Aunque Tayner tenía mucha prisa por penetrar en las entrañas de Reevert Tull para poder hacerse con ingentes tesoro que esperaba encontrar en el interior de la montaña, decidió posponer un rato la exploración hasta que su compañero de viaje estuviera listo (por pura magnificencia y no porque le diera miedo entrar solo o necesitase la habilidad del guerrero con la espada). Baz parecía no compartir la lista de prioridades del príncipe (cuyos tres primeros puntos eran “Joyas”, “Oro” y “Monedas”) e insistió en colocar el pesado cuerpo de la inconsciente Häarnarigilna en una postura más ergonómica que le evitara dolores adicionales al despertar. Al atacarles, opinaba Baz, la señora vaca se encontraba cumpliendo son su deber sagrado como guardiana de la montaña y no le veía el sentido a castigarla por ello o permitir que continuase tirada de cualquier manera sobre la tierra. Tayner, por su parte, ya consideraba como un gran acto de generosidad el aplazar unos minutos sus planes de enriquecimiento personal y no estaba dispuesto a ir más allá. Durante un buen rato, se negó en redondo a ayudar a Baz en su tarea, aunque acabó dando su brazo a torcer cuando el guerrero comenzó a relatarle todos y cada uno de los preceptos morales del Código Ámbar de los Caballeros que incumplía con su actitud. Baz sintió un rayo de esperanza en el corazón al ver al muchacho ayudándole y se llegó a imaginar que (palabras textuales) “algún día no muy lejano, la belleza de sus ojos sería superada por la belleza y pureza de su alma (a veces, incluso él mismo admitía que se pasaba de cursi). O, al menos, eso fue lo que pensó hasta que se dio cuenta de que Tayner, en realidad, aprovechaba la ocasión para poder tocarle las ubres a la indefensa vaca.
—Es que son tan grandes y rosaditas que no he podido resistirme —se defendió cuando Baz le echó en cara su comportamiento.
—Si alguna vez vuelvo a estar frente a tu padre, tendré unas palabras acerca de tu educación —comentó Baz tratando de contener el enfado que se abría camino por sus venas y arterias. Aunque no era tanto con el chico como por él mismo. Su incapacidad para librarse del conjuro amoroso que le sometía a Tayner le empezaba a desquiciar los nervios.
—Tú le caerías bien. Te pareces a mi hermano.
—Vámonos ya —ordenó el guerrero sin hacer caso a las palabras del príncipe. Quería alejarse de la vaca antes de que Tayner descubriera dónde guardaba su dinero y desplumara a la pobre Häarnarigilna.
—¿Y por dónde es?
Baz observó a su alrededor y se decidió por el pequeño sendero que se abría a su derecha en el que abundaban las señales de peligro. Ese tipo de carteles siempre se ponen delante de las cosas que merecen la pena. Sin embargo, no pudieron llegar mucho muy lejos porque, a unos quinientos metros, se toparon con un gigantesco muro de mármol, de más de 50 metros de alto. En su pulida superficie, solo dos cosas destacaban: una enorme hendidura rectangular excavada en su centro y un cartel que anunciaba nuevos peligros. “Los trolls os comerán los ojos” decía. A Baz, no le quedó más remedio que dar la vuelta y regresar al punto de partida. Pero nada tenía que ver con la advertencia acerca de los trolls. Lo cierto era que acababa de darse cuenta de que necesitaban una llave.
Baz es todo un caballero, pero el principito... es bastante repelente. Espero que cambie o que Baz consiga deshacerse del hechizo de amor.
ResponderEliminarQue Baz sea así viene bien para compensar y pararle los pies a Tayner. Si los dos fueran iguales habrían hecho hamburguesas con la pobre vaca o se habrían asesinado mutuamente para quedarse con el oro jejeje Así se equilibran el uno al otro. Muchas gracias por todos los comentarios.
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