lunes, 19 de septiembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 21

De repente, una mano me tocó en el hombro.

—¿Qué te pasa? —me preguntó el dueño de la mano. Era Sergio. Sus brazos me rodearon con fuerza y mucha ternura.

Una parte de mí se enfureció. Cómo se atrevía a venir a consolarme. Precisamente, él era el culpable de que estuviera así. Su aparición era lo que me había desquiciado los nervios, lo que había destrozado mi melancólica, estable y aburrida vida. No tenía derecho. Quería decirle que se fuera, que me dejara solo. Pero, lo malo de vivir en un casi loft sin apenas paredes es que es difícil tener intimidad para llorar a gusto. Sobre todo si solo dispones de una única cama y tienes que compartirla. Además, era absurdo pedirle que me dejara solo ¿A dónde le mandaría? ¿A que esperase en el servicio hasta que se me hubiera pasado la llorera? Tampoco es que él tuviera responsabilidad directa en que yo me encontrara así. A lo mejor, algo circunstancial. Pero no era culpa suya que me sintiera frustrado ¿Y para qué le iba a decir que se fuera? Si lo que me apetecía de verdad era lo que estaba haciendo. Que me abrazara así. Con esa firmeza que me servía de ancla con la cordura, mientras yo me dejaba llevar por la catarsis de las lágrima sobre su hombro.

Me besó en la frente, me llevó a la cama. Me ayudó a desvestirme y me dejó acostado mientras él cerraba la puerta de la entrada y apagaba luces, ordenadores y televisores. Después, se acostó a mi lado y volvió a abrazarme.

Sergio se estaba portando tan bien que, de haberse insinuado, estoy seguro de que hubiera respondido positivamente a sus proposiciones. Desde luego, la situación era la propicia teniendo en cuenta mi estado de ánimo y que estuviéramos abrazados medio desnudos en mi cama. Reunía todos los topicazos de cualquier novela romántica y de algunos vídeos pornográficos. Pero resultó que no hizo nada. Simplemente, se quedó junto a mí, consolándome. Era curioso. El antiguo Sergio hubiera intentado aprovecharse. A lo mejor sí que había cambiado.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Lugares del mundo

Es increíble la cantidad de gente que ha entrado en los blogs en los últimos meses. Pero casi me parece más llamativo los lugares tan diversos desde los que se conectan. Es fantástico que alguien que vive en Rusia pueda leer algo que escribo yo desde Madrid.

Así que muchas gracias a la gente de Estados Unidos, México, Argentina, Alemania, Honduras, Colombia, Perú, Chile, Reino Unido, Francia, Venezuela, Costa Rica, Rusia, Singapur, India, Ucrania (aunque creo que estos últimos entraron por error) y cualquier otro que no me haya salido en las estadísticas del blog. Y a los españoles también. Familia y amigos incluidos.

jueves, 15 de septiembre de 2011

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 10

TR despertó horas más tarde. Un fuerte dolor le martilleaba en la cabeza. Y en la espalda. Y en las piernas, los brazos, los hombros, las rodillas... Básicamente, lo único que conservaba sano eran las orejas y la nariz. Y esa última sufría los efluvios propios del lugar donde se encontraba: un contenedor de basura. Gracias a él, seguía con vida, pero eso no lo hacía más agradable.

— Vaya mierda. — Se quejó TR tratando de salir de entre los desperdicios. La abundancia de restos de verduras, de carne podrida y pescado pasado no sólo revelaban que había un mercado cerca. También formaban una masa informe e inestable que le hacía hundirse en los deshechos cuanto más se debatía por salir de ellos. Se sentía como si estuviera en medio de unas repugnantes arenas movedizas hechas de basura que trataran de absorberlo. Y contra eso no podía usar nada que hubiese "copiado" a lo largo de su vida. Nunca se hubiese imaginado encontrarse en una situación similar a esa.

Para cuando consiguió salir del contenedor estaba rebozado, de los pies a la mitad del pecho, en desperdicios y sus diversos jugos. Su olor corporal tampoco era excesivamente mejor. Pero por mucho que le pudiera apetecer, no tenía tiempo para autocompadecerse. La policía le estaría buscando. Pero en su estado, no llegaría lejos saltando de azotea en azotea. Y tampoco podía pasearse vestido de superhéroe. Así que se quitó la camiseta ajustada de lycra, la metió, junto con cualquier arma o accesorio superheroico que pudiera llevar, en su mochila y salió a la calle arrastrándose como un mendigo descamisado, maloliente y dolorido.

Tardó media hora en regresar a su casa, pero consiguió llamar poco la atención. Al menos, no le habían detenido y nadie parecía haberle reconocido como TR o Sergi. Agotado, asqueado y malhumorado, se preparó un baño caliente con el que quitarse la porquería y la mala leche. Y una vez que tuvo los dedos arrugados como pasas, se fue a la cama. O lo iba a hacer hasta que su conciencia le recordó que debía preocuparse por la salud de los secuestrados del banco. Así que se acercó al televisor y puso un canal de noticias. En lugar de las tristes imágenes que esperaba, retransmitían una rueda de prensa del alcalde. Junto a él, había dos figuras ataviadas con largas capas rojas y máscaras venecianas. "Vaya pintas más ridículas" pensó Sergi. Mientras, el regidor estaba hablando:

— ... estos jóvenes, que han salvado a los rehenes y detenido a unos peligrosos criminales incluso, a pesar de la triste intervención de otros que tienen la osadía de autoproclamarse superhéroes o justicieros, pero que bien podrían ejercer de matones en un antro de mala muerte. — Dijo el político. — Por eso, hago entrega de las llaves de la ciudad, a nuestros nuevos protectores: Los Conjurados.

El alcalde estrechó las manos de los homenajeados luciendo una amplia sonrisa. Estaba encantado con la situación. TR había sido el último héroe al que le había entregado las llaves de la ciudad y no es que hubiesen terminado muy amistosamente. Sobre todo después de que TR saliera públicamente del armario. Pero ahora tenía justicieros-mascota nuevos y el político volvía a estar encantado consigo mismo. Los héroes quedan muy resultones en periodo electoral. Sin embargo, preveía que para TR y Bolea el futuro se iba a presentar bastante más negativo.

— Vaya mierda de día. — Dijo Sergi tirando el mando contra la pared. Si esa tarde no se hubiera caído a un contenedor de basura desde lo alto de un edificio, seguramente habría salido a ligar para relajarse. O hubiese quedado con Mario. Pero dado que le dolía cada fibra muscular de su cuerpo y aún conservaba cierto tufillo a sirope de cerdo descompuesto con hongos de coliflor, prefirió rociarse en colonia e irse a dormir.



miércoles, 14 de septiembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 20

Pensé en quedarme durmiendo a su lado. Me despertaría por la mañana, nos ducharíamos juntos, desayunaríamos en alguna terraza y, desde luego, habría mucho sexo salvaje. Sería bonito. Pero a esa perfecta estampa de amor le faltaban un par de detalles. Para empezar había una serie escasez de soledad en esa casa. Los amigos "odiantes" absurdos de Miguel seguían pululando por ahí sin dar muestras de tener intenciones de irse mientras hubiera comida y bebida a su libre y gratuita disposición. Y cuando ese momento llegara, buscarían a su anfitrión para despedirse. Encontrarle, aunque tuvieran que hacerlo palpando, a su amigo medio desnudo dormido en la cama con otro tío no era de las mejores formas de salir del armario.

Y la segunda cosa que faltaba era, precisamente, la certeza que el mencionado armario existiera en realidad. Un beso, por muy apasionado que hubiera sido, no significaba nada en medio de una melopea tan grande que había hecho que se durmiera. Y aunque lo significara, dudaba mucho que, cuando despertara con su resaca, la reacción fuera la que yo esperaba. Era bastante probable que hubiera más confusión, vergüenza, incertidumbre y amnesia que ganas de continuar con lo que habíamos empezado para que descubriera su verdadero yo mediante la experimentación de nuevas sensaciones. Asumir la propia sexualidad requiere tiempo y tranquilidad. No puede hacerse de pronto, al despertarte al lado de un tío teniendo la lengua como un estropajo y la cabeza embotada.

Tampoco es que mi desesperación sexual extrema y la futura y segura presencia de vómitos fueran a ser de especial ayuda en que ese invento llegara a buen puerto. Así que decidí replegar mis expectativas y deseos e irme a casa. Pero antes tapé a Miguel, busqué un barreño en el baño (que el chico tuviera todo etiquetado en braille me facilitó la tarea e impidió que cogiera un orinal), se lo dejé junto a la cama por lo que pudiera pasar y le di un tierno beso en la frente. Qué puedo decir. A veces soy así de majo.

Anuncié mi retirada a la primera persona que encontré a pesar de que dudaba mucho que fuera a acordarse de ella, llamé a un taxi por el móvil y esperé en el portal a que llegara.

Ya en casa, decidí desfogar mis deseos. Luna, hacía un tiempo, se había dedicado a transcribir los sucesos que acaecían en varias películas de índole intimo-festivo. Puestas en el lector del procesador de textos, era como las narraciones para ciegos que le ponían a las películas en la televisión. Cumplía su propósito. Tenía la desventaja de que la voz del procesador podía excitarme incluso con la declaración de hacienda, pero era algo que podía soportar.

Me decidí por una película llamada "Alad-Ano y la lámpara lujuriosa". Un clásico. El lector comenzó la narración con su tono mecánico y entrecortado: "Había una vez un joven muy fibrado que vestía solo con unos bombachos y un gorrito hortera que se llamaba Alad-Ano... ". Y yo, en contra de cualquier pronóstico, me eché a llorar.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 19

Y como vino, se fue. Se despegó de mis labios, soltó mi trasero y sus pasos se perdieron en el jaleo circundante. Tan rápido que llegué a plantearme si había sido un espejismo causado por mi imaginación o por el exceso de bebida. Pero no había llegado a beber ni una gota de alcohol. Y estaba demasiado cachondo para que fuera producto de mi calenturienta cabecita. Sin embargo, Miguel no se encontraba a mi lado. Se esfumó como si nada.

Pensando que había ido al servicio, me quedé un rato esperándole. A veces, ser ciego te proporciona situaciones tan delirantes como que tu pareja se te pierda en una habitación de cinco metros cuadrados. Es absurdo y desesperante. Traté de serenarme bebiendo algo de whisky. No era de demasiado ayuda. Me atontó un poco y me mareó. Pero la relajación quedaba lejos. La persona que llevaba tanto queriendo que me besara, había desaparecido sin dar explicaciones justo cuando acababa de hacerlo. No era, precisamente algo muy tranquilizante. Así que busqué las cuerdas guía y agarré la de fieltro. Era la que llevaba al baño. El lugar más probable para encontrarme con Miguel.

La puerta del servicio estaba cerrada con pestillo, pero su ocupante no era quien yo esperaba. Al menos, la voz que me contestó desde el interior sonaba a chica. Concretamente, a la que hacía cuadros con cáscaras de nuez. Me alejé de allí antes de que saliera. Lo último que me apetecía era iniciar otra absurda conversación sobre odios de invidentes. Tenía otros planes más interesantes. Pero para eso tenía que encontrar a Miguel y, al contrario del baño y de las bebidas, él no tenía una cuerda guía que me pudiera llevar hasta él. Así que opté por gritar. En ocasiones desesperadas y en ambientes desconocidos, no hay mejor recurso para un ciego que ponerse a dar voces a diestro y siniestro. Tardó poco en dar los resultados esperados. Un gruñido gutural, que sonaba a algo parecido a "Eooyquí", surgió de las profundidades de un cuarto como respuesta. Y, por suerte para mí, la voz pertenecía a quien buscaba.

Miguel estaba tumbado sobre la cama y, por lo que pude palpar, solo llevaba unos calzoncillos. Ni que decir tiene que mis sentidos se despertaron como si me hubiera tomado tres litros de café solo. Y no únicamente mis sentidos. También algunos de mis órganos. Sin embargo, por segunda vez en esa noche, mis expectativas quedaron muy por encima de la realidad y mi excitación se acabó por diluir en un dolor en la entrepierna. Miguel acababa de quedarse dormido.