viernes, 30 de mayo de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 7

Hans debía de tener mucho estrés acumulado porque no tuve que insistir mucho en la cuestión del masaje para que aceptara. Claro que, después de haber conocido a su jefa, no me extrañaba lo más mínimo que el criado estuviera de los nervios. Debía resultar un auténtico suplicio soportar, día tras día, los gritos de la histérica (aunque atractiva) señora de la casa. Sin embargo, lo más curioso del asunto fue que el pobre Hans había creído que mi intención no era otra que la que darle un simple masaje. Ni más, ni menos. Hay que ver lo inocente que llega a ser la gente. "Te doy un masaje" sólo es una excusa para empezar a desnudar a alguien y manosearle a un poco antes de pasar a mayores. Tampoco "vente a cenar y a ver una película en mi casa" y "te invito a una copa" significan lo que parecen sino que, en realidad, son estratagemas para llevarte a la cama. Es un lenguaje universal. Pero como el criado no lo conocía, se llevó una gran sorpresa cuando mis manos abandonaron sus hombros y se deslizaron lentamente por su espalda hasta su culo. Y aún más se sorprendió al empezar a desabrocharle el cinturón. Pero, a pesar de tanta sorpresa (también alguna me llevé yo, pues el chico mejoraba sin ropa), Hans no puso pegas a que continuara tratando de liberarle de su estrés.

Terminados los diversos masajes que le hice por diversas zonas del cuerpo con diversos miembros de mi anatomía, el criado se marchó (mucho más relajado que al comenzar) y yo me di una ducha. En eso estaba cuando escuché una voz que me llamaba desde la habitación.

—¿Señor Nicholas? ¿está ahí? —preguntó Gotthold desde la puerta del baño—. Perdone que le moleste.

—Es igual, ya voy a salir —dije cerrando el grifo. Me sequé un poco con una toalla y pasé completamente desnudo a la habitación. Siempre ayuda que los posibles clientes vean el género antes de catarlo y yo tenía muchas ganas, a pesar de mi reciente "masaje" con Hans, de que el conde catara todo el género que fuera posible catar.

—Si quiere, espero fuera mientras se viste —comentó el chico dándose la vuelta avergonzado.

—No hace falta. Ambos somos hombres. No tengo nada que no hayas visto —respondí mientras empezaba buscar por el cuarto (sin demasiada atención) la ropa que había dejado tirada por el suelo al comienzo de mi "masaje" con Hans. De reojo pude ver cómo Gotthold repasaba mi anatomía de arriba a abajo—. Bueno, dime qué querías comentarme.

—No se lo he dicho antes porque no quiero que mi madre se preocupe, pero conozco la entrada a la guarida del monstruo.

—¿Qué me dices?

—Se encuentra en el bosquecillo cercano, junto a un lago —continuó el conde—. Podríamos acercarnos una vez mi madre se haya dormido.

—¿Y no sería más adecuado ir por la mañana? —pregunté. Una propuesta del tipo "vamos los dos solos esta noche al bosque a cazar un monstruo" hacía suponer un montón de posibles y eróticos finales, pero la parte del monstruo me seguía sin convencer. Me parecía más seguro investigarlo a la luz del día, momento en el que la mayor parte de las criaturas demoniacas están durmiendo plácidamente.

—El túnel por el que hay que entrar suele estar inundado y sólo es practicable por la noche, al bajar la marea —explicó Gotthold.

—Los lagos de montaña no tienen mareas —apunté.

—Este sí.

—¿Y no tienes un par de equipos de buceo?

—Señor Nicholas, vivo en las montañas ¿para qué iba a comprarme equipos de buceo? —dijo el conde.

—Yo que sé, tú eres el que vive cerca de un lago con mareas —respondí.

—Además, así mi madre no sospechará nada —comentó Gotthold—. La pobre se altera fácilmente.

—Sí, ya lo he visto —comenté—. Bueno, pues iremos a tu lago mágico esta noche.

lunes, 26 de mayo de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 03

El taparrabos seguía haciendo poco honor a su nombre (aunque ya se debía a otras razones diferentes) pero eso no impidió a Baz adoptar una pose de dignidad mientras, enfadado, se alejaba por donde había venido.

—¿Dónde vas? —le preguntó Tayner corriendo tras él.

—Los espadachines han huido, así que sigo mi camino —respondió el guerrero sin detenerse.

—No puedes irte —le ordenó el príncipe. Trataba que su voz sonara autoritaria, pero era evidente que estaba asustado—. Tienes que quedarte para protegerme.

—Hay un pueblo a medio día de camino. Si te das prisa llegarás antes de que se llegue la noche.

—¿Cómo te atreves a hablarme con esa familiaridad? ¡Yo soy hijo de Yurgos, rey de Kierg! —gruñó Tayner indignado—. ¿Qué ha pasado con tus modales?

—Perdiste tu derecho a ser tratado con respeto en el momento en que tus manos trataron de robarme —respondió Baz.

—Pero no puedes dejarme así. Hay asesinos persiguiéndome —dijo el príncipe con tono de súplica—. Si vienes conmigo te pagaré por tus servicios más de lo que puedas imaginar.

—¿Y a quién se lo robarás?

—Mi padre te recompensará —contestó Tayner—. Te nombrará capitán… o sargento… o coronel ¡lo que quieras será tuyo!

—Tengo todo lo que necesito en mi fardo que está…

Baz se quedó callado. Había llegado al lugar en el que recordaba haber dejado su hatillo cuando corrió en ayuda del príncipe, pero allí no había nada. Unas huellas recientes hacían pensar que alguien acababa de pasar por allí y que lo había robado.

—¡Mierda! —gritó Baz. Estaba muy enfadado. De hecho, solo hablaba de esa forma cuando la ira recorría su cuerpo y tenía ganas de cortar cabezas. Esa era la tercera vez que le ocurría en su vida. La anterior había sucedido unos cuantos años antes, cuando Trelios abandonó la academia militar—. Tengo que recuperar mis cosas…

El guerrero miró al suelo, pensativo. Las huellas llegaban claramente hasta allí, pero no había señales de la dirección que habían tomado los ladrones. Parecía que se hubieran desvanecido en el aire. Tampoco con la vista logró encontrar señal alguna de los bandidos. El sendero se encontraba despejado en ambos sentidos. Podían haberse marchado en cualquier dirección, incluso a través de los campos circundantes. Pero si se ponía a investigar su viaje se retrasaría.

—Seguiré mi camino por si me los encuentro. Y, si no es así, me compraré ropa en la próxima tienda —concluyó. Era tan cabezota que prefería perder lo que llevaba a tardar más de dos días en llegar al siguiente pueblo.

—Entonces me vas a necesitar —dijo Tayner con una sonrisa.

—¿Para qué? El dinero que llevo en la bolsa y que he evitado que me quitaras servirá para adquirir lo que necesito.

—Ya, pero dudo que te permitan entrar en la aldea con esas pintas —continuó el príncipe.

—Seguro… —empezó Baz, pero el resto de la frase murió en sus labios. Era obvio que el muchacho tenía razón.

—Sabes que estoy en lo cierto —apuntó Tayner.

—Está bien —aceptó el guerrero tras meditarlo unos minutos —pero tendrás que prometerme que no volverás a intentar robarme.

—De acuerdo, no trataré de robarte la bolsa otra vez. Palabra de príncipe —dijo el joven poniéndose el puño en el pecho.

—Te voy a estar vigilando.

—Eso espero —respondió Tayner—. Serías un pésimo guardaespaldas si no lo hicieras.

viernes, 23 de mayo de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 6

—Le noto un poco estresado ¿quiere que le dé un masaje? —me ofrecí.

—Déjese de tonterías, señor Nicholas —me reprendió la señora—. Mi Gotthold aún está afectado por la caída que acaba de sufrir.

—Estoy bien —respondió el conde sentándose lo más lejos de su madre que le permitió el sofá. Aunque antes dijera que su hijo “estaba crecidito” era obvio que la mujer seguía tratándole como a un crío, actitud que a Gotthold no le hacía ni pizca de gracia. Tendría que enseñarle al joven cómo trataba yo a los hombres hechos y derechos—. Me preocupa el terremoto —continuó—. Nunca habíamos notado uno tan temprano.

—Quizás los monstruos me estuvieran dando la bienvenida —dije riendo. A pesar de mi buen humor exterior, por dentro no me sentía tan jovial. Las criaturas sobrenaturales son seres de costumbres fijas. Que hubieran variado su rutina por mí (o por la razón que fuera) era una mala señal.

—Es usted imposible —gruñó la dueña de la casa.

—Me había dicho que había una leyenda familiar —apunté ignorando a la señora. Estaba embelesado por la belleza del conde. Uno de los botones de su camisa se había desabrochado y podía verle parte de su musculado pectoral derecho.

—Sí, así es —afirmó el joven—. Cuenta la historia que cuando el que sería el primer conde de Ameisenhaufen llegó a estas tierras, no era más que un mísero labriego de dudosa reputación que escapaba de sus deudas. No tenía intención de detenerse aquí, pero la noche se le echó encima antes de lo previsto y no le quedó más remedio que acampar a un lado del camino. Cuando despertó a la mañana siguiente, descubrió que se había dormido sobre un hormiguero y estaba cubierto de hormigas. Mientras se deshacía de ellas, un espíritu de las montañas se apareció junto a él y se ofreció a concederle tres deseos si dejaba de matar a los pobres insectos. Mi antepasado pidió fortuna, tierras y un linaje de alta alcurnia. El espíritu le construyó este castillo, le dio un enorme tesoro y le otorgó un título nobiliario que conmemoraría ese encuentro, pues se convertiría en el conde de Ameisenhaufen (el hormiguero). Creyendo que la buena suerte por fin le sonreía, mi antepasado se encaminó a su nuevo castillo con tan mala suerte que pisó una hormiga sin querer. El espíritu montó en cólera y maldijo al conde. “Los muertos se levantarán, vuestro propio apellido os traicionará y de las profundidades de la Tierra se alzará un ser inimaginable” anunció. Y así, de cuando en cuando, un cruel monstruo emerge de su tumba para atormentar a la población y a mi familia.

—¿Qué le parece? —me preguntó la señora con cara de curiosidad.

—Familiar —respondí—. Créanme, pase lo que pase, nunca es buena idea aceptar regalos de seres sobrenaturales. Siempre acaba mal.

—¿Y qué propone que hagamos?

—Yo diría que descansar hasta la cena sería un plan bastante bueno —dije—. Durante la noche será más provechosa la investigación —añadí al ver la cara de perplejidad de la mujer—. Como han dicho antes, lo normal es que estos sucesos ocurran por la noche, por lo que se puede suponer que se tratará de monstruos nocturnos.

—Está… bien —admitió la señora—. Le contrataré durante un par de días para ver qué tal se desenvuelve y cuáles son sus métodos. Pero le advierto que si no obtiene resultados, no le pagaré.

—No hace falta que pague nada —contesté. Cuando tienes una cartera mágica que te da dinero, no hace falta cobrar por realizar tu trabajo. Aunque, en realidad, yo lo hago gratis porque cada vez que acepto que me paguen, me suceden cosas malas. La última vez me atropelló un autobús, perdí el dinero y la cartera no me dio ni un billete durante un mes. Desde entonces, prefiero no arriesgarme—. Me vale con una habitación, un baño y un sitio a la mesa.

—De acuerdo entonces, Hans le acompañará a sus aposentos.

—¿Y no podría ser Gotthold? —pregunté sonriente—. Así podríamos ir comentando el caso y… conocernos un poco mejor.

—Señor Nicholas —chilló la señora en un tono tan agudo que temí que fueran a reventar los cristales de las ventanas—, en las casas decentes a los invitados los acompaña el servicio. Mi hijo tiene asuntos más importantes que atender.

—Claro, claro —respondí mientras, en mi cabeza, tachaba a la mujer de mi lista de gente a la que me quería tirar. Puedo acostarme con un hombre-lobo, pero no soporto a las señoras gritonas. Y era una pena porque su porte, sus modales y hasta su actitud de gran dama insufrible, me ponían bastante.

—Sígame, señor —me dijo el mayordomo.

—Oye Hans, te noto estresado —comenté mientras nos adentrábamos por los oscuros pasillos del castillo—. ¿Quieres que te haga un masaje?

lunes, 19 de mayo de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 02

Con el taparrabos haciendo poco honor a su nombre (no era una prenda que estuviera diseñada para saltar, correr o pelear) Baz se lanzó sobre los tres hombres vestidos de negro que amenazaban al joven asustado. La entrada del guerrero, espada en ristre, con sus músculos en tensión y dejando a la vista cada centímetro de su fuerte cuerpo fue una visión tan impactante que, incluso aquellos de los presentes que se consideraban heterosexuales, se quedaron atónitos. Pasaría mucho tiempo antes de que dejaran de soñar con ello. Pero, aunque la visión del guerrero desnudo pudiera hacer que se plantearan su orientación sexual, en el momento la confusión que causó no fue tan profunda y los asesinos se recuperaron rápidamente de la impresión. Eran personas entrenadas y sabían cómo centrar su atención en la lucha, sin importar el atractivo de su enemigo o las ropas que llevara (o no llevara, en este caso).

La lucha comenzó bastante mal para Baz y no todo tenía que ver con su evidente inferioridad numérica. Él seguía un código de honor que no parecía importar a los enemigos a los que se enfrentaba. Patadas en la entrepierna, ataques por la espalda, arena en los ojos, armas ocultas… sus adversarios no dudaban en usar cualquier recurso, por sucio que fuera, con tal de vencerle. Varias veces le derribaron durante los primeros minutos de pelea y, en un par de ocasiones, el filo de una espada estuvo a punto de atravesarle el pecho. Sin embargo, Baz no se rindió y continuó atacando hasta que consiguió herir a los tres en el brazo derecho. Los hombres vestidos de negro, viendo que no podrían manejar la espada, huyeron a la carrera. Baz les dejó escapar y fue a ver cómo se encontraba el joven.

—Te agradezco la ayuda… espadachín —le dijo el chico. Aún le temblaba el brazo del miedo que había pasado.

—De nada, de nada —respondió Baz nervioso. Era incapaz de apartar la mirada de los ojos verdes del joven. Le recordaban a los de Trelios, su mejor amigo en la academia militar—. Me llamo Baz.

—Yo soy el príncipe Tayner, hijo pequeño del rey Yurgos.

—¡¿Un príncipe?! —dijo Baz sorprendido. Había estado tan preocupado en salvarle que no se había fijado en nada más (salvo en sus ojos verdes, claro). Pero mirándolo bien, sí que tenía la apariencia de un noble. Los ropajes que llevaba estaban algo rotos y sucios, pero era indiscutible que habían sido confeccionado con tela de calidad. Aunque lo que le sacó de dudas fue el emblema que bordado en hilo de oro todavía relucía sobre su pecho. Representaba a dos garzas con los cuellos enredados y un mapache con un pez en la mano. Era el escudo de la familia real de Kierg.

—¿Cómo podría recompensarte por tu ayuda? —preguntó Tayner.

—Bueno…

Ambos se quedaron en silencio, mirándose fijamente a los ojos. El parecido con los de Trelios estaba despertando en Baz unas emociones que hacía tiempo que no sentía. Quería besar a Tayner apasionadamente. El príncipe debía tener una idea parecida pues empezó a aproximarse lentamente al guerrero.

—Eso que vuestra manos izquierda palpa, es mi pene —susurró Baz.

—¿Te disgusta? —preguntó Tayner con una amplia sonrisa.

—Me importa más que vuestra mano derecha esté tratando de robarme la bolsa en la que guardo mi dinero —respondió el guerrero con seriedad apartándose del príncipe.

—Ups.

viernes, 16 de mayo de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 5

—Así que hay un monstruo ¿verdad? La noto estresada, déjeme que le dé un masaje —me ofrecí.

—Desde que murió mi querido marido, ningún hombre ha tocado mi cuerpo. —dijo ella.

—¿Eso es un sí? —pregunté algo confuso.

—Por supuesto que no, señor Nicholas.

—Ah, ya veo —contesté. Si quería ganarme la confianza de la señora iba a tener que trabajar mucho. Por suerte había otras opciones disponibles—. ¿Y a su mayordomo le puedo dar un masaje? Él también parece estresado.

—No sé cómo se harán las cosas en su Hungría natal, señor Blaine, pero aquí hay un momento y un lugar para cada cosa —gruñó la señora Hormiguero con cara de pocos amigos.

—Está bien, dejaré el masaje para cuando estemos a solas —respondí guiñándole el ojo al mayordomo—. Cuénteme lo de su monstruo.

—Ha sido horrible. No se lo puede imaginar. Espantoso. Nunca pensé…

—Sí, ya me imagino —la corté. Me empezaba a invadir mi acostumbrada desgana laboral. Todo hubiera sido más entretenido de haber podido amenizar el trabajo con algo de sexo, pero estaba claro que tardaría algo de tiempo en conseguirlo—. Horrible y espantoso. Es lo normal. Pero ¿qué pasa?

—El ganado desaparece, las cosechas amanecen segadas y extraños temblores agitan la aldea. Los hombres del pueblo organizaron una batida para descubrir la causa, pero no consiguieron encontrar nada. Y los que lo hicieron… —La mujer contuvo el aire mientras duró su pausa dramática—. ¡¡Aparecieron cortados por la mitad!!

—Sí, no parece algo que haría un televisor. Puede que un frigorífico enfadado… ¿han tenido problemas con los congelados? — Pregunté.

En esos momentos el castillo comenzó a temblar. Siempre me había imaginado que los terremotos sucedían poco a poco, que empezaban con un ligero tembleque que se iba incrementando a medida que transcurría el tiempo. Ese, desde luego no fue así. En un segundo el sofá estaba corriendo por la habitación y la lámpara de araña oscilaba violentamente en el techo. El resto de muebles parecían bien asegurados a las paredes, pues no se movían ni un centímetro. Incluso los jarrones y los cuadros permanecían inmóviles en sus sitios. Se notaba que tenían experiencia en ese tipo de situaciones.

El temblor terminó tan abruptamente que tardé casi un minuto en darme cuenta de que el sofá ya no correteaba por la sala.

—Sí, no parece cosa de un frigorífico —admití.

—La leyenda dice que se trata de un ser inimaginable proveniente de las profundidades insondables de la Tierra —dijo la señora Hormiguero entre susurros.

—Sí, las leyendas familiares suelen ser así de divertidas ¿Sabe si dice algo que pueda ayudarnos?

—Eso debería preguntárselo a mí hijo Gotthold. Él es ahora, tras la muerte de mi marido, el Guardián de los Libros y el Defensor de Ameisenhaufen. Hans —continuó dirigiéndose al mayordomo—, dile al señor que venga.

—No será un niño ¿verdad? —pregunté asustado. No suelo llevarme bien con los niños. Menos aún con los mocosos consentidos y malcriados que tenían mayordomo y vivían en castillos.

—Señor Blaine, mi Gotthold está crecidito —respondió la señora—. Mírelo, por ahí viene.

Por la puerta del salón entró un joven de unos 25 años. Su fuerte cuerpo con los músculos bien definidos dejaba claro que no tenía nada de niño. Tampoco parecía un pijo malcriado. De hecho, iba bastante desaliñado con el pantalón cubierto de barro y la camisa entreabierta y empapada en sudor. Me encantaba. Sin ninguna duda, iba a pasármelo bien en ese caso.

—Soy Gotthold, conde de Ameisenhaufen —dijo estrechándome la mano—. Perdone mi aspecto. El caballo que estaba montando me ha tirado cuando ha ocurrido el terremoto.

—Yo sí que te voy a montar —pensé.

lunes, 12 de mayo de 2014

Nueva historia: Las aventuras de Baz el guerrero

Será que dispongo de mucho tiempo libre o que me cuesta hacer dos entradas semanales de "Diario de dos treintañeros, uno ciego y ambos gais", el caso es que aquí empieza una nueva historia semanal. En este caso trata de las aventuras de Baz Sannir, un guerrero en busca de justicia... y de algún chico que le soporte. Espero que les guste.

Las aventuras de Baz el guerrero 01

Los soles trillizos se hallaban a esas horas juntos en el punto más elevado del cielo desde donde arrojaban sin descanso sus rayos abrasadores sobre todo aquello que se encontrara al descubierto. Lo hacían sin demasiada malicia, como cualquier otra gigantesca bola de gas incandescente espacial, pero eso no consolaba a las gentes del reino de Kierg, que sufrían uno de los veranos más calurosos que se recordaba. En la Tierra de las Llanuras Azules los viejos del lugar aseguraban que la única ocasión en la que tuvieron una temperatura similar en la comarca fue cuando la lava del volcán Firobia la cubrió con su lava.

El silencio reinante en la zona hacía pensar que una catástrofe como esa acababa de suceder, pues no se oía (literalmente) ni una mosca y la mayoría de las casas se encontraban vacías. Casi todos sus habitantes se habían marchado escapando de la calorina que azotaba la zona hacia las playas de Begún, los lagos montañosos de Zodí o cualquier otro lugar en el que se pudiera estar al aire libre sin temor a morir abrasado.

Solo un ser vivo se atrevía a atravesar las marchitas Llanuras Azules (aunque su color en esos momentos tiraba más hacia el amarillo seco). Su nombre era Baz Sannir y, a pesar de no haber muerto abrasado, parte de su ser lo deseaba. Tenía tanto calor que, al final, decidió quitarse todas las agobiantes prendas que cubrían su cuerpo y hacer un fardo con ellas. Lo único que se dejó puesto fue una especie de taparrabos, además de las botas y el cinturón del que colgaba una espada y un par de sacos. Que fuera prácticamente desnudo era un hecho extraordinario que únicamente ese abrasante verano podía conseguir. Y no solo por lo extraordinario que resultaba la visión de su prominente pecho, su ancha espalda, sus brazos moldeados, sus piernas fuertes y sus esculpidos abdominales. También era extraordinario que una persona tan cuadriculada y formal como Baz osara ir así por un camino público. Por suerte para su pudor, nadie más que él era tan inconsciente como para exponerse al sol en esos instantes.

Baz, en realidad, no lo hacía por ignorancia o estupidez, pues era un chico listo y despierto. Tampoco por practicar deporte. Ni, desde luego, porque fuera nudista. La razón por la que el guerrero se encontraba casi desnudo en un sendero comarcal se debía a su cabezonería. Había planificado que el viaje al siguiente pueblo iba a durar un par de días y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario (incluso morir deshidratado en cueros) con tal de lograr su objetivo. Cuando algo se le metía en la cabeza, lo seguía con ahínco y determinación hasta que lo conseguía. Salvo los chicos. En ese tema, a pesar de su musculado y perfecto cuerpo, no tenía nada que hacer. Por algún motivo, Baz Sannir era un negado en lo que a relaciones se refería. La única época en la que había tenido cierto éxito con los hombres había sido durante su internado en la academia militar. Claro que encerrado en un edificio lleno de adolescentes hiperhormonados era sencillo. No era de extrañar que ese fuera uno de los periodos más felices y satisfactorios (sobre todo sexualmente hablando) de su vida.

Sin embargo, por cabezota que fuera, Baz se cansaba igual que el resto de la gente y pronto iba a tener que hacer un alto para reponer fuerzas. Ya estaba buscando un sitio apropiado para echarse una siesta cuando unos desesperados gritos pidiendo auxilio llegaron hasta él.

Baz no dudo ni un segundo. Dejó el fardo que llevaba en el suelo, desenvainó su espada y, sin acordarse de que iba en taparrabos, se lanzó en la dirección de la que provenían los chillidos. A pocos metros, tras unos matorrales, encontró a tres hombres vestidos de negro que amenazaban a un joven viajero. El muchacho había sacado su espada, pero el temblor de su mano no hacía presagiar que fuera a tener demasiado éxito en el combate. Aunque lo que más le llamó la atención a Baz fueron sus preciosos ojos verdes.

viernes, 9 de mayo de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 4

—Buenas tardes, soy Blaine Nicholas —me presenté en cuanto se abrió la puerta del pequeño castillo—. Investigador de lo paranormal.

A estas alturas debería comentar que no entiendo ni una palabra de alemán. Por suerte, uno de los efectos secundarios de mi mágica “condición” es una capacidad extraordinaria para leer, hablar y escribir cualquier idioma de la tierra, aunque no lo haya escuchado en mi vida o desconociera su existencia. Eso facilita bastante comunicarme con las personas que acaban convirtiéndose en mis clientes. Y también con los seres demoniacos a los que me enfrento dentro y fuera de la cama. Esos bichos no suelen comunicarse en las lenguas de la superficie. Claro que como nunca hay un regalo gratis, aunque hable a la perfección cualquier idioma, siempre lo hago con acento extranjero. Incluso cuando uso mi lengua natal. En España, parezco francés. Y en Francia, italiano. No es que sea algo grave, pero a veces dificulta el trabajo. Por alguna razón incomprensible, hay gente que tiene problemas para confiar en brujos extranjeros desconocidos que se presentan en su puerta una noche sin luna. Claro que es posible que el problema no sea el acento, sino todo lo demás.

—¿Y en qué puedo ayudarle… señor… eh… investigador? —dijo el atractivo mayordomo algo confundido.

—He oído que, quizás, necesitaran mis servicios —contesté—. Ya sabe, con sucesos extraños y ese tipo de cosas.

—Pase —me ofreció. En su cara se adivinaba que sabía de qué hablaba, a pesar de que yo no tuviera ni idea—. Avisaré a la señora.

—¿De dónde piensa que soy? —pregunté. Tenía curiosidad de cómo sonaba en alemán.

—Parece… húngaro —respondió confuso—. O rumano.

—Pues eso será —comenté con una sonrisa. No había nada más apropiado para investigar lo que sucedía en un oscuro castillo de Centroeuropa que tener el acento de Drácula.

El mayordomo se adentró en la casa y me dejó solo en el salón, admirando cómo le marcaba el culo el pantalón del uniforme mientras se alejaba. Tardó unos minutos en regresar con una señora rubia, alta y de curvas exuberantes. Se notaba que en su juventud había sido una belleza, pero seguía manteniéndose en forma a sus cincuenta y algo. Sin ninguna duda, iba a pasármelo bien. Y, además, no llevaba anillo de casada. No soy celoso, pero los maridos siempre complican las cosas y estropean la diversión.

—¿Señor Nicholas? Hans me ha dicho que quiere ayudarnos con nuestro problemilla —dijo la mujer viniendo hacia mí. Me tendió la mano y yo se la besé con delicadeza.

—Así es señora…

—Ameisenhaufen.

—Oh ¿se apellida usted “hormiguero”? —pregunté mientras mi mirmecofobia hacía que me temblaran las piernas y tuviera ganas de salir huyendo—. Qué encantador ¿se llama el pueblo así por su familia?

—Ciertamente pero, si me lo permite, me gustaría dejar a un lado la historia de mis antepasados y que me contara la suya —comentó con frialdad—. ¿Cómo supo de los terribles eventos que están ocurriendo en esta casa?

—Soy brujo —respondí con naturalidad. En este tipo de temas es mejor no andarse por las ramas—. Tuve un sueño premonitorio.

—Oh, ya veo. Entonces ¿sabe a lo que se enfrenta?

—No tengo la más mínima idea —confesé—. ¿El televisor se cambia solo y no puede ver la telenovela que le gusta?

—Ni mucho menos —chilló ella escandalizada—. Aquí hay un monstruo.

viernes, 2 de mayo de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 3

Después de tener que hacer escala en tres aeropuertos de Europa y de pasar varias horas en un destartalado e incómodo autobús, llegué a media tarde con la espalda destrozada y muerto de cansancio a Ameisenhaufen, el pueblo que veía en mis pesadillas. Mi cartera siempre está llena pero, eso sí, ella decide con cuánto dinero llenarse. Y hoy no debía tener demasiadas ganas de que yo cogiera vuelos directos en primera clase o que disfrutase de la comodidad de las últimas generaciones de trenes regionales.

El pueblo era la típica aldea de las montañas de Centroeuropa. Con casas de pronunciados tejados rojos, calles bien trazadas, una oscura iglesia gótica que daba un poco de mal rollo y un puntiagudo campanario que parecía un cohete a punto de despegar. Y en una pequeña colina, por encima de todos los demás, un castillo tan pequeño que la única razón por la que lo llamaban así era porque lo flanqueaban un par de torreones (diminutos y puntiagudos) y estaba coronado por multitud de almenas.

Cualquiera pensaría que dadas mis aterradoras experiencias y lo que había visto en mis sueños (fuego, dientes afilados, negrura impenetrable) en el momento de llamar a la puerta estaría un poco cagado de miedo. Pues no. Me encontraba bastante tranquilo y se debía a dos razones fundamentales. La primera era que la mayoría de sucesos extraños ocurren por la noche (para lo que todavía faltaban algunas horas) y la segunda era que, con toda probabilidad, se trataría de una soberana tontería. La última vez que soñé algo parecido tuve que enfrentarme a un porltergeist que había poseído una televisión y que sólo permitía que se vieran documentales de animales. Me dio tanta lástima que no lo exorcicé. En su lugar, les compre a los dueños un televisor nuevecito de taitantas pulgadas (para eso mi cartera no puso reparos en gastar) y me quedé con el poseído. Para lo que ponen en la televisión…

A lo que iba, en la mayoría de las ocasiones los casos suelen ser auténticas memeces, razón por la que me sentía bastante tranquilo. Bueno, en realidad no tanto, pero se debía a causas ajenas a la investigación que estaba a punto de comenzar. Como buen pueblo en medio de las montañas, había multitud de hormigas y me estaba poniendo de los nervios tratando de esquivarlas. Y, para colmo, el nombre del pueblo (Ameisenhaufen) significaba “hormiguero” ¿Les he hablado de los deseos erótico-homicidas que albergo hacia el engendro que me hizo esto?

Corriendo, saltando y dando gritos como si fuera una colegiala atolondrada, llegué hasta la puerta del castillo y llamé a la puerta medio histérico, esperando que me abrieran antes de que una pequeña hormiga roja que acababa de ver se acercara más. La puerta de abrió y tras ella apareció un mayordomo. Era guapo, fornido, tenía grandes manos y un paquete prominente que quedaba bien marcado con el traje. Debía tener unos treinta años y hasta la aterradora presencia de la diminuta hormiga roja se me olvidó al verle. Aunque el caso fuera una tontería, iba a pasármelo bien.

—Buenas tardes, soy Blaine Nicholas —me presenté—. Investigador de lo paranormal.