Como decía, ya había transcurrido más de un año desde que el fogoso engendro con el que me revolcara en la cama me transformara en el hechicero más atractivo del mundo mundial. Y la verdad, no se vive tan mal aunque tengo que admitir que los primeros meses se me hicieron algo durillos. Lleva un tiempo acostumbrarse al tema de los monstruos, la magia descontrolada y el trabajo como detective de lo paranormal. Quizás esto último sea lo que más me ha costado. No soy, de esos a los que les gusta el trabajo, precisamente. Prefiero tumbarme al sol con un mojito en una mano y un amante en la otra.
Sin embargo, al final, logre adaptarme a mi nueva vida. Y la única secuela que me ha quedado es cierto miedo a la oscuridad. Lo cual es completamente normal si se tiene en cuenta algunas de las cosas con las que me he cruzado durante este año pasado Ya me gustaría ver cuántas fobias desarrollaban tras enfrentarse a un hombre-lobo que pretende merendarse tu hígado crudo. Yo sólo tengo una ligera nictofobia que únicamente me afecta cuando duermo (si no, iba a estar jodido en este trabajo) y que se resuelve con una simple luz de esas que se ponen a los niños. Si despierto en mitad de la noche me gusta poder asegurarme de un rápido vistazo que nadie ni nada está tratando de devorarme.
Bueno, en realidad ese no es mi único miedo, aunque el otro no debería contar porque va cambiando cada cierto tiempo. El mes pasado tuve fobia a la comida roja. Y me refiero a terror del que te hace salir corriendo y gritando si ves un tomate o una cereza. No comí demasiadas pizzas ni ensaladas esos días. Cómo odio al engendro que me hizo esto. Si vuelvo a encontrarla, les aseguro que la mataré. Quizás me la tire antes, porque tengo que reconocer que hasta el momento que se convirtió en un monstruo vomitivo me lo estaba pasando como nunca en la vida. Pero después la mato. Eso seguro.
Ahora parece que he desarrollado pavor a las hormigas. Mirmecofobia se llama (al menos tiene nombre, no como el miedo a los lápices). Pero bueno, es el precio que hay que pagar por el poder místico absoluto… Claro que primero debo encontrarlo. La magia que puedo hacer está muy bien, pero yo no diría que es un “poder absoluto”.
Pero bueno, tampoco me puedo quejar. Viajo mucho, siempre hay dinero en mi cartera (eso sí, no tengo ni idea de dónde sale), el trabajo es entretenido y, además, tengo la oportunidad de catar platos que no sabía ni que existían en el mundo. Acostarse con un vampiro gay con hambre es una experiencia que merece la pena vivirse (aunque si no eres brujo, hay muchas posibilidades de que acabes muerto o no-muerto).
No, no está tan mal. Salvo por las fobias. Y por las pesadillas premonitorias que me acosan de vez en cuando. Es la forma mística de avisarme de que mis servicios son requeridos y si no me apresuro en aceptar el caso, van empeorando hasta que me vuelven medio loco (de ahí viene mi nictofobia). Las últimas han sido bastante típicas: fuego, dientes afilados, negrura impenetrable y un pequeño pueblecito en un bucólico paraje de las montañas.
Hola, esto se está poniendo cada vez más interesante y además, parece que vamos a aprender muchas cosas sobre las fobias, jajaja. Gracias por el capítulo.
ResponderEliminarEgocéntrico, promíscuo, hiperfóbico... parece que no me ha salido un personaje muy normal jejejeje. Me alegro que te esté gustando y muchas gracias por estar siguiendo la historia. Y por el comentario también. El viernes que viene, otra entrada más.
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