—Le noto un poco estresado ¿quiere que le dé un masaje? —me ofrecí.
—Déjese de tonterías, señor Nicholas —me reprendió la señora—. Mi Gotthold aún está afectado por la caída que acaba de sufrir.
—Estoy bien —respondió el conde sentándose lo más lejos de su madre que le permitió el sofá. Aunque antes dijera que su hijo “estaba crecidito” era obvio que la mujer seguía tratándole como a un crío, actitud que a Gotthold no le hacía ni pizca de gracia. Tendría que enseñarle al joven cómo trataba yo a los hombres hechos y derechos—. Me preocupa el terremoto —continuó—. Nunca habíamos notado uno tan temprano.
—Quizás los monstruos me estuvieran dando la bienvenida —dije riendo. A pesar de mi buen humor exterior, por dentro no me sentía tan jovial. Las criaturas sobrenaturales son seres de costumbres fijas. Que hubieran variado su rutina por mí (o por la razón que fuera) era una mala señal.
—Es usted imposible —gruñó la dueña de la casa.
—Me había dicho que había una leyenda familiar —apunté ignorando a la señora. Estaba embelesado por la belleza del conde. Uno de los botones de su camisa se había desabrochado y podía verle parte de su musculado pectoral derecho.
—Sí, así es —afirmó el joven—. Cuenta la historia que cuando el que sería el primer conde de Ameisenhaufen llegó a estas tierras, no era más que un mísero labriego de dudosa reputación que escapaba de sus deudas. No tenía intención de detenerse aquí, pero la noche se le echó encima antes de lo previsto y no le quedó más remedio que acampar a un lado del camino. Cuando despertó a la mañana siguiente, descubrió que se había dormido sobre un hormiguero y estaba cubierto de hormigas. Mientras se deshacía de ellas, un espíritu de las montañas se apareció junto a él y se ofreció a concederle tres deseos si dejaba de matar a los pobres insectos. Mi antepasado pidió fortuna, tierras y un linaje de alta alcurnia. El espíritu le construyó este castillo, le dio un enorme tesoro y le otorgó un título nobiliario que conmemoraría ese encuentro, pues se convertiría en el conde de Ameisenhaufen (el hormiguero). Creyendo que la buena suerte por fin le sonreía, mi antepasado se encaminó a su nuevo castillo con tan mala suerte que pisó una hormiga sin querer. El espíritu montó en cólera y maldijo al conde. “Los muertos se levantarán, vuestro propio apellido os traicionará y de las profundidades de la Tierra se alzará un ser inimaginable” anunció. Y así, de cuando en cuando, un cruel monstruo emerge de su tumba para atormentar a la población y a mi familia.
—¿Qué le parece? —me preguntó la señora con cara de curiosidad.
—Familiar —respondí—. Créanme, pase lo que pase, nunca es buena idea aceptar regalos de seres sobrenaturales. Siempre acaba mal.
—¿Y qué propone que hagamos?
—Yo diría que descansar hasta la cena sería un plan bastante bueno —dije—. Durante la noche será más provechosa la investigación —añadí al ver la cara de perplejidad de la mujer—. Como han dicho antes, lo normal es que estos sucesos ocurran por la noche, por lo que se puede suponer que se tratará de monstruos nocturnos.
—Está… bien —admitió la señora—. Le contrataré durante un par de días para ver qué tal se desenvuelve y cuáles son sus métodos. Pero le advierto que si no obtiene resultados, no le pagaré.
—No hace falta que pague nada —contesté. Cuando tienes una cartera mágica que te da dinero, no hace falta cobrar por realizar tu trabajo. Aunque, en realidad, yo lo hago gratis porque cada vez que acepto que me paguen, me suceden cosas malas. La última vez me atropelló un autobús, perdí el dinero y la cartera no me dio ni un billete durante un mes. Desde entonces, prefiero no arriesgarme—. Me vale con una habitación, un baño y un sitio a la mesa.
—De acuerdo entonces, Hans le acompañará a sus aposentos.
—¿Y no podría ser Gotthold? —pregunté sonriente—. Así podríamos ir comentando el caso y… conocernos un poco mejor.
—Señor Nicholas —chilló la señora en un tono tan agudo que temí que fueran a reventar los cristales de las ventanas—, en las casas decentes a los invitados los acompaña el servicio. Mi hijo tiene asuntos más importantes que atender.
—Claro, claro —respondí mientras, en mi cabeza, tachaba a la mujer de mi lista de gente a la que me quería tirar. Puedo acostarme con un hombre-lobo, pero no soporto a las señoras gritonas. Y era una pena porque su porte, sus modales y hasta su actitud de gran dama insufrible, me ponían bastante.
—Sígame, señor —me dijo el mayordomo.
—Oye Hans, te noto estresado —comenté mientras nos adentrábamos por los oscuros pasillos del castillo—. ¿Quieres que te haga un masaje?
Qué servicial es Blaine, siempre ofreciendo sus habilidades como masajista. Creo que me encantaría probar uno de esos masajes suyos, jajaja.
ResponderEliminarLlámame mal pensado si quieres, pero creo que dar masajes no es lo que le interesa jejejejeje Muchas gracias por el comentario y me alegro de que Blaine te guste tanto jejeje
EliminarSí, ya me lo había imaginado, jajaja.
Eliminar