sábado, 26 de julio de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 16

El guante de cuero empezó a echar humo en cuanto cogí el mango de la oxidada espada que yacía en lo alto de uno de los montones de desperdicios del vertedero. Seguramente, hubiera comenzado a arder (y mi mano con él) a los pocos segundos de no haber parado la reacción. Pero en esta ocasión no necesité echar mano de uno de mis hechizos para contrarrestar la temperatura extrema (tampoco es que conociera ningún conjuro que provoque frío) porque los objetos encantados suelen tener su propia forma de desactivarse. Normalmente, se trata de un pequeño conjuro que al ser recitado, permite contrarrestar durante un tiempo los molestos (además de peligrosos) efectos secundarios que puede llegar a despertar la magia. A veces, incluso, basta con mover una pieza o cambiar una joya de sitio. Este caso en concreto era de los primeros y el conjuro de anulación venía inscrito en la hoja de la espada. Por suerte, había quedado un par de milímetros por encima de la zona más afectada por la corrosión, por lo que pude leerlo sin demasiados problemas antes de quedarme sin mano.

—Otneimaírfne otaidemni —dije.

El arma quedó fría al momento y se la pasé a Gotthold para que le echara un vistazo. Mientras, yo me quité ("arranqué" sería un término más exacto) el guante para ver si el hechizo de calor me había provocado algún daño. Y lo cierto era que no tenía la mano tan mal como podría haber imaginado. Sólo me había salido dos ampollas. Me cubrían la palma casi por completo, pero sólo eran dos.

—Pobre, eso tiene que doler —comentó el conde agarrándome la mano con suavidad antes de darme un tierno beso. La presión de sus labios me hizo ver las estrellas de dolor, pero no me importó en exceso porque también me puso bastante cachondo. Una cosa compensaba a la otra.

—Puedes darme todos los besos que quisieras, especialmente de cintura para abajo y de rodillas para arriba —dije sonriente.

—Primero deberíamos terminar lo que hemos empezado —respondió Gotthold risueño—. Ya sabes, eso de encontrar al monstruo que amenaza a mi familia...

—Está bien —acepté resignado.

—Aunque tengo que admitir que ya no sé qué pensar respecto a que exista —continuó el conde—. Quizás sólo estén las equidnas.

—La verdad es que, ahora mismo, lo que menos me preocupa es que encontrar al monstruo de la leyenda —confesé—. Parece que las equidnas están buscando un objeto mágico. Y debe ser poderoso, porque el vertedero está plagado de armas encantadas que han ido tirando a lo largo del tiempo.

—Así que saben perfectamente lo que tienen que encontrar —comentó Gotthold.

—He detectado dos potentes fuentes mágicas que proceden del túnel por el que no quise ir. Si cualquiera de ellas es un arma, las equidnas podrían causar una catástrofe en la superficie que no sólo acabaría con tu familia, también demolerá el pueblo. Puede que toda la región.

—Entonces, tendremos que detenerlas —dijo el muchacho—. No voy a permitir que nadie destruya mi condado. Puede que mi familia sea pequeña, pero no nos gusta que nos pisoteen.

—Igual que a las hormigas —añadí riendo—. Si tu antepasado hubiera pensado en eso, ahora no nos encontraríamos en esta situación.

domingo, 20 de julio de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 12

Tayner hubiera abierto la puerta con gusto de haber podido coger la llave, pero hasta él tuvo que admitir que era una hazaña imposible. Lo único que parecía encajar en el hueco que había labrado en la puerta de piedra era la gigantesca maza de Häarnarigilna y, por mucho que lo intentó, fue incapaz de moverla ni un solo milímetro. Así que, a pesar de sus ansias por hacerse con los tesoros escondido en las entrañas de Reevert Tull, al príncipe no le quedó más remedio que esperar durante 10 desesperantes e interminables minutos a que la vaca recobrara el conocimiento.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Häarnarigilna al despertar.

—Te… desmayaste cuando te vencí —mintió Baz.

—¿Ah sí? Lo último que recuerdo es el comienzo de nuestra gloriosa y honrosa batalla.

—Ha sido muy gloriosa y, sobre todo, honrosa —respondió el guerrero—. Honrosa frente a cualquier duda.

—Aunque es extraño que me duela tanto la cabeza —Se quejó la vaca tocándose la parte posterior del cráneo.

—Será por la pedrada —apuntó Tayner.

—¿Qué ha dicho? —preguntó la rumiante—. ¿Qué pedrada?

—Es una forma de hablar. Ya sabes que los jóvenes siempre están inventando palabras nuevas —contestó Baz nervioso—. Pedrada quiere decir… perder. Te duele la cabeza porque has perdido… y porque al desmayarte te has dado contra el suelo, claro.

—Me alegra que haya sido un combate honorable. Y, además, os habéis quedado a mi lado.

—Es que no podíamos mover la maza —comentó el príncipe.

—¿Qué?

—Tayner, por favor, deja de confundir a la señorita con tu argot juvenil —gruñó Baz—. Mover la maza quiere decir… no atender a los necesitados… como usted cuando se encontraba inconsciente en el suelo.

—Bien, en vista de que aunáis valor, pericia, honor y compasión, os permitiré entrar en Reevert Tull —dijo la vaca levantándose—. Es un privilegio concedido a muy pocas personas, pues desgraciadamente en el mundo se ha extendido la mentira, la corrupción, el engaño y la traición.

—Es terrible —contestó Baz mientras un escalofrío le recorría la espalda. Ya había perdido la cuenta del número de preceptos del Código Ámbar de los Caballeros que llevaba incumplidos en esa noche. Le iba a costar un año de penitencia en el desierto compensar todas sus faltas y mentiras. Aunque, si lo pensaba bien, ayudar a Tayner estaba siendo tan sufrido como la mayor y más terrible de las penitencias. Estaba seguro que eso valdría.

Pasito a pasito, la vaca fue tambaleándose a lo largo del camino que llevaba a la puerta de piedra, arrastrando sin problemas la enorme maza que Tayner había encontrado inamovible. Tampoco le costó demasiado levantarla e introducirla en el hueco labrado de la pared, momento en el que la pared se retiró y dejó a la vista un oscuro y fresco túnel.

—¡Contemplad el principio del sendero secreto de Reevert Tull! —proclamó Häarnarigilna—. Sus riquezas son muchas, pero también los peligros que acechan en la negrura de sus galerías. Alejaos de mí y pereceréis.

Entonces, sin esperar a nadie, Tayner entró corriendo en la montaña mientras no dejaba de gritar.

—¡Allí voy, queridos tesoros! —decía—. Esperadme.

—Preferiría estar haciendo penitencia en el desierto —masculló Baz enfadado.

sábado, 19 de julio de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 15

—Es un… —me vi interrumpido por el nacimiento de un nuevo vacío en mi estómago. Este, a diferencia de su predecesor, prefirió descender por mi pierna derecha y provocarme un espantoso tirón en el gemelo que me tiró al suelo de rodillas de puro dolor. Pero, por suerte, tanto sufrimiento tuvo su lado positivo porque, de repente, mi mente pareció abrirse a una nueva forma de percepción (en temas de hechicería, eso de que “la letra con sangre entra” es bastante literal). Era como si hubiera sintonizado con la magia del lugar.

La magia no es una energía estable y concreta como podría ser el calor. Lo cierto es que las cosas físicas la afectan y la cambias, del mismo modo que ella altera la temperatura y el comportamiento de los objetos con los que entra en contacto. No tiene nada que ver la magia que impregna un lago como el que habíamos cruzado buceando, con la que se encuentra en un hechizo, en un espíritu elemental o en un talismán. Simplificando mucho, se podría decir que cuentan con colores diferentes (también es posible hablar de sabores, olores y sonidos pero a mí me parece más sencilla la primera). La ambiental es… más bien azul. Otras (dependiendo del recipiente en el que estén contenidas) se pueden catalogar como rojas, verdes y amarillas. O eso cuentan en los libros de hechicería porque tengo que admitir que yo nunca había sido capaz de diferenciarlas… hasta ese momento, claro. Mi mente percibía con tanta claridad la magia circundante que hubiera podido trazar un mapa señalando de dónde procedía cada tipo de energía.

A nuestro alrededor, la magia azul impregnaba todo lo que nos rodeaba, desde el agua del lago hasta cada una de las moléculas de aire que respirábamos, aunque su cantidad era bastante residual. Sin embargo, percibía un potente foco de esa misma clase de magia a un centenar de metros de nuestra posición. No tenía dudas de que procedía de aquel túnel que me daba tan mal rollo. Desde allí también me llegaba un fino rayo de magia amarilla, que suele estar relacionada con las joyas encantadas. Pero lo que realmente atrajo mi atención fue descubrir que, diseminadas por el vertedero, había cientos de pequeñas pizcas hiperconcentradas de magia roja (también algunas amarillas). Y entre todas ellas, una brillaba como un faro en una noche sin luna.

—Señor Nicholas… Blaine ¿Te encuentras bien? —me preguntó Gotthold preocupado.

—¡Lo encontré! —grité. Al darme cuenta de lo poco conveniente que resultaba ponerse a dar alaridos, lo repetí susurrando—. Lo encontré.

—¿El qué?

—Mira allí —dije señalando a uno de los montones.

El óxido que la recubría, hacía que se confundiera con el resto de desperdicios amarronados, pero si se miraba fijamente era sencillo distinguir una enorme y vieja espada. Gotthold se adelantó corriendo a cogerla, pero conseguí detenerle antes de que pusiera su mano sobre ella.

—Es peligroso —le dije. Saqué un par de guantes de cuero de la mochila, me los puse y agarré el arma. Al contrario de lo que ocurría en el lago, la magia hacía que la espada estuviera ardiendo. Tanto que el cuero empezó a soltar humo.

domingo, 13 de julio de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 11

Aunque Tayner tenía mucha prisa por penetrar en las entrañas de Reevert Tull para poder hacerse con ingentes tesoro que esperaba encontrar en el interior de la montaña, decidió posponer un rato la exploración hasta que su compañero de viaje estuviera listo (por pura magnificencia y no porque le diera miedo entrar solo o necesitase la habilidad del guerrero con la espada). Baz parecía no compartir la lista de prioridades del príncipe (cuyos tres primeros puntos eran “Joyas”, “Oro” y “Monedas”) e insistió en colocar el pesado cuerpo de la inconsciente Häarnarigilna en una postura más ergonómica que le evitara dolores adicionales al despertar. Al atacarles, opinaba Baz, la señora vaca se encontraba cumpliendo son su deber sagrado como guardiana de la montaña y no le veía el sentido a castigarla por ello o permitir que continuase tirada de cualquier manera sobre la tierra. Tayner, por su parte, ya consideraba como un gran acto de generosidad el aplazar unos minutos sus planes de enriquecimiento personal y no estaba dispuesto a ir más allá. Durante un buen rato, se negó en redondo a ayudar a Baz en su tarea, aunque acabó dando su brazo a torcer cuando el guerrero comenzó a relatarle todos y cada uno de los preceptos morales del Código Ámbar de los Caballeros que incumplía con su actitud. Baz sintió un rayo de esperanza en el corazón al ver al muchacho ayudándole y se llegó a imaginar que (palabras textuales) “algún día no muy lejano, la belleza de sus ojos sería superada por la belleza y pureza de su alma (a veces, incluso él mismo admitía que se pasaba de cursi). O, al menos, eso fue lo que pensó hasta que se dio cuenta de que Tayner, en realidad, aprovechaba la ocasión para poder tocarle las ubres a la indefensa vaca.

—Es que son tan grandes y rosaditas que no he podido resistirme —se defendió cuando Baz le echó en cara su comportamiento.

—Si alguna vez vuelvo a estar frente a tu padre, tendré unas palabras acerca de tu educación —comentó Baz tratando de contener el enfado que se abría camino por sus venas y arterias. Aunque no era tanto con el chico como por él mismo. Su incapacidad para librarse del conjuro amoroso que le sometía a Tayner le empezaba a desquiciar los nervios.

—Tú le caerías bien. Te pareces a mi hermano.

—Vámonos ya —ordenó el guerrero sin hacer caso a las palabras del príncipe. Quería alejarse de la vaca antes de que Tayner descubriera dónde guardaba su dinero y desplumara a la pobre Häarnarigilna.

—¿Y por dónde es?

Baz observó a su alrededor y se decidió por el pequeño sendero que se abría a su derecha en el que abundaban las señales de peligro. Ese tipo de carteles siempre se ponen delante de las cosas que merecen la pena. Sin embargo, no pudieron llegar mucho muy lejos porque, a unos quinientos metros, se toparon con un gigantesco muro de mármol, de más de 50 metros de alto. En su pulida superficie, solo dos cosas destacaban: una enorme hendidura rectangular excavada en su centro y un cartel que anunciaba nuevos peligros. “Los trolls os comerán los ojos” decía. A Baz, no le quedó más remedio que dar la vuelta y regresar al punto de partida. Pero nada tenía que ver con la advertencia acerca de los trolls. Lo cierto era que acababa de darse cuenta de que necesitaban una llave.

sábado, 12 de julio de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 14

Odio a las equidnas. Mejor dicho, aborrezco a cualquier criatura con partes de serpiente. Da igual si son nagas, basiliscos, hidras, quetzalcoales, equidnas o dragones. Todos son unos bichos… rastreros. Puede parecer un chiste (por eso de que van reptando), pero es la mejor palabra para definir su carácter taimado, huraño, malvado, mezquino, manipulador y miserable. Será por ir arrastrando continuamente sus órganos reproductores (los que sean) por el suelo. Eso le agria el carácter al más sereno. Desde luego, yo debo reconocer que estuve insoportable el mes que me vi obligado a hacerlo, pero puede que se debiera a que tuve muy poco sexo (apenas una docena de polvos). De todas formas, que entienda las razones de sus perversas personalidades no quiere decir que les aprecie. Mi desagrado hacia estos seres es tal que jamás me acostaría con ninguno de ellos, aunque llevase sin fornicar una semana entera. Mi lujuria permanecería dormida incluso ante una equidna tan atractiva como la que teníamos delante en ese preciso momento, con sus pechos respingones, su piel tersa, su vientre plano, sus labios carnosos, sus ojos violetas, su larga melena ondulada de color verdoso que le caía por la espalda… bueno, puede que me liara con esa. Pero con ninguna más… a no ser que unas amigas suyas se unieran a la fiesta, claro.

Su belleza era increíble y superaba sin problemas a muchos de los seres bípedos (de ambos sexos) con los que había compartido lecho y fluidos a lo largo de mi vida. Por suerte, su audición no destacaba entre sus virtudes y no pareció darse cuenta de nuestra presencia allí a pesar de que Gotthold llevaba jadeando ruidosamente desde que viéramos a la criatura. Gracias a esto, pudimos observarla sin problemas ocultos desde nuestra posición hasta que finalizó su trabajo y se marchó reptando por otro de los túneles que llevaban a ese extraño vertedero para monstruos.

—¿Qué era eso? —me preguntó Gotthold entre susurros. Era evidente que la visión del monstruo le había puesto nervioso.

Le indiqué con un gesto que se callara un momento y me acerqué al túnel por el que había visto desaparecer a la bella criatura reptiliana. Quería asegurarme de que nos encontrábamos solos. Aunque tampoco me hubiera importado que no fuera así, siempre que hubiera terminado en un excitante y caliente encuentro sexual a tres bandas con el musculado conde y la serpentina equidna. Gotthold me tuvo que repetir la pregunta cuando regresé a su lado porque, de tanto fantasear con ese posible trío, se me había olvidado.

—Era una equidna, un ser mitológico que es mitad humano y mitad serpiente —le respondí—. Eso sí, te advierto que suelen ser bastante más feas que la que se acaba de ir. Cuando esto acabe, lo mismo la invito a cenar.

—¿Es ese el monstruo que provoca los terremotos? —continuó Gotthold sin hacer caso a mi último comentario—. Reconozco que es aterrador, pero me imaginaba algo más… grande.

—La Equidna original se supone que era inmensa. Tenía que serlo para poder parir a monstruos como Cerbero, Escila, Quimera o la Esfinge —le expliqué—. Esta que hemos visto es una de las comunes. Son de un tamaño más reducido, pero no creo que la colonia tenga demasiados problemas para causar un terremoto si les apetece. Con que saltaran todos sus integrantes al mismo…

—¿Quieres decir que hay más de esas cosas por aquí? —me interrumpió Gotthold asustado.

—Los nidos suelen tener unas… no sé ¿doscientas equidnas? ¿quinientas? Nunca me he parado a contarlas. Normalmente, salgo corriendo y no miro atrás hasta que sé que me estoy a salvo.

—¿Qué?

—Son unos bichos muy fértiles las equidnas —dije—. Y con muy mala leche. Quizás deberíamos…

—Señor Nicholas ¿le ocurre algo? —preguntó el conde preocupado.

—Acabo de notar una sensación extraña —contesté.

domingo, 6 de julio de 2014

Las aventuras de Baz el guerrero 10

La vaca se lanzó lo más rápido que pudo en dirección a Baz, lo que no era mucho. Era obvio que el enorme peso de la maza le impedía correr a la velocidad que le hubiera gustado. Sin embargo, lo que hacía sin problemas era blandirla a un lado y a otro como una loca. Baz, que aún estaba algo confuso respecto a la situación y que no se sentía cómodo pelando contra señoras (aunque fueran rumiantes), esquivaba como podía los mandobles, seguro de que si semejante arma le acertaba, le quebraría todos los huesos que encontrara en su camino.

—Señora ¿no podríamos hablarlo? —preguntó el guerrero mientras daba la que era su décima voltereta desde que la rumiante le atacase. Si la pelea seguía a ese ritmo, pronto se cansaría y perdería su principal ventaja. Tenía que convencerla de que se rindiera o vencerla antes de que eso ocurriese.

—¡No! —mugió ella con ira.

—Pero yo no tengo ningún interés en pelear con usted.

—Yo soy Häarnarigilna, la guardiana de Reevert Tull —respondió la vaca.

—Encantado. Mi nombre es Baz Sannir y mi compañero es el príncipe Tayner de Kierg.

—Debo detener a los intrusos —bramó la guardiana al tiempo que trataba de aplastar a su contrincante.

—Atízale fuerte —gritó Tayner desde las cercanías.

—Estoy intentando dialogar —le dijo Baz—. No tengo intención de herir a la señorita.

—No, si yo voy con la vaca de las ubres gordas —respondió el príncipe—. Si te aplasta podré escaparme de Morfin.

La vaca cargó una vez más contra el guerrero. Se notaba que el cansancio empezaba a hacer mella en ella, aunque Baz no tenía claro quién de los dos se agotaría antes. Sus energías también se acababan con rapidez. De hecho, a pesar de que esquivó ese último ataque, no pudo evitar que la maza le golpeara el tobillo. No se lo había roto, pero a partir de ese momento esquivar le sería mucho más complicado.

—¿Es que no tienes honor? —preguntó Baz enfadado. El golpe, el cansancio y la actitud de Tayner le estaban agriando el carácter por momentos. Por suerte para él, Häarnarigilna parecía necesitar un descanso. La vaca dejó la maza en el suelo y se quedó jadeando junto a ella, aunque en ningún momento apartó la mirada del que consideraba su enemigo.

—No mucho —respondió el príncipe.

—Pero si Haarna… como se llame la vaca me derrota —continuó Baz—, Morfin te estará persiguiendo por siempre.

—Seguro que no está mal.

—Además, estoy seguro de que la montaña estará llena de más tesoros de los que puedas imaginar —apuntó el guerrero.

Los ojos del príncipe brillaron de codicia.

—Bien, ya podemos continuar —anunció Häarnarigilna volviendo a levantar su maza.

—¿No sería más conveniente discutirlo como gente civilizada? —preguntó Baz—. Es que me duele un poco el pié.

—Eso hará que el combate acabe ante, porque…

La vaca no pudo terminar la frase porque, en ese momento, una enorme piedra se le estrelló en la cabeza y la dejó inconsciente al instante.

—¿Está muerta? —preguntó Tayner.

—No, tranquilo, solo ha perdido el sentido —contestó Baz—. Las vacas tienen el cráneo duro, así que lo único que tendrá será un fuerte dolor de cabeza.

—Bueno, pues no perdamos tiempo y vayamos a por los tesoros.

—Muchas gracias por salvarme la vida —dijo el guerrero.

—Sí, me voy a llevar todo lo que encuentre —contestó Tayner ensimismado.

sábado, 5 de julio de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 13

El pasadizo que había escogido era oscuramente tenebroso, tan angosto que nos obligaba a caminar uno detrás de otro medio agachados y, desde luego, apestaba a huevos podridos. Desnudos podría haber tenido gracia ir tras el prieto culo de Gotthold, pero volvíamos a estar vestidos y cargados como mulas y no le encontraba la gracia a seguir la mochila del conde. Preferí ir delante. Así, además, me resultaría más sencillo detectar cualquier sutil cambio en el aire o en la magia que nos rodeaba. Después de todo, se suponía que yo era el experto en materia paranormal.

—No acabo de entenderlo —dijo Gotthold. Hubiera preferido que siguiera callado, pero al menos el conde tuvo la inteligencia suficiente para hacerlo en voz baja—. ¿Dónde vamos?

—Al lugar en el que no se encuentra el monstruo —respondí tratando de no perder la concentración.

—Pero hemos tomado el camino maloliente.

—Sí, los monstruos no viven donde huele a azufre. Sólo tiran allí sus residuos —le expliqué—. Sería como pensar que las casas de los humanos tienen el mismo aroma que nuestras alcantarillas.

—Así que nos dirigimos a su retrete —concluyó Gotthold.

—Algo parecido. Además de sus deshechos, también es el sitio en el que se materializa el hedor que despide su aura corrompida. Pero sí, es el equivalente a un retrete demoniaco.

—Es decir —continuó el conde alzando la voz un par de decibelios más de lo que me parecía apropiado—, que en lugar de ir en dirección a la bestia que queríamos cazar, vamos a su malvado inodoro.

—Eso es.

—¿Por qué? —me preguntó. Se le notaba algo desconcertado.

—Porque si apareciéramos delante del bicho que habite en estas cavernas, estoy casi seguro de que seríamos aniquilados antes de poder saludarle —respondí—. Prefiero dar un rodeo a ver qué podemos averiguar. Y si da la casualidad de que se encuentra en el baño cuando pasemos, tendremos ventaja. Nadie pelea bien mientras se ocupa de ese tipo de cosas.

—Te noto estresado ¿tan mala es la situación?

—Bueno, tenemos algo que fue invocado por un espíritu de la tierra para castigar a tu familia, algo que probablemente sea inmortal, que es capaz de drenar cada noche la magia que impregna el lago para producir terremotos. Divertido no va a resultar… a no ser que le pongamos algo de chispa —apunté deteniéndome para poder mirarle a la cara—. Deberíamos jugar a algo… por ejemplo, a “Beso, atrevimiento o verdad”. O mejor sólo a “Beso y atrevimiento”. Empiezas tú. Tienes que elegir entre dar un beso a alguno de los presentes o atreverte a abrir mucho la boca con los ojos cerrados.

—Sigo sin comprender muy bien eso de que drena la magia —comentó el conde ignorando la parte que más me interesaba.

—El agua del lago guarda tanta magia que crea mareas en un lugar en el que no tendría que haberlas y, además, enfría el agua hasta niveles árticos —dije viendo que mi propuesta no iba a prosperar—. Pero por la noche la temperatura del lago es normal, lo que indica que tiene mucha menos magia, de forma que algo o alguien se la lleva durante unas horas para usarla.

—¿Y eso es raro?

—Para hacer los conjuros, los hechiceros usamos la magia que absorbe nuestro cuerpo. Pero las criaturas no lo necesitan porque están formadas casi por completo de magia y pueden canalizarla. Cualquiera que sea la razón por la que un ser sobrenatural toma prestada la magia de un sitio, no es buena…

Un estruendo metálico hizo morir la explicación en mis labios. Le indiqué a Gotthold que guardara silencio y ambos nos arrastramos sigilosamente por el túnel. No tardamos en averiguar la procedencia del ruido. Tras un par de recodos, la galería terminaba en una amplia caverna sembrada de montañas de deshechos donde una equidna, criatura mitad serpiente mitad humano, se afanaba en vaciar unos cubos llenos de desperdicios.

viernes, 4 de julio de 2014

Feria del libro gay

Me acabo de enterar ahora mismito. Si estáis por Madrid y no tenéis nada que hacer antes de las 9 de noche, todavía podéis pasaros por la primera Feria del Libro LGTBQ (¿alguien sabe de qué es la Q?) en la zona peatonal de la calle Augusto Figueroa. José Luis Serrano ("Sebastián en la Laguna", "Hermano"), Lawrence Schimel ("Dos chicos enamorados", "Mi novio es un duende"), Lola Robles ("Historias del Crazy Bar y otros relatos de lo imposible"), César Augusto Cair ("Labios de arcilla") y Juana Cortés Amunarriz ("Benita y el hada madrina", "Greta", "El circo de Simba yo-yo") estarán firmando de 20:00 a 21:00.

Feliz Orgullo a todos. Ya sé que en el resto del mundo ya pasó, pero es que en Madrid celebramos las cosas cuando nos viene bien jejeje.