sábado, 19 de julio de 2014

Blaine Nicholas, brujo a domicilio 15

—Es un… —me vi interrumpido por el nacimiento de un nuevo vacío en mi estómago. Este, a diferencia de su predecesor, prefirió descender por mi pierna derecha y provocarme un espantoso tirón en el gemelo que me tiró al suelo de rodillas de puro dolor. Pero, por suerte, tanto sufrimiento tuvo su lado positivo porque, de repente, mi mente pareció abrirse a una nueva forma de percepción (en temas de hechicería, eso de que “la letra con sangre entra” es bastante literal). Era como si hubiera sintonizado con la magia del lugar.

La magia no es una energía estable y concreta como podría ser el calor. Lo cierto es que las cosas físicas la afectan y la cambias, del mismo modo que ella altera la temperatura y el comportamiento de los objetos con los que entra en contacto. No tiene nada que ver la magia que impregna un lago como el que habíamos cruzado buceando, con la que se encuentra en un hechizo, en un espíritu elemental o en un talismán. Simplificando mucho, se podría decir que cuentan con colores diferentes (también es posible hablar de sabores, olores y sonidos pero a mí me parece más sencilla la primera). La ambiental es… más bien azul. Otras (dependiendo del recipiente en el que estén contenidas) se pueden catalogar como rojas, verdes y amarillas. O eso cuentan en los libros de hechicería porque tengo que admitir que yo nunca había sido capaz de diferenciarlas… hasta ese momento, claro. Mi mente percibía con tanta claridad la magia circundante que hubiera podido trazar un mapa señalando de dónde procedía cada tipo de energía.

A nuestro alrededor, la magia azul impregnaba todo lo que nos rodeaba, desde el agua del lago hasta cada una de las moléculas de aire que respirábamos, aunque su cantidad era bastante residual. Sin embargo, percibía un potente foco de esa misma clase de magia a un centenar de metros de nuestra posición. No tenía dudas de que procedía de aquel túnel que me daba tan mal rollo. Desde allí también me llegaba un fino rayo de magia amarilla, que suele estar relacionada con las joyas encantadas. Pero lo que realmente atrajo mi atención fue descubrir que, diseminadas por el vertedero, había cientos de pequeñas pizcas hiperconcentradas de magia roja (también algunas amarillas). Y entre todas ellas, una brillaba como un faro en una noche sin luna.

—Señor Nicholas… Blaine ¿Te encuentras bien? —me preguntó Gotthold preocupado.

—¡Lo encontré! —grité. Al darme cuenta de lo poco conveniente que resultaba ponerse a dar alaridos, lo repetí susurrando—. Lo encontré.

—¿El qué?

—Mira allí —dije señalando a uno de los montones.

El óxido que la recubría, hacía que se confundiera con el resto de desperdicios amarronados, pero si se miraba fijamente era sencillo distinguir una enorme y vieja espada. Gotthold se adelantó corriendo a cogerla, pero conseguí detenerle antes de que pusiera su mano sobre ella.

—Es peligroso —le dije. Saqué un par de guantes de cuero de la mochila, me los puse y agarré el arma. Al contrario de lo que ocurría en el lago, la magia hacía que la espada estuviera ardiendo. Tanto que el cuero empezó a soltar humo.

2 comentarios:

  1. Le di a publicar antes de tiempo por eso lo he borrado. Quería decir que está muy interesante todo lo relativo a la magia y que forme parte de todas las cosas.

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    1. Me alegro que te guste. Quería que la historia tratase de algo más que de Blaine tratando de meterla a diestro y siniestro (que también) y creo que queda bien. Muchas gracias por el comentario.

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