—No rompáis la gema. Antes dejad que mire bajo sus pantalones —oyeron que gritaba alguien a sus espaldas.
El polvo levantado por la estrepitosa caída de Morfin se les había metido en los ojos y les costaba distinguir bien el rostro del personaje, aunque Baz salió corriendo en su dirección igualmente. No necesitaba contemplar su cara para saber a quién pertenecía aquella voz chillona. Resultaba algo ilógico porque estaba bastante seguro de haberle visto morir unos pocos minutos antes, pero también le parecía imposible que existieran dos personas tan despreocupadas y faltas de sentido común. Estaban a punto de vencer al monarca del poderoso reino de Elveiss al que una piedra mágica había convertido en un gigante asesino con poder suficiente para 7conquistar el mundo. Pero a él lo único que le preocupaba era echarle a su entrepierna mientras fuera de tamaño descomunal. solo Tayner podía ser tan inconsciente y estar tan salido.
Baz agarró al príncipe a la carrera y con los ojos acuosos (él aseguraría más tarde que sus lágrimas las provocaron el polvo suspendido en el aire) abrazó al príncipe con fuerza. Tayner, que no parecía sentir tanta emoción por el reencuentro, tratando de liberarse como un gato recién bañado. Necesitaba averiguar el tamaño que tendrían las partes bajas de Morfin y, a pesar de que resultaba obvio que sería imposible que se escapara de la presa del caballero, siguió intentándolo sin cesar. solo se quedó quieto cuando notó el roce de los labios de Baz contra los suyos. Bueno, en realidad no se quedó completamente quieto, pues sus manos empezaron a moverse por toda la anatomía de su guardaespaldas (haciendo especial hincapié en aquellas zonas cubiertas por su diminuto taparrabos). Así permanecieron durante un rato, hasta que les devolvió a la realidad el tremendo estruendo provocado por el martillo de Häarnarigilna al destrozar la gema mágica.
—¡Noooooooooooooooooo! —gritó Tayner desesperado mientras el cuerpo del rey de Elveiss recuperaba su tamaño habitual—. Maldita vaca, podías haber esperado un poco.
—Perdona, creía que estaríais más tiempo entretenidos —se disculpó la rumiante con una malévola sonrisa.
—No es justo, me he perdido la única ocasión en la que mi marido podría haberme satisfecho —se lamentó el príncipe.
—Yo no le vi muy dispuesto a satisfacerte —dijo el guerrero—. Más que nada por el tema ese de querer matarte...
—Por cierto, ya que lo mencionas ¿cómo es que no estás muerto? —intervino la vaca.
—¿Te molesta que sobreviviera?
—Es posible, pero lo pregunto sobre todo por curiosidad. Ningún ser humano habría aguantado algo así.
—Sigo vivo gracias a que mi campo de fuerza absorbió la mayoría del impacto —explicó Tayner—. Eso sí, ya no podré usarlo más porque la piedra que lo creaba se ha destrozado con la tensión que ha tenido que soportar.
—Esa piedra... ¿es la del hechizo amoroso? —preguntó Baz.
—Claro —respondió el príncipe—. ¿Cuántas piedras mágicas crees que llevo encima?
—¿Ya no hay hechizo? —insistió el guerrero.
—No, me has besado por tu propia iniciativa —se rio Tayner.
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