viernes, 9 de septiembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 19

Y como vino, se fue. Se despegó de mis labios, soltó mi trasero y sus pasos se perdieron en el jaleo circundante. Tan rápido que llegué a plantearme si había sido un espejismo causado por mi imaginación o por el exceso de bebida. Pero no había llegado a beber ni una gota de alcohol. Y estaba demasiado cachondo para que fuera producto de mi calenturienta cabecita. Sin embargo, Miguel no se encontraba a mi lado. Se esfumó como si nada.

Pensando que había ido al servicio, me quedé un rato esperándole. A veces, ser ciego te proporciona situaciones tan delirantes como que tu pareja se te pierda en una habitación de cinco metros cuadrados. Es absurdo y desesperante. Traté de serenarme bebiendo algo de whisky. No era de demasiado ayuda. Me atontó un poco y me mareó. Pero la relajación quedaba lejos. La persona que llevaba tanto queriendo que me besara, había desaparecido sin dar explicaciones justo cuando acababa de hacerlo. No era, precisamente algo muy tranquilizante. Así que busqué las cuerdas guía y agarré la de fieltro. Era la que llevaba al baño. El lugar más probable para encontrarme con Miguel.

La puerta del servicio estaba cerrada con pestillo, pero su ocupante no era quien yo esperaba. Al menos, la voz que me contestó desde el interior sonaba a chica. Concretamente, a la que hacía cuadros con cáscaras de nuez. Me alejé de allí antes de que saliera. Lo último que me apetecía era iniciar otra absurda conversación sobre odios de invidentes. Tenía otros planes más interesantes. Pero para eso tenía que encontrar a Miguel y, al contrario del baño y de las bebidas, él no tenía una cuerda guía que me pudiera llevar hasta él. Así que opté por gritar. En ocasiones desesperadas y en ambientes desconocidos, no hay mejor recurso para un ciego que ponerse a dar voces a diestro y siniestro. Tardó poco en dar los resultados esperados. Un gruñido gutural, que sonaba a algo parecido a "Eooyquí", surgió de las profundidades de un cuarto como respuesta. Y, por suerte para mí, la voz pertenecía a quien buscaba.

Miguel estaba tumbado sobre la cama y, por lo que pude palpar, solo llevaba unos calzoncillos. Ni que decir tiene que mis sentidos se despertaron como si me hubiera tomado tres litros de café solo. Y no únicamente mis sentidos. También algunos de mis órganos. Sin embargo, por segunda vez en esa noche, mis expectativas quedaron muy por encima de la realidad y mi excitación se acabó por diluir en un dolor en la entrepierna. Miguel acababa de quedarse dormido.

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