de los temerosos neófitos... Podría continuar hasta el infinito. Ya lo había hecho algunas interminables tardes aguardando mi turno. Y esos días que estaba tan desesperado que llegaba una hora antes. O aquellos en las que, aunque no tenía cita, le pedía a Laura que me dejara quedarme allí, escondido a resguardo. Ella siempre me permitió ocupar uno de los sillones y yo despejaba mi mente fijándome en los olores que me rodeaban. Y los sonidos. El timbre del teléfono, el zumbido del ventilador del ordenador, el traqueteo de la impresora o el incesante movimiento de la pierna de los que me acompañaban en la espera. Analizaba todo lo que mis sentidos me permitían captar. Era una forma de relajarme. Hasta que empezó a convertirse en algo ligeramente obsesivo y tuve que obligarme a dejar de hacerlo. Pero me seguía tranquilizando y en ese momento, en esa sala, me permití el lujo de retomarlo donde lo había dejado en mi última visita. Una visita que no quedaba tan distante en el tiempo como me gustaría.

—Santi —me llamó Laura—, puedes pasar.

Me adentré en el pasillo que llevaba a la consulta y que tenía el suelo de moqueta para acallar los pasos y no molestar a los pacientes que se encontraban al otro lado de las puertas. También yo reprimía mi bastón para evitar el ruido. Aunque en mi caso, al respeto había que añadirle la satisfacción de desplazarme sin tener que usarlo. Eso solo lo podía hacer en mi casa y aquí. Después de todo, con mi oficina, eran los únicos sitios que me conocía enteramente de memoria. Como se suele decir, podía hacerlo con los ojos cerrados. Puede que en mi caso tenga menos mérito, pero no por ello deja de ser cierto que llegué con los ojos cerrados a la sala que me tocaba. Era la tercera por la derecha y, como siempre, me pareció fría. Demasiado para pasar ahí el día entero. O, a lo mejor, era una reacción de mi cuerpo al encontrarse entre esas cuatro paredes. Una pérdida masiva de calor ante el susto de estar ahí de nuevo. O podía ser que en aquella estancia nunca se pusiera la calefacción. Pero como habitual de la casa ya iba preparado con una sudadera. Me la puse, me senté en el incómodo asiento que me correspondía y esperé pacientemente. Un minuto después, la puerta se abrió y entró él.

—Vaya, vaya —dijo—. Mira lo que ha traído la marea.

lunes, 3 de octubre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 22

Me desperté, tras una noche repleta de pesadillas, con un intenso dolor de cabeza. Como solo me había tomado una copa en la fiesta de Miguel, supuse que debería más a lo mal que había dormido que a la resaca. O podría ser fruto del ataque de nervios de la noche anterior. Menos mal (nunca creí que diría esto) que estaba Sergio en casa para animarme. Al final, acogerle en casa iba a resultar una de las mejores ideas que había tenido en mucho tiempo.... eso tampoco pensé que jamás fuera a decirlo. Pero así es la vida. Como decía mi madre: Nunca digas de este agua no beberé ni ese cura no es mi padre. Y ella sabía de eso, porque mi abuelo era el cura del pueblo. Aunque eso es otra historia que ahora no vienen a cuento.

El reloj especial para ciegos que tenía en la mesilla de noche soltó un mecánico "son las doce y treinta y cinco" cuando pulsé el botó que le hacía hablar. Una mañana más que no llegaba a trabajar. Sentimentalmente iba fatal, pero laboralmente tampoco estaba cubriéndome de gloria. Suerte que era el jefe. Aun así, no estaba de más atenerse a los horarios habituales. Poco respeto iba a ganarme entre mis empleados si seguía sin dar palo al agua.

—¿Santi? —preguntó la voz de Sergio desde la cocina—. ¿Ya estás despierto?

—Sí, ya me levanto —le contesté yendo a su encuentro. En el ambiente se mezclaba el olor amargo del café y otro a costillas agridulces. No solo me había preparado el desayuno, sino que también hacía la comida. Desde luego, mi exnovio había evolucionado una barbaridad desde que dejáramos nuestra tortuosa relación.

—¿Has dormido bien?

—Bueno, al menos he dormido —contesté—. No es poco teniendo en cuenta cómo me encontraba anoche.

—Tengo café y puedo prepararte una tostada si te apetece —se ofreció Sergio.

—Te noto muy servicial —respondí divertido—. Estoy pensando que me pagues tu alojamiento limpiando y cocinando.

—Qué gracioso. Pero me niego a ser tu chacha. Una cosa es hacer esto porque me caes bien y otra muy distinta convertirlo en mi profesión.

—Entonces te haré otra propuesta. Si tú limpias y cocinas gratis, yo te permito que te quedes a dormir gratis.

—Eso me parece mejor.

—Sabes que es exactamente lo mismo ¿verdad?

—No. De esta forma es un intercambio de favores —me explicó—. De la otra manera, soy tu puñetera asistenta.

—Como quieras —dije.

—Gracias. Y cambiando abruptamente de tema ¿qué sucedió anoche? Parecías muy afectado.

—Pues, si quieres que te diga la verdad, no ocurrió nada importante más allá de asistir a una fiesta aburrida y del incumplimiento de algunas estúpidas expectativas.

—¿No te enrollaste con el chico de tu trabajo? —preguntó Sergio.

—Me besó, pero luego se quedó dormido de lo borracho que iba.

—Debe importante bastante para que te lo tomaras tan mal.

—Ya estaba convencido de que Miguel era heterosexual, así que tampoco llegué a creerme demasiado que fuera a pasar algo entre nosotros.

—Entonces, te dio una crisis nerviosa porque sí —sugirió mi exnovio.

—Estrés generalizado diría yo... creo que voy a pedir una cita con mi psicólogo. Por si acaso se me está yendo la pinza otra vez y no me estoy enterando.

—Si crees que es lo más conveniente...

—Por cierto, se te ha olvidado ponerme el café —dije con sorna.

—No tientes a la suerte.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 21

De repente, una mano me tocó en el hombro.

—¿Qué te pasa? —me preguntó el dueño de la mano. Era Sergio. Sus brazos me rodearon con fuerza y mucha ternura.

Una parte de mí se enfureció. Cómo se atrevía a venir a consolarme. Precisamente, él era el culpable de que estuviera así. Su aparición era lo que me había desquiciado los nervios, lo que había destrozado mi melancólica, estable y aburrida vida. No tenía derecho. Quería decirle que se fuera, que me dejara solo. Pero, lo malo de vivir en un casi loft sin apenas paredes es que es difícil tener intimidad para llorar a gusto. Sobre todo si solo dispones de una única cama y tienes que compartirla. Además, era absurdo pedirle que me dejara solo ¿A dónde le mandaría? ¿A que esperase en el servicio hasta que se me hubiera pasado la llorera? Tampoco es que él tuviera responsabilidad directa en que yo me encontrara así. A lo mejor, algo circunstancial. Pero no era culpa suya que me sintiera frustrado ¿Y para qué le iba a decir que se fuera? Si lo que me apetecía de verdad era lo que estaba haciendo. Que me abrazara así. Con esa firmeza que me servía de ancla con la cordura, mientras yo me dejaba llevar por la catarsis de las lágrima sobre su hombro.

Me besó en la frente, me llevó a la cama. Me ayudó a desvestirme y me dejó acostado mientras él cerraba la puerta de la entrada y apagaba luces, ordenadores y televisores. Después, se acostó a mi lado y volvió a abrazarme.

Sergio se estaba portando tan bien que, de haberse insinuado, estoy seguro de que hubiera respondido positivamente a sus proposiciones. Desde luego, la situación era la propicia teniendo en cuenta mi estado de ánimo y que estuviéramos abrazados medio desnudos en mi cama. Reunía todos los topicazos de cualquier novela romántica y de algunos vídeos pornográficos. Pero resultó que no hizo nada. Simplemente, se quedó junto a mí, consolándome. Era curioso. El antiguo Sergio hubiera intentado aprovecharse. A lo mejor sí que había cambiado.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Lugares del mundo

Es increíble la cantidad de gente que ha entrado en los blogs en los últimos meses. Pero casi me parece más llamativo los lugares tan diversos desde los que se conectan. Es fantástico que alguien que vive en Rusia pueda leer algo que escribo yo desde Madrid.

Así que muchas gracias a la gente de Estados Unidos, México, Argentina, Alemania, Honduras, Colombia, Perú, Chile, Reino Unido, Francia, Venezuela, Costa Rica, Rusia, Singapur, India, Ucrania (aunque creo que estos últimos entraron por error) y cualquier otro que no me haya salido en las estadísticas del blog. Y a los españoles también. Familia y amigos incluidos.

jueves, 15 de septiembre de 2011

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 10

TR despertó horas más tarde. Un fuerte dolor le martilleaba en la cabeza. Y en la espalda. Y en las piernas, los brazos, los hombros, las rodillas... Básicamente, lo único que conservaba sano eran las orejas y la nariz. Y esa última sufría los efluvios propios del lugar donde se encontraba: un contenedor de basura. Gracias a él, seguía con vida, pero eso no lo hacía más agradable.

— Vaya mierda. — Se quejó TR tratando de salir de entre los desperdicios. La abundancia de restos de verduras, de carne podrida y pescado pasado no sólo revelaban que había un mercado cerca. También formaban una masa informe e inestable que le hacía hundirse en los deshechos cuanto más se debatía por salir de ellos. Se sentía como si estuviera en medio de unas repugnantes arenas movedizas hechas de basura que trataran de absorberlo. Y contra eso no podía usar nada que hubiese "copiado" a lo largo de su vida. Nunca se hubiese imaginado encontrarse en una situación similar a esa.

Para cuando consiguió salir del contenedor estaba rebozado, de los pies a la mitad del pecho, en desperdicios y sus diversos jugos. Su olor corporal tampoco era excesivamente mejor. Pero por mucho que le pudiera apetecer, no tenía tiempo para autocompadecerse. La policía le estaría buscando. Pero en su estado, no llegaría lejos saltando de azotea en azotea. Y tampoco podía pasearse vestido de superhéroe. Así que se quitó la camiseta ajustada de lycra, la metió, junto con cualquier arma o accesorio superheroico que pudiera llevar, en su mochila y salió a la calle arrastrándose como un mendigo descamisado, maloliente y dolorido.

Tardó media hora en regresar a su casa, pero consiguió llamar poco la atención. Al menos, no le habían detenido y nadie parecía haberle reconocido como TR o Sergi. Agotado, asqueado y malhumorado, se preparó un baño caliente con el que quitarse la porquería y la mala leche. Y una vez que tuvo los dedos arrugados como pasas, se fue a la cama. O lo iba a hacer hasta que su conciencia le recordó que debía preocuparse por la salud de los secuestrados del banco. Así que se acercó al televisor y puso un canal de noticias. En lugar de las tristes imágenes que esperaba, retransmitían una rueda de prensa del alcalde. Junto a él, había dos figuras ataviadas con largas capas rojas y máscaras venecianas. "Vaya pintas más ridículas" pensó Sergi. Mientras, el regidor estaba hablando:

— ... estos jóvenes, que han salvado a los rehenes y detenido a unos peligrosos criminales incluso, a pesar de la triste intervención de otros que tienen la osadía de autoproclamarse superhéroes o justicieros, pero que bien podrían ejercer de matones en un antro de mala muerte. — Dijo el político. — Por eso, hago entrega de las llaves de la ciudad, a nuestros nuevos protectores: Los Conjurados.

El alcalde estrechó las manos de los homenajeados luciendo una amplia sonrisa. Estaba encantado con la situación. TR había sido el último héroe al que le había entregado las llaves de la ciudad y no es que hubiesen terminado muy amistosamente. Sobre todo después de que TR saliera públicamente del armario. Pero ahora tenía justicieros-mascota nuevos y el político volvía a estar encantado consigo mismo. Los héroes quedan muy resultones en periodo electoral. Sin embargo, preveía que para TR y Bolea el futuro se iba a presentar bastante más negativo.

— Vaya mierda de día. — Dijo Sergi tirando el mando contra la pared. Si esa tarde no se hubiera caído a un contenedor de basura desde lo alto de un edificio, seguramente habría salido a ligar para relajarse. O hubiese quedado con Mario. Pero dado que le dolía cada fibra muscular de su cuerpo y aún conservaba cierto tufillo a sirope de cerdo descompuesto con hongos de coliflor, prefirió rociarse en colonia e irse a dormir.



miércoles, 14 de septiembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 20

Pensé en quedarme durmiendo a su lado. Me despertaría por la mañana, nos ducharíamos juntos, desayunaríamos en alguna terraza y, desde luego, habría mucho sexo salvaje. Sería bonito. Pero a esa perfecta estampa de amor le faltaban un par de detalles. Para empezar había una serie escasez de soledad en esa casa. Los amigos "odiantes" absurdos de Miguel seguían pululando por ahí sin dar muestras de tener intenciones de irse mientras hubiera comida y bebida a su libre y gratuita disposición. Y cuando ese momento llegara, buscarían a su anfitrión para despedirse. Encontrarle, aunque tuvieran que hacerlo palpando, a su amigo medio desnudo dormido en la cama con otro tío no era de las mejores formas de salir del armario.

Y la segunda cosa que faltaba era, precisamente, la certeza que el mencionado armario existiera en realidad. Un beso, por muy apasionado que hubiera sido, no significaba nada en medio de una melopea tan grande que había hecho que se durmiera. Y aunque lo significara, dudaba mucho que, cuando despertara con su resaca, la reacción fuera la que yo esperaba. Era bastante probable que hubiera más confusión, vergüenza, incertidumbre y amnesia que ganas de continuar con lo que habíamos empezado para que descubriera su verdadero yo mediante la experimentación de nuevas sensaciones. Asumir la propia sexualidad requiere tiempo y tranquilidad. No puede hacerse de pronto, al despertarte al lado de un tío teniendo la lengua como un estropajo y la cabeza embotada.

Tampoco es que mi desesperación sexual extrema y la futura y segura presencia de vómitos fueran a ser de especial ayuda en que ese invento llegara a buen puerto. Así que decidí replegar mis expectativas y deseos e irme a casa. Pero antes tapé a Miguel, busqué un barreño en el baño (que el chico tuviera todo etiquetado en braille me facilitó la tarea e impidió que cogiera un orinal), se lo dejé junto a la cama por lo que pudiera pasar y le di un tierno beso en la frente. Qué puedo decir. A veces soy así de majo.

Anuncié mi retirada a la primera persona que encontré a pesar de que dudaba mucho que fuera a acordarse de ella, llamé a un taxi por el móvil y esperé en el portal a que llegara.

Ya en casa, decidí desfogar mis deseos. Luna, hacía un tiempo, se había dedicado a transcribir los sucesos que acaecían en varias películas de índole intimo-festivo. Puestas en el lector del procesador de textos, era como las narraciones para ciegos que le ponían a las películas en la televisión. Cumplía su propósito. Tenía la desventaja de que la voz del procesador podía excitarme incluso con la declaración de hacienda, pero era algo que podía soportar.

Me decidí por una película llamada "Alad-Ano y la lámpara lujuriosa". Un clásico. El lector comenzó la narración con su tono mecánico y entrecortado: "Había una vez un joven muy fibrado que vestía solo con unos bombachos y un gorrito hortera que se llamaba Alad-Ano... ". Y yo, en contra de cualquier pronóstico, me eché a llorar.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 19

Y como vino, se fue. Se despegó de mis labios, soltó mi trasero y sus pasos se perdieron en el jaleo circundante. Tan rápido que llegué a plantearme si había sido un espejismo causado por mi imaginación o por el exceso de bebida. Pero no había llegado a beber ni una gota de alcohol. Y estaba demasiado cachondo para que fuera producto de mi calenturienta cabecita. Sin embargo, Miguel no se encontraba a mi lado. Se esfumó como si nada.

Pensando que había ido al servicio, me quedé un rato esperándole. A veces, ser ciego te proporciona situaciones tan delirantes como que tu pareja se te pierda en una habitación de cinco metros cuadrados. Es absurdo y desesperante. Traté de serenarme bebiendo algo de whisky. No era de demasiado ayuda. Me atontó un poco y me mareó. Pero la relajación quedaba lejos. La persona que llevaba tanto queriendo que me besara, había desaparecido sin dar explicaciones justo cuando acababa de hacerlo. No era, precisamente algo muy tranquilizante. Así que busqué las cuerdas guía y agarré la de fieltro. Era la que llevaba al baño. El lugar más probable para encontrarme con Miguel.

La puerta del servicio estaba cerrada con pestillo, pero su ocupante no era quien yo esperaba. Al menos, la voz que me contestó desde el interior sonaba a chica. Concretamente, a la que hacía cuadros con cáscaras de nuez. Me alejé de allí antes de que saliera. Lo último que me apetecía era iniciar otra absurda conversación sobre odios de invidentes. Tenía otros planes más interesantes. Pero para eso tenía que encontrar a Miguel y, al contrario del baño y de las bebidas, él no tenía una cuerda guía que me pudiera llevar hasta él. Así que opté por gritar. En ocasiones desesperadas y en ambientes desconocidos, no hay mejor recurso para un ciego que ponerse a dar voces a diestro y siniestro. Tardó poco en dar los resultados esperados. Un gruñido gutural, que sonaba a algo parecido a "Eooyquí", surgió de las profundidades de un cuarto como respuesta. Y, por suerte para mí, la voz pertenecía a quien buscaba.

Miguel estaba tumbado sobre la cama y, por lo que pude palpar, solo llevaba unos calzoncillos. Ni que decir tiene que mis sentidos se despertaron como si me hubiera tomado tres litros de café solo. Y no únicamente mis sentidos. También algunos de mis órganos. Sin embargo, por segunda vez en esa noche, mis expectativas quedaron muy por encima de la realidad y mi excitación se acabó por diluir en un dolor en la entrepierna. Miguel acababa de quedarse dormido.

martes, 19 de julio de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 18

Cuando llegué a casa de Miguel estaba tan entusiasmado que casi rayaba la histeria. Parecía un adolescente a punto de perder la virginidad. Y mi excitación también se asemejaba a la de un adolescente ante semejante paso, porque llevaba erecto desde que conociera a mi sensual editor. Hacía tiempo que mis cuerpos cavernosos no se comportaban tan bien. Mi urólogo estaría orgulloso de ellos. Solo esperaba que, si eso continuaba, no empezara a doler. Conocía algunos testimonios de afectados ocasionales de priapismo, la enfermedad en la que el miembro viril de recobrar su estado de relajación, y no me apetecía nada conocer cómo se sentía uno ante esa extrema muestra de vigor sexual.

Pero aún no había llegado a ese punto y mi única preocupación era que nadie se diera cuenta de mi situación, a pesar de mi precaución de usar ropa interior ajustada y pantalones anchos. De momento, había demostrado su efectividad. Ninguna de las ancianas que poblaban el autobús, con su olor a medicamentos y naftalina, dio muestras de notarlo ni me acusó de exhibicionismo. El siguiente reto era la fiesta. Y ahí, aspiraba a no tener que hacer uso del subterfugio. Muchos escenarios había imaginado mi mente acerca de esa reunión, pero la mayoría comenzaban con Miguel desnudándome y llevándome a su cama. Puede que fuera efecto de mis recuperadas hormonas juveniles, pero no era una mal forma de comenzar una fiesta.

—Me alegro mucho de que hayas venido —me saludó el anfitrión dándome dos besos y un fuerte abrazo. Un gesto muy amistoso que, sin embargo, quedaba lejos de mis expectativas. Tampoco la reunión cumplía mis esperanzas. Más que nada, porque había más gente. Y mucha. Por el ruido, debían ser unas veinte personas. Dos decenas por encima de las que necesitaba para lo que tenía pensado—. Ven, te presentaré a algunos de mis amigos —añadió destrozando mis últimas aspiraciones a tener un poco de intimidad.

Qué puedo decir, las fiestas no se encuentran entre mis actividades favoritas. Menos aún, si no conozco a nadie. A eso último, Miguel trataba de poner remedio a esto presentándome al 80% de los asistentes. Como si me interesaran. Me hubiera servido con que me hablase él. Pero no. Así que ahí estaba yo saludando a un ciego que odiaba a los que videntes porque eran imbéciles, otro odiaba a los sordomudos porque no encontraban una forma de comunicarse con él y uno más que odiaba a los parapléjicos por ponerse en medio de su bastón. Y, para colmo, Miguel me abandonó mientras una amiga suya me contaba lo genial que eran los cuadros táctiles que ella hacía en su casa con cáscara de nuez y lo mucho que odiaba el arte visual.

La única ventaja que podría haber sacado de esa convención de Ciegos Cascarrabias era que nadie podría ver mi situación eréctil. Pero, para ese momento, ya era innecesario. Con tanto odio se me habían bajado todo lo bajable. Así que decidí que si no iba a fornicar como un adolescente (en realidad iba a fornicar lo mismo que había fornicado en mi adolescencia, nada de nada) me emborracharía como un adolescente.

Me aparté de la de los frutos secos sin despedirme y busqué los cordones que Miguel había colocado junto a la pared para que nos sirvieran de guía. Había dos. Una era como de fieltro y, siguiéndola a favor de pelo (a contrapelo raspaba) te conducía al baño. La otra parecía lana y tenía una serie de nudos decrecientes que indicaban la dirección a las bebidas. Esa era la mía. La seguí hasta el final, una barra de bar en la que abundaban las botellas. Todas con su nombre en braille y de plástico, para que no se rompieran. Se notaba que Miguel tenía experiencia en organizar fiestas.

Agarré la botella que ponía "whisky" y me serví una copa bien cargada de alcohol. La necesitaba. Esa era la peor fiesta de la historia de las peores fiestas. Aunque, en ese instante, mejoró un poco. Alguien me cogió por el brazo. Era Miguel.

—Menos mal que te encuentro. Te habías escapado —me dijo riéndose. Estaba borracho. Y mucho—. Voy a tener que ponerte una correa.

Y sin decir nada más, me agarró el culo y empezó a morrearme.

lunes, 11 de julio de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 17

Cuando volví a casa estaba más cachondo que una mona ninfómana en época de celo tras un cóctel de afrodisiacos. Puede que incluso un poco más. El caso era que me subía por las paredes desesperado por calmar mi lascivia. Tenía que averiguar si Gelo era gay. Porque como lo fuera, iba a averiguar muy pronto qué otros talentos, aparte de los artísticos, poseía este ciego. Pero hasta que ese futurible momento llegara, me valía cualquiera. Si un señor con la voz no demasiado desagradable me hubiera permitido en ese momento frotarme contra su pierna cual chucho, hubiera aceptado sin dudarlo... No me deja muy bien esta frase que acabo de escribir. Claro que mis niveles de fogosidad estaban en límites incognoscibles. Parecía que había regresado a los catorce años, con sus excesos hormonales y las duchas de la escuela de ciegos. Ese tiempo en que la falta de visión era irrelevante para el sexo porque la realidad importaba menos que tu imaginación y que tus compañeros no pudieran verte era una increíble ventaja si te tenías que desnudar frente a ellos en el vestuario del gimnasio.

Por desgracia para mi lívido la casa estaba vacía cuando llegué. Aunque puede que fuera una suerte para mí, porque me hubiera acostado con Sergio sin dudarlo y eso no iba a causarme demasiada alegría a la mañana siguiente. Sin embargo, las consecuencias emocionales de ese posible encuentro carecían de importancia para la parte de mi cuerpo que dirigía mis acciones en esos instantes. Lo único que importaba era que no había nadie con quien pudiera calmar mi fogosidad. Incluso, llegué a plantearme el hacer el trabajo yo mismo, pero lo deseché por absurdo. Esa noche era la fiesta de Miguel y era más conveniente atesorar ese "cachondísimo" para lo que pudiera suceder, antes que desperdiciarlo en los cinco minutos de una rápida solución solitaria. Así que me metí en la ducha y abrí el grifo del agua fría.

Lo bueno de mi excitación era que el tema de la ropa se resolvió rápidamente. La sofisticación y la elegancia eran secundarias. Lo importante esa noche era que se quitaran con facilidad. Así que volví a poner en práctica la elección de ropa fácil de dejar en el suelo. En esa ocasión, los elegidos fueron unos vaqueros anchos porque si me desabrocho un botón se caen solos, una camisa de corchetes porque se abre de un tirón y, de ropa interior, unos bóxer ajustados para que no se notase mi "alegría" a los videntes viandantes. Por supuesto, no repetí nada de lo que llevé en la cita con Sergio. Eso da mala suerte. Y si esa noche iba igual, me guardaría de usar esa para el próximo intento. Aún me quedaban un par de camisas con corchetes.

domingo, 10 de julio de 2011

Cuentos

Nada mejor que historias autoconclusivas para diversificar un poco el blog. Son cortas, variadas y no hay que seguirlas semana tras semana. El cuento elegido para comenzar es uno que escribí hace tiempo y que es un homenaje a los relatos de Edgar Allan Poe y a un par de historias clásicas. A lo mejor es un poco largo para ponerlo en un blog, pero no hay manera de recortarlo. Espero que os guste este y los que vengan en el futuro.

lunes, 4 de julio de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 16

Las cuatro de la tarde y ahí me encontraba yo, en la sala de espera de una pequeña oficina en la que, según Marc, un editor iba a recibirme para cumplir mi antiguo sueño de publicar un cómic de superhéroes para ciegos. Lo cierto es que, con el tiempo que había tenido para prepararme, igual podría estar en la sede de la ONU para mediar en el conflicto de Osetia. Apunté mentalmente, vengarme de Marc por hacerme pasar por ese tipo de situaciones. Lo único positivo de no tener ni idea sobre el asunto era que estaba tranquilísimo. Sabía que iba a cagarla de la forma más estrepitosa. Y sin expectativas, no hay incertidumbre. En la facultad me ocurría exactamente lo mismo si había estudiado poco para un examen. Aunque, tengo que reconocer, que me daba algo de pena desperdiciar una oportunidad así, escasa donde las haya, tras tanto tiempo buscándola. Y, para colmo, iba a hacerle perder el tiempo al simpático editor que había accedido a recibirme influido por las bonitas palabras (o por los increíbles abdominales) de Marc. Eso sin contar el tremendo ridículo que haría. Mis tripas se revolvieron, la frente se me empapó de sudor y el corazón se me aceleró. Podía carecer de expectativas, pero conservaba intacto mi descomunal sentido de la vergüenza y mi pavor a quedar como un payaso sin proponérmelo.

—Santiago March —llamó un joven, supongo que el secretario del editor, justo en el momento que había decidido marcharme—. El señor Villa le espera.

Por alguna razón, supongo que me sentía cohibido por la situación en la que me encontraba, le obedecí y dejé que me indicase cuál era el despacho del editor. Incluso le permití que me acompañase cuando se dio cuenta de que era ciego. Mi espíritu rebelde e independiente debía estar de vacaciones en esos instantes. O demasiado acojonado para oponerse. Tendría que tomar nota mental de que, en momentos de estrés, soy un “cagao”.

—Buenas tardes —me saludó alguien en el despacho nada más crucé la puerta—. Vaya tomando asiento. Le atenderé en un minuto. En cuanto despache un asunto de la máxima urgencia que me acaba de surgir. Si quiere tomar algo, pídaselo a Gorka. La puerta se cerró, dejándome en soledad hasta que, el mencionado Gorka, el supuesto secretario de antes, apareció brevemente para ofrecerme una bebida. Acepté un vaso de agua y continué la espera. Mis nervios, entre tanto, no habían disminuido. Más bien, al contrario. Eso también me pasaba en los exámenes. La histeria crecía progresivamente a medida que se acercaba la hora de la prueba, se descontrolaba mientras esperábamos en clase a que repartieran las preguntas y desaparecía por completo en el momento que me ponía a contestar. Como el "profesor" no regresara pronto, me iba a dar un infarto.

—Disculpa el retraso, Santi —dijo el hombre al volver a entrar en la habitación—. No te importa que te tutee ¿verdad?

—Lo prefiero... señor Villa —contesté algo dubitativo. En parte era porque empezaba a relajarme. En parte, porque no me sabía su nombre.

—Puedes llamarme Gelo —me indicó él—. Debería ser un diminutivo de Ángel, pero mis padres me lo pusieron de nombre.

—Así lo haré —respondí divertido. Me hacía gracia. Tenía tanta energía y hacía las cosas tan apresuradas. Por suerte, su voz era preciosa. De haber sido más aguda, hubiera parecido el roedor protagonista de “Alvin y las ardillas”. Pero con su timbre podía hablar a la velocidad que quisiera. Era grave, aterciopelada y de unos treinta años. Treinta y cinco a lo máximo.

—Genial, ya hemos hecho las presentaciones —dijo dándome un apretón de manos. Eran un pelín más grandes que las mías y las usaba con fuerza—. Ya podemos ir al grano. Marc me comentó que querías publicar un cómic para niños ciegos o algo por el estilo.

—Sí, pero primero quiero pedirte disculpas porque no he tenido tiempo de prepararme —le expliqué. Debía de haberse sentado muy cerca de mí, pues el olor de su colonia me llegaba a raudales. Era un aroma curioso, sutil y personal. Demasiado para un perfume. Podía ser del gel que usaba—. Me ha avisado hace un par de horas de que teníamos la reunión.

—Tranquilo —dijo dándome unas palmaditas en el hombro. Estaba sentado mucho más cerca de lo que yo pensaba—. No hemos quedado para que me lo expongas. Ya estoy convencido. Solo quería conocerte personalmente y que me dieras algún detalle más del proyecto.

—Ah, eso es sencillo —contesté con alivio—. Pues consiste en adaptar la estructura, el lenguaje y la temática de los tebeos de superhéroes a las necesidades de los niños ciegos. Serían historias cortas, con pocas descripciones, bastante diálogo y un dibujo en una de las páginas.

—¿Solo un dibujo? —me preguntó. Su pierna izquierda entró en contacto con mi rodilla derecha y ahí continuó.

—Las representaciones gráficas no tienen tanto sentido para los ciegos, aunque se hagan en braille. Uno puede ayudar a entender la acción y a definir a los personajes, pero el peso de la narración debe ser escrito para que los niños no se pierdan.

—Tienes razón —dijo poniendo, de nuevo, su mano sobre mi hombro—. Me parece un proyecto maravilloso e intentaré que la fundación benéfica en la que trabajo se implique.

—Eso sería estupendo —contesté.

—Entonces, quedamos para la semana que viene y te cuento. Ahora te echo sin ningún pudor porque tengo otra reunión —añadió ayudándome a levantarme de la silla—. Gorka te dará una cita... o mejor, déjale un teléfono y te llamo yo. Estas cosas prefiero tratarlas personalmente ¿tú no?

—Sí, claro —acerté a balbucear, arrollado por su energía.

—Santi, eres un tío genial —dijo dándome un abrazo. Noté sus fuertes brazos rodeándome, su moldeado pecho contra el mío, su abdomen plano, su alborotado pelo rizado rozando mi cuello y su olor rodeándome. Ni que decir tiene que yo estaba excitadísimo.

lunes, 27 de junio de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 15

Cuando salí de la ducha, Marc y Sergio se reían. Conociéndoles, uno estaría valorando qué momento era el idóneo para sacar su tableta de chocolate (me refiero a sus abdominales, que conste) y el otro, averiguando información provechosa. Por suerte para mí, Marc no disponía de habitaciones libres en su casa ni aceptaba invitados permanentes, así que era poco probable que Sergio arriesgara su estancia en mi loft por un polvo. Aunque fuera con Marc. De haberle ofrecido un cuarto, seguramente, me los hubiera encontrado fornicando en la mesa de mi cocina como conejos. Pero eso sucedía en una realidad paralela. En esta, como ya he dicho, se reían y evaluaban sus movimientos en función de sus intereses. Saber de antemano que ninguno conseguiría su objetivo, era gracioso. Tendría que hacer más convenciones de exnovios. No imaginaba que pudieran ser tan ridículos ni tan divertidos. Mi aparición en escena, no obstante, cambió el ambiente reinante y disolvió sus planes.

—¿De qué habláis? —pregunté.

—Me estaba contando un chiste genial —me contestó Marc.

—Sí, sí —le secundó el otro—. Muy gracioso.

Por segunda vez en ese día (la primera fue al tener que recoger a tientas la vomitona de Ichi), deseé poder ver. Es algo que casi nunca me sucede. Pero poder observar sus caras de mentirosos, debía ser algo impagable.

—¿Ichi sigue dormido? —pregunté, por cambiar de tema más que nada.

—Sí, no se ha movido ni un milímetro —dijo Marc—. Se ve que el exceso de alcohol le ha dejado sin fuerzas.

—Echar fuera esa cantidad de líquido también tiene que cansar —añadió Sergio—. Por cierto, hemos abierto las ventanas.

—Yo me he opuesto —se defendió mi otro exnovio. Sabía lo mucho que me fastidiaba. Lo había sufrido un par de veces cuando salíamos juntos—. Pero no me ha hecho caso.

—Sí, me ha explicado tu interesante paranoia por la seguridad que derivó en prohibir abrir las ventanas —dijo con sarcasmo Sergio—. Pero el olor era espantoso y el aire acondicionado lo único que hacía era moverlo. Pero tranquilo, promete que no lo haré más si tus amigos se abstienen de vomitarte la casa de nuevo.

Si cualquier otra persona abriera mis ventanas y, después, me hablara así, le daría bastonazos hasta que se me cansara el brazo o viniera la policía. Y en "cualquier otra persona" incluyo a Ichi, Luna y Marc. Mi casa era mía y nadie iba a cambiarlo. Pero Sergio... él está en otra liga. Me cuesta reaccionar con naturalidad con él. Por eso le tengo de invitado. El primero y único de mi vida.

—No te preocupes —acerté a decir.

—Ahora sí que lo he visto todo —dijo Marc, que no daba crédito a lo que acababa de decir—. Acuérdate de ir a ver al editor.

—Tranquilo —respondí.

—Me llevaré a Ichi a su casa —añadió.

En ese momento, era yo el que no daba crédito.

lunes, 20 de junio de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 14

Cualquiera diría que, llegados a ese punto, el día transcurriría más relajado. Que alguien desparrame los múltiples y malolientes litros de su contenido estomacal por la entrada de tu apartamento, compensaría el mal karma acumulado de varios años. Que te toque recogerlo siendo ciego, debería bastar para tu vida entera. Y si, además, el que lo ha hecho resbala con el charco y tienes que rescatarlo y la vomitona se expande por toda tu casa porque vives en una especie de “casi loft” sin apenas paredes... bueno, eso es motivo de beatificación. Hay santos por cosas más nimias. Pero en mi otra vida debí ser una persona horrible.

"Toc, toc, toc" sonó en la puerta. Esta vez era Marc quien llamaba.

—Hola —saludó—. Huele a pota.

—Sí, lo sé —respondí con sequedad—. Es culpa de ese que está durmiendo en el sofá.

—Muy agradable. Entonces seré más breve de lo que tenía previsto ¿Recuerdas la mañana que fui a verte a la oficina? —me preguntó.

—El día que nos...

—Exacto. El día que nos enrollamos. Estuviste bastante bien, por cierto. Hay un par de cosas que nunca te había visto hacer. Sobre todo eso de...

—Al grano Marc, que se te va el tema —le corté. Sergio podía salir en cualquier momento del baño y no me apetecía que oyera eso. Tampoco Ichi. Era capaz de despertarse y vomitar de nuevo.

—Pues quería decirte que he encontrado un editor para tu cómic en braille —dijo—. Eso sí, no podrá ser Daredevil.

—Vaya mierda —me quejé—. Para un superhéroe ciego que hay...

—Ya, pero los derechos son los derechos. Y Marvel no te los cedería ni de coña.

—Bueno, al menos algo es algo.

—Por cierto, la cita es esta tarde a las cuatro.

—¡¡¡¡¡¡¡¡Qué!!!!!!!! —grité atónito—. ¡¿Esta tarde?! ¡¿Cómo no me lo has dicho antes?! Hace al menos un par de días que lo sabes.

—Se me olvidó —se disculpó—. Tú tampoco recordabas que tenía algo que contarte.

—¡¡¡Pero yo no sabía de qué narices querías hablarme!!! —cada vez estaba más enfadado—. Podía ser que te hubiera salido un grano o que hubieras probado un nuevo café.

—No, era lo del editor.

—Yo te...

En ese momento, la puerta del baño se abrió y Sergio salió. Debía llevar poca ropa, a juzgar por la reacción de Marc.

—Jooooooooder —dijo. Podía imaginarme la baba cayendo de su boca—. ¿Quién es ese tío que está tan bueno?

—Será la causa de tu muerte si se te ocurre acercarte a él —le amenacé.

—Tranquilo, tigre.

—Me voy a duchar, que huelo a mierda. Échale un ojo a Ichi de cuando en cuando —le pedí—. Y mantente alejado de Sergio.

viernes, 17 de junio de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 13

Lo largo que se hacen los días cuando esperas algo. Y la de cosas que pueden suceder hasta que llega. Yo, lo único que tenía planeado de la jornada, era la fiesta y sus preparativos necesarios. Levantarme, realizar las funciones fisiológicas que me correspondieran, arreglarme, llamar a un taxi, irme a casa de Miguel y desfasar un poco en espera de que sucediera algo más erotizante. Nada más. Como mucho, alguna interacción social cortés con el taxista o con su invitado.

El gesto de Sergio al hacerle el desayuno ya había sido una sorpresa agradable. Con segundas intenciones, como la mayoría de las cosas que hacía su exnovio, pero no por ello dejaba de ser bonito o delicioso. Estaba dispuesto a dejarse sobornar habitualmente si ello significaba más desayunos, invitaciones a cenar, alguna limpieza a fondo del baño o un masaje de espalda. Si el chico era feliz creyendo que le manipulaba, él no se lo iba a quitar. Además, así pagaba su estancia en la casa. Aunque tenía que pedirle que, para la próxima vez, comprase churros y porras. Ya que se ponía... Pero aún quedaban horas libres para más sucesos imprevistos. Y nada más insólito que podría pasar era recibir la visita sorpresa de Ichi. Borracho, para más señas.

—Estaba de fiesta y he venido a verte —se explicó.

—¿Cómo que estabas de fiesta? —pregunté extrañado—. Es por la mañana ¿te has pasado la noche bebiendo?

—Eso parece. Resulta que anoche... —Ichi detuvo su explicación a mitad. Por el ruido de fondo de los tablones, supe que había visto a Sergio—. ¿Ese es... es tu ex? Ichi se puso a gruñir y trató de lanzarse a pegar a Sergio. Y digo "trató" porque, en vista de su estado, en cuanto comenzó a soltar sonidos raros le agarré previendo lo que iba a ocurrir. Ya me lo conocía. No era su primera borrachera.

—¿Tienes un perro rabioso contigo? —me preguntó mi invitado.

—Es Ichi.

—No sé qué me estás diciendo —se quejó Sergio.

—Que es mi amigo Ichi —expliqué—. Su nombre es Ichi. Es un otaku.

—Muy interesante ¿explica eso también por qué está gruñendo o solo es otra de esas cosas que forman parte de su encanto?

—Está enamorado de mí. Y me parece que te quiere pegar.

—Has tratado muy mal a Santi —agregó Ichi como queriendo apoyar mi explicación—. Te mereces una paliza.

—No me explico cómo no te has liado con él —dijo Sergio—. Si me necesitas para algo, estaré duchándome.

—¿Sabes una cosa? —me preguntó Ichi, una vez nos quedamos solos.

—Dime.

—Te quiero... y tengo ganas de vomitar.

Dicho y hecho, litros de alcohol, refrescos, jugos gástricos y comida a medio digerir cubrieron en un instante la entrada de mi casa. Mal momento para ser ciego.

miércoles, 15 de junio de 2011

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 9

"¡Tummm!" El ruido de la maza de Bolea golpeando contra el campo de fuerza que rodeaba el banco, se pudo oír a tres manzanas de distancia. Sin embargo, lo más que consiguió fue que soltara unas cuantas chispitas azules.

"¡Tummm!"

"¡Tummm!"

"¡Tummm!"

"¡Tummmmmmmmm!"

La argentina no es de las que se rinden fácilmente. No está acostumbrada a que las cosas salgan de forma diferente a como las tenía previstas. Especialmente, si se refiere a su maza.

— Estúpida cosa de mierda. — Se quejaba entre goterones de sudor, antes de hacer un nuevo intento. — Te vas a abrir por mis santos cojones.

— Bolea, — dijo TR — se te empieza a perder tu "argentinidad". Deberías relajarte.

Ella le miró con cara de estar planteándose arrancarle la cabeza de un mazazo. Y, seguramente, estuviera pensándolo. Para que Bolea perdiera el acento y empezara a soltar palabrotas, tenía que estar muy, muy, muy, muy enfadada. En los años que se conocían, TR sólo la había visto así en dos ocasiones. Era algo excepcional. Ni en el incendio de la residencia de ancianos, ni cuando unos terroristas habían secuestrado a los niños de una guardería. Sergi no quería imaginarse lo que les haría a los Conjurados si lograban entrar en el banco.

— Déjame tu palo. — Le pidió Bolea. Aunque por su tono, se podía adivinar que la frase poco tenía de solicitud y mucho de exigencia.

— ¿Qué vas a... ? — Empezó él. Pero la paciencia de la mujer no daba ni siquiera para media pregunta y, con un rápido movimiento, le arrancó la vara de metal de las manos. — ¡Eh!, deja mi palo en paz. — Protestó, en vano, TR. — Es mío. Es mi seña de identidad. Como la del tercer Robin, Gámbito y la Tortuga Ninja Donatello.

— Cállate. — Rugió ella, haciendo que su amigo se quedara petrificado donde estaba.

Bolea extendió la vara metálica, la agarró con fuerza con la mano izquierda, situó un extremo lo más cerca del campo de fuerza que pudo y golpeó la otra punta con la maza, como si estuviera usando un cincel y un martillo. El resultado fue el esperado: saltaron chispitas azules. Luego salieron más chispitas. Después, las chispitas se hicieron rayitos. Eso no era tan esperado. Y, tras una explosión que mandó a Bolea y TR a tres manzanas de distancia, esas chispitas se convirtieron en rayos grandes y azules que se expandieron por todo el campo de fuerza. Los gritos que salieron del interior dieron una idea de que, posiblemente, alguno de esos enormes rayos había penetrado en el edificio y electrocutado a sus ocupantes. Y los gritos del exterior parecían indicar que también habían afectado a varios de los policías que cercaban el banco.

— La concha de la lora. — Dijo Bolea.

— Al menos has recuperado tu "argentinidad".

Como superhéroes responsables, pretendían volver a ver qué había sucedido y tratar de enmendar sus fallos, pero entonces apareció un helicóptero gigante, con un foco deslumbrante y cargado de policías con mala leche y grandes metralletas.

— Pongan las manos donde podamos verlas. — Dijo uno de los agentes por un megáfono. — Tiren las armas. Están detenidos.

Bolea y TR se miraron durante un milisegundo. Eran superhéroes, pero no les solía gustar que les detuvieran. Ya habían pasado por eso con anterioridad.

— ¡Corre! — Gritó TR.

Ambos salieron huyendo, cada uno en una dirección. TR se concentró en saltar de azotea en azotea. A pesar de eso, resbaló tres manzanas más lejos. Y esa vez, no estaba Bolea para agarrarle.

— Mieeeeeeeeeeeeeeeerda. — Gritó mientras se precipitaba al vacío.