Después de tener que hacer escala en tres aeropuertos de Europa y de pasar varias horas en un destartalado e incómodo autobús, llegué a media tarde con la espalda destrozada y muerto de cansancio a Ameisenhaufen, el pueblo que veía en mis pesadillas. Mi cartera siempre está llena pero, eso sí, ella decide con cuánto dinero llenarse. Y hoy no debía tener demasiadas ganas de que yo cogiera vuelos directos en primera clase o que disfrutase de la comodidad de las últimas generaciones de trenes regionales.
El pueblo era la típica aldea de las montañas de Centroeuropa. Con casas de pronunciados tejados rojos, calles bien trazadas, una oscura iglesia gótica que daba un poco de mal rollo y un puntiagudo campanario que parecía un cohete a punto de despegar. Y en una pequeña colina, por encima de todos los demás, un castillo tan pequeño que la única razón por la que lo llamaban así era porque lo flanqueaban un par de torreones (diminutos y puntiagudos) y estaba coronado por multitud de almenas.
Cualquiera pensaría que dadas mis aterradoras experiencias y lo que había visto en mis sueños (fuego, dientes afilados, negrura impenetrable) en el momento de llamar a la puerta estaría un poco cagado de miedo. Pues no. Me encontraba bastante tranquilo y se debía a dos razones fundamentales. La primera era que la mayoría de sucesos extraños ocurren por la noche (para lo que todavía faltaban algunas horas) y la segunda era que, con toda probabilidad, se trataría de una soberana tontería. La última vez que soñé algo parecido tuve que enfrentarme a un porltergeist que había poseído una televisión y que sólo permitía que se vieran documentales de animales. Me dio tanta lástima que no lo exorcicé. En su lugar, les compre a los dueños un televisor nuevecito de taitantas pulgadas (para eso mi cartera no puso reparos en gastar) y me quedé con el poseído. Para lo que ponen en la televisión…
A lo que iba, en la mayoría de las ocasiones los casos suelen ser auténticas memeces, razón por la que me sentía bastante tranquilo. Bueno, en realidad no tanto, pero se debía a causas ajenas a la investigación que estaba a punto de comenzar. Como buen pueblo en medio de las montañas, había multitud de hormigas y me estaba poniendo de los nervios tratando de esquivarlas. Y, para colmo, el nombre del pueblo (Ameisenhaufen) significaba “hormiguero” ¿Les he hablado de los deseos erótico-homicidas que albergo hacia el engendro que me hizo esto?
Corriendo, saltando y dando gritos como si fuera una colegiala atolondrada, llegué hasta la puerta del castillo y llamé a la puerta medio histérico, esperando que me abrieran antes de que una pequeña hormiga roja que acababa de ver se acercara más. La puerta de abrió y tras ella apareció un mayordomo. Era guapo, fornido, tenía grandes manos y un paquete prominente que quedaba bien marcado con el traje. Debía tener unos treinta años y hasta la aterradora presencia de la diminuta hormiga roja se me olvidó al verle. Aunque el caso fuera una tontería, iba a pasármelo bien.
—Buenas tardes, soy Blaine Nicholas —me presenté—. Investigador de lo paranormal.
Qué cortito, lo has dejado en lo mejor. Ya estoy deseando saber qué va a pasar con ese mayordomo tan guapetón.
ResponderEliminarSe me olvidaba, ¿podrías quitar lo de la verificación de palabras en los comentarios? Es un poco engorroso y no creo que sirva para nada.
ResponderEliminarSiempre es buena señal que te parezca corta la entrada jejeje Ya he cambiado (espero) lo de la verificación de palabras. Ni sabía que existía jejeje Muchas gracias por avisarme. Y, también, muhas gracias por los comentarios.
EliminarGracias por un nuevo capítulo, creo que esta historia me va a proporcionar muchos ratos de diversión y de sobresaltos.
ResponderEliminarSaludos
Eso espero. Trataré de hacerlo lo mejor que pueda. Como siemrpe, muchas gracias por los comentarios. Saludos
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