Con el taparrabos haciendo poco honor a su nombre (no era una prenda que estuviera diseñada para saltar, correr o pelear) Baz se lanzó sobre los tres hombres vestidos de negro que amenazaban al joven asustado. La entrada del guerrero, espada en ristre, con sus músculos en tensión y dejando a la vista cada centímetro de su fuerte cuerpo fue una visión tan impactante que, incluso aquellos de los presentes que se consideraban heterosexuales, se quedaron atónitos. Pasaría mucho tiempo antes de que dejaran de soñar con ello. Pero, aunque la visión del guerrero desnudo pudiera hacer que se plantearan su orientación sexual, en el momento la confusión que causó no fue tan profunda y los asesinos se recuperaron rápidamente de la impresión. Eran personas entrenadas y sabían cómo centrar su atención en la lucha, sin importar el atractivo de su enemigo o las ropas que llevara (o no llevara, en este caso).
La lucha comenzó bastante mal para Baz y no todo tenía que ver con su evidente inferioridad numérica. Él seguía un código de honor que no parecía importar a los enemigos a los que se enfrentaba. Patadas en la entrepierna, ataques por la espalda, arena en los ojos, armas ocultas… sus adversarios no dudaban en usar cualquier recurso, por sucio que fuera, con tal de vencerle. Varias veces le derribaron durante los primeros minutos de pelea y, en un par de ocasiones, el filo de una espada estuvo a punto de atravesarle el pecho. Sin embargo, Baz no se rindió y continuó atacando hasta que consiguió herir a los tres en el brazo derecho. Los hombres vestidos de negro, viendo que no podrían manejar la espada, huyeron a la carrera. Baz les dejó escapar y fue a ver cómo se encontraba el joven.
—Te agradezco la ayuda… espadachín —le dijo el chico. Aún le temblaba el brazo del miedo que había pasado.
—De nada, de nada —respondió Baz nervioso. Era incapaz de apartar la mirada de los ojos verdes del joven. Le recordaban a los de Trelios, su mejor amigo en la academia militar—. Me llamo Baz.
—Yo soy el príncipe Tayner, hijo pequeño del rey Yurgos.
—¡¿Un príncipe?! —dijo Baz sorprendido. Había estado tan preocupado en salvarle que no se había fijado en nada más (salvo en sus ojos verdes, claro). Pero mirándolo bien, sí que tenía la apariencia de un noble. Los ropajes que llevaba estaban algo rotos y sucios, pero era indiscutible que habían sido confeccionado con tela de calidad. Aunque lo que le sacó de dudas fue el emblema que bordado en hilo de oro todavía relucía sobre su pecho. Representaba a dos garzas con los cuellos enredados y un mapache con un pez en la mano. Era el escudo de la familia real de Kierg.
—¿Cómo podría recompensarte por tu ayuda? —preguntó Tayner.
—Bueno…
Ambos se quedaron en silencio, mirándose fijamente a los ojos. El parecido con los de Trelios estaba despertando en Baz unas emociones que hacía tiempo que no sentía. Quería besar a Tayner apasionadamente. El príncipe debía tener una idea parecida pues empezó a aproximarse lentamente al guerrero.
—Eso que vuestra manos izquierda palpa, es mi pene —susurró Baz.
—¿Te disgusta? —preguntó Tayner con una amplia sonrisa.
—Me importa más que vuestra mano derecha esté tratando de robarme la bolsa en la que guardo mi dinero —respondió el guerrero con seriedad apartándose del príncipe.
—Ups.
Hola, Hache, me he divertido mucho leyendo el capítulo. Pero está visto que en estos días todos van a meter la mano en las bolsas ajenas, incluso los príncipes, jajaja.
ResponderEliminarEn las bolsas y en las bolas jejejeje De todas formas Tayner es mal ejemplo de príncipe porque tiene mucho morro y las manos muy largas. Muchas gracias por los comentarios. Espero que te sigan gustando las historias que sigues.
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