Cuando salí de la ducha, Marc y Sergio se reían. Conociéndoles, uno estaría valorando qué momento era el idóneo para sacar su tableta de chocolate (me refiero a sus abdominales, que conste) y el otro, averiguando información provechosa. Por suerte para mí, Marc no disponía de habitaciones libres en su casa ni aceptaba invitados permanentes, así que era poco probable que Sergio arriesgara su estancia en mi loft por un polvo. Aunque fuera con Marc. De haberle ofrecido un cuarto, seguramente, me los hubiera encontrado fornicando en la mesa de mi cocina como conejos. Pero eso sucedía en una realidad paralela. En esta, como ya he dicho, se reían y evaluaban sus movimientos en función de sus intereses. Saber de antemano que ninguno conseguiría su objetivo, era gracioso. Tendría que hacer más convenciones de exnovios. No imaginaba que pudieran ser tan ridículos ni tan divertidos. Mi aparición en escena, no obstante, cambió el ambiente reinante y disolvió sus planes.
—¿De qué habláis? —pregunté.
—Me estaba contando un chiste genial —me contestó Marc.
—Sí, sí —le secundó el otro—. Muy gracioso.
Por segunda vez en ese día (la primera fue al tener que recoger a tientas la vomitona de Ichi), deseé poder ver. Es algo que casi nunca me sucede. Pero poder observar sus caras de mentirosos, debía ser algo impagable.
—¿Ichi sigue dormido? —pregunté, por cambiar de tema más que nada.
—Sí, no se ha movido ni un milímetro —dijo Marc—. Se ve que el exceso de alcohol le ha dejado sin fuerzas.
—Echar fuera esa cantidad de líquido también tiene que cansar —añadió Sergio—. Por cierto, hemos abierto las ventanas.
—Yo me he opuesto —se defendió mi otro exnovio. Sabía lo mucho que me fastidiaba. Lo había sufrido un par de veces cuando salíamos juntos—. Pero no me ha hecho caso.
—Sí, me ha explicado tu interesante paranoia por la seguridad que derivó en prohibir abrir las ventanas —dijo con sarcasmo Sergio—. Pero el olor era espantoso y el aire acondicionado lo único que hacía era moverlo. Pero tranquilo, promete que no lo haré más si tus amigos se abstienen de vomitarte la casa de nuevo.
Si cualquier otra persona abriera mis ventanas y, después, me hablara así, le daría bastonazos hasta que se me cansara el brazo o viniera la policía. Y en "cualquier otra persona" incluyo a Ichi, Luna y Marc. Mi casa era mía y nadie iba a cambiarlo. Pero Sergio... él está en otra liga. Me cuesta reaccionar con naturalidad con él. Por eso le tengo de invitado. El primero y único de mi vida.
—No te preocupes —acerté a decir.
—Ahora sí que lo he visto todo —dijo Marc, que no daba crédito a lo que acababa de decir—. Acuérdate de ir a ver al editor.
—Tranquilo —respondí.
—Me llevaré a Ichi a su casa —añadió.
En ese momento, era yo el que no daba crédito.
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