miércoles, 22 de abril de 2015

Las aventuras de Baz el guerrero 31

—Me has besado por tu propia iniciativa —se rio Tayner mientras apartaba los escuetos jirones que un día fueron su ropa y que todavía le tapaban el pecho—. Ya no lo llevo —continuó apuntando a su torso. Allí, justo en el centro del esternón, destacaba una mancha negruzca del tamaño de una ciruela y de forma básicamente circular, aunque sus extremos se ramificaban bastante, dándole el aspecto de un erizo. Parecía una quemadura y, si se miraba con más detenimiento, se podía apreciar que el núcleo de esa mancha se hundía hacia el interior de la anatomía del joven, como si ese fuera un extraño receptáculo destinado a albergar algo. A Baz no le costó imaginar qué era lo que había estado alojado en aquel hueco hasta hacía unos pocos minutos.

—¿Ese era el sitio... ? —el guerrero empezó la pregunta, pero se detuvo a mitad de la frase. Se sentía algo confuso sobre el significado que podría tener aquella revelación.

—La primera vez que vi el Cristal de Marggen, casi no podía creerme que algo tan bello existiera —respondió el príncipe. Ya no sonreía—. Tenía una forma, un color, un brillo... se te metía en la cabeza. Fui incapaz de resistirme. Lo robé la misma noche que lo descubrí. Lo que no sabía era que esa joya que me colgaba al cuello empezaría a introducirse bajo mi carne en cuanto entró en contacto con mi piel. Fue un infierno... pero lo volvería a hacer sin dudarlo.

—Siento que lo perdieras. Se te nota afectado.

—Ha sido... raro. Esa cosa estaba fusionada no solo estaba fusionada conmigo a nivel físico, también mental. Siento como si me hubieran arrancado un trozo de cerebro —dijo Tayner—. Claro que no es una pérdida tan grande. Desde luego, está claro que no lo necesito para conquistar a hombres guapos y musculosos que van medio desnudos por el mundo.

La pícara sonrisa que iluminó la cara del príncipe provocó que el corazón de Baz se pusiera a bombear a máxima potencia. Y aún se aceleraría más cuando le agarró de la cintura y le abrazó. Estaban tan próximos que la nariz de uno rozaba con la mejilla del otro.

—Eh... estaba contento al ver que estabas vivo —dijo el guerrero nervioso.

—Ya me he dado cuenta —respondió el joven mientras sus manos empezaban a explorar la espalda de su compañero—. Tu taparrabos va a explotar.

—Supongo que seguirás necesitando un guardaespaldas. Más ahora que no tienes el campo de fuerza —susurró el guerrero. Se moría por volver a besar el Tayner, pero no se decidía a tomar la iniciativa, como si saber que ya no se encontraba bajo el influjo del hechizo amoroso le impidiera dejarse llevar por los deseos que palpitaban por sus venas.

—Claro —respondió el príncipe al oído del otro—. Así no tendré que usar mi magia para defenderme.

—¿Magia? —preguntó perplejo Baz—. ¿Eres mago?

—Sí, puedo invocar una espada de energía bastante útil. Aunque no mola tanto como la espada que te quiero enseñar ahora mismo.

—¿Y por qué no la has utilizado en este tiempo?

—¿Te refieres a la mágica o a la que mola?

—A la mágica, obviamente —respondió Baz molesto.

—No me gusta malgastar mis poderes —explicó Tayner—. Para eso está la plebe.

—Así que nunca has estado en peligro —dijo el guerrero apartando al chico. La lujuria que le consumía unos segundos antes se había esfumado por completo, dejándole ver de nuevo todos los defectos del príncipe que tanto detestaba.

—Bueno, me encontraba cansado y eso nunca favorece que use mis poderes, pero supongo que me podría haber apañado si no llegas a aparecer.

—Eres increíble —gruñó Baz enfadado—. Búscate otro guardaespaldas.

—Pero es posible que me suceda algo malo.

—Estoy seguro de que así será.

—Y me necesitas para comprar ropa en el pueblo.

—Ahora mismo tú no vas mejor vestido que yo —indicó el guerrero—. Al menos mi taparrabos me tapa... eso.

—Pero, no puedes abandonarme. Incluso tenía pensado presentarte a mi padre el rey y a mi hermano, el príncipe Trelios.

—¿Trelios? —A Baz le costó pronunciar el nombre.

—Sí, seguro que te cae bien. Sois bastante parecidos... bueno, salvo porque él forma parte de la realeza y tú eres un pueblerino. Él también fue a una academia militar y todas esas cosas.

—Está bien, te acompañaré —dijo el guerrero sonriente. Si aguantar a Tayner era el precio que debía pagar para volver a encontrarse con su amor de juventud, estaba más que dispuesto a hacerlo.

—Yo también me apunto —mugió Häarnarigilna.  

viernes, 10 de abril de 2015

Las aventuras de Baz el guerrero 30

—No rompáis la gema. Antes dejad que mire bajo sus pantalones —oyeron que gritaba alguien a sus espaldas.

El polvo levantado por la estrepitosa caída de Morfin se les había metido en los ojos y les costaba distinguir bien el rostro del personaje, aunque Baz salió corriendo en su dirección igualmente. No necesitaba contemplar su cara para saber a quién pertenecía aquella voz chillona. Resultaba algo ilógico porque estaba bastante seguro de haberle visto morir unos pocos minutos antes, pero también le parecía imposible que existieran dos personas tan despreocupadas y faltas de sentido común. Estaban a punto de vencer al monarca del poderoso reino de Elveiss al que una piedra mágica había convertido en un gigante asesino con poder suficiente para 7conquistar el mundo. Pero a él lo único que le preocupaba era echarle a su entrepierna mientras fuera de tamaño descomunal. solo Tayner podía ser tan inconsciente y estar tan salido.

Baz agarró al príncipe a la carrera y con los ojos acuosos (él aseguraría más tarde que sus lágrimas las provocaron el polvo suspendido en el aire) abrazó al príncipe con fuerza. Tayner, que no parecía sentir tanta emoción por el reencuentro, tratando de liberarse como un gato recién bañado. Necesitaba averiguar el tamaño que tendrían las partes bajas de Morfin y, a pesar de que resultaba obvio que sería imposible que se escapara de la presa del caballero, siguió intentándolo sin cesar. solo se quedó quieto cuando notó el roce de los labios de Baz contra los suyos. Bueno, en realidad no se quedó completamente quieto, pues sus manos empezaron a moverse por toda la anatomía de su guardaespaldas (haciendo especial hincapié en aquellas zonas cubiertas por su diminuto taparrabos). Así permanecieron durante un rato, hasta que les devolvió a la realidad el tremendo estruendo provocado por el martillo de Häarnarigilna al destrozar la gema mágica.

—¡Noooooooooooooooooo! —gritó Tayner desesperado mientras el cuerpo del rey de Elveiss recuperaba su tamaño habitual—. Maldita vaca, podías haber esperado un poco.

—Perdona, creía que estaríais más tiempo entretenidos —se disculpó la rumiante con una malévola sonrisa.

—No es justo, me he perdido la única ocasión en la que mi marido podría haberme satisfecho —se lamentó el príncipe.

—Yo no le vi muy dispuesto a satisfacerte —dijo el guerrero—. Más que nada por el tema ese de querer matarte...

—Por cierto, ya que lo mencionas ¿cómo es que no estás muerto? —intervino la vaca.

—¿Te molesta que sobreviviera?

—Es posible, pero lo pregunto sobre todo por curiosidad. Ningún ser humano habría aguantado algo así.

—Sigo vivo gracias a que mi campo de fuerza absorbió la mayoría del impacto —explicó Tayner—. Eso sí, ya no podré usarlo más porque la piedra que lo creaba se ha destrozado con la tensión que ha tenido que soportar.

—Esa piedra... ¿es la del hechizo amoroso? —preguntó Baz.

—Claro —respondió el príncipe—. ¿Cuántas piedras mágicas crees que llevo encima?

—¿Ya no hay hechizo? —insistió el guerrero.

—No, me has besado por tu propia iniciativa —se rio Tayner.