—Buenas tardes, soy Blaine Nicholas —me presenté en cuanto se abrió la puerta del pequeño castillo—. Investigador de lo paranormal.
A estas alturas debería comentar que no entiendo ni una palabra de alemán. Por suerte, uno de los efectos secundarios de mi mágica “condición” es una capacidad extraordinaria para leer, hablar y escribir cualquier idioma de la tierra, aunque no lo haya escuchado en mi vida o desconociera su existencia. Eso facilita bastante comunicarme con las personas que acaban convirtiéndose en mis clientes. Y también con los seres demoniacos a los que me enfrento dentro y fuera de la cama. Esos bichos no suelen comunicarse en las lenguas de la superficie. Claro que como nunca hay un regalo gratis, aunque hable a la perfección cualquier idioma, siempre lo hago con acento extranjero. Incluso cuando uso mi lengua natal. En España, parezco francés. Y en Francia, italiano. No es que sea algo grave, pero a veces dificulta el trabajo. Por alguna razón incomprensible, hay gente que tiene problemas para confiar en brujos extranjeros desconocidos que se presentan en su puerta una noche sin luna. Claro que es posible que el problema no sea el acento, sino todo lo demás.
—¿Y en qué puedo ayudarle… señor… eh… investigador? —dijo el atractivo mayordomo algo confundido.
—He oído que, quizás, necesitaran mis servicios —contesté—. Ya sabe, con sucesos extraños y ese tipo de cosas.
—Pase —me ofreció. En su cara se adivinaba que sabía de qué hablaba, a pesar de que yo no tuviera ni idea—. Avisaré a la señora.
—¿De dónde piensa que soy? —pregunté. Tenía curiosidad de cómo sonaba en alemán.
—Parece… húngaro —respondió confuso—. O rumano.
—Pues eso será —comenté con una sonrisa. No había nada más apropiado para investigar lo que sucedía en un oscuro castillo de Centroeuropa que tener el acento de Drácula.
El mayordomo se adentró en la casa y me dejó solo en el salón, admirando cómo le marcaba el culo el pantalón del uniforme mientras se alejaba. Tardó unos minutos en regresar con una señora rubia, alta y de curvas exuberantes. Se notaba que en su juventud había sido una belleza, pero seguía manteniéndose en forma a sus cincuenta y algo. Sin ninguna duda, iba a pasármelo bien. Y, además, no llevaba anillo de casada. No soy celoso, pero los maridos siempre complican las cosas y estropean la diversión.
—¿Señor Nicholas? Hans me ha dicho que quiere ayudarnos con nuestro problemilla —dijo la mujer viniendo hacia mí. Me tendió la mano y yo se la besé con delicadeza.
—Así es señora…
—Ameisenhaufen.
—Oh ¿se apellida usted “hormiguero”? —pregunté mientras mi mirmecofobia hacía que me temblaran las piernas y tuviera ganas de salir huyendo—. Qué encantador ¿se llama el pueblo así por su familia?
—Ciertamente pero, si me lo permite, me gustaría dejar a un lado la historia de mis antepasados y que me contara la suya —comentó con frialdad—. ¿Cómo supo de los terribles eventos que están ocurriendo en esta casa?
—Soy brujo —respondí con naturalidad. En este tipo de temas es mejor no andarse por las ramas—. Tuve un sueño premonitorio.
—Oh, ya veo. Entonces ¿sabe a lo que se enfrenta?
—No tengo la más mínima idea —confesé—. ¿El televisor se cambia solo y no puede ver la telenovela que le gusta?
—Ni mucho menos —chilló ella escandalizada—. Aquí hay un monstruo.
Vaya, ya me gustaría a mí poder hablar todos los idiomas aunque fuera con acento extranjero, jajaja. Ya estoy deseando leer el siguiente. Muchas gracias por el capítulo y también por quitar la verificación de palabras, así es mucho más cómodo. Besos.
ResponderEliminarSí, estaría muy bien ese poder. Y muchas gracias a ti por decirme que lo quitara, ni sabía de su existencia. Espero que te guste la próxima entrada e intentaré hacerla más larga. Besos.
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