jueves, 15 de septiembre de 2011

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 10

TR despertó horas más tarde. Un fuerte dolor le martilleaba en la cabeza. Y en la espalda. Y en las piernas, los brazos, los hombros, las rodillas... Básicamente, lo único que conservaba sano eran las orejas y la nariz. Y esa última sufría los efluvios propios del lugar donde se encontraba: un contenedor de basura. Gracias a él, seguía con vida, pero eso no lo hacía más agradable.

— Vaya mierda. — Se quejó TR tratando de salir de entre los desperdicios. La abundancia de restos de verduras, de carne podrida y pescado pasado no sólo revelaban que había un mercado cerca. También formaban una masa informe e inestable que le hacía hundirse en los deshechos cuanto más se debatía por salir de ellos. Se sentía como si estuviera en medio de unas repugnantes arenas movedizas hechas de basura que trataran de absorberlo. Y contra eso no podía usar nada que hubiese "copiado" a lo largo de su vida. Nunca se hubiese imaginado encontrarse en una situación similar a esa.

Para cuando consiguió salir del contenedor estaba rebozado, de los pies a la mitad del pecho, en desperdicios y sus diversos jugos. Su olor corporal tampoco era excesivamente mejor. Pero por mucho que le pudiera apetecer, no tenía tiempo para autocompadecerse. La policía le estaría buscando. Pero en su estado, no llegaría lejos saltando de azotea en azotea. Y tampoco podía pasearse vestido de superhéroe. Así que se quitó la camiseta ajustada de lycra, la metió, junto con cualquier arma o accesorio superheroico que pudiera llevar, en su mochila y salió a la calle arrastrándose como un mendigo descamisado, maloliente y dolorido.

Tardó media hora en regresar a su casa, pero consiguió llamar poco la atención. Al menos, no le habían detenido y nadie parecía haberle reconocido como TR o Sergi. Agotado, asqueado y malhumorado, se preparó un baño caliente con el que quitarse la porquería y la mala leche. Y una vez que tuvo los dedos arrugados como pasas, se fue a la cama. O lo iba a hacer hasta que su conciencia le recordó que debía preocuparse por la salud de los secuestrados del banco. Así que se acercó al televisor y puso un canal de noticias. En lugar de las tristes imágenes que esperaba, retransmitían una rueda de prensa del alcalde. Junto a él, había dos figuras ataviadas con largas capas rojas y máscaras venecianas. "Vaya pintas más ridículas" pensó Sergi. Mientras, el regidor estaba hablando:

— ... estos jóvenes, que han salvado a los rehenes y detenido a unos peligrosos criminales incluso, a pesar de la triste intervención de otros que tienen la osadía de autoproclamarse superhéroes o justicieros, pero que bien podrían ejercer de matones en un antro de mala muerte. — Dijo el político. — Por eso, hago entrega de las llaves de la ciudad, a nuestros nuevos protectores: Los Conjurados.

El alcalde estrechó las manos de los homenajeados luciendo una amplia sonrisa. Estaba encantado con la situación. TR había sido el último héroe al que le había entregado las llaves de la ciudad y no es que hubiesen terminado muy amistosamente. Sobre todo después de que TR saliera públicamente del armario. Pero ahora tenía justicieros-mascota nuevos y el político volvía a estar encantado consigo mismo. Los héroes quedan muy resultones en periodo electoral. Sin embargo, preveía que para TR y Bolea el futuro se iba a presentar bastante más negativo.

— Vaya mierda de día. — Dijo Sergi tirando el mando contra la pared. Si esa tarde no se hubiera caído a un contenedor de basura desde lo alto de un edificio, seguramente habría salido a ligar para relajarse. O hubiese quedado con Mario. Pero dado que le dolía cada fibra muscular de su cuerpo y aún conservaba cierto tufillo a sirope de cerdo descompuesto con hongos de coliflor, prefirió rociarse en colonia e irse a dormir.



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