— Uf, menos mal que pesás menos que una nena. — Dijo Bolea alzándole a pulso.
— Qué graciosa. — Le respondió TR.
— ¿Estás bien?
— Sí. Ahora mejor.
— Me refiero a la salud. Últimamente, tenés los poderes hechos remierda.
— Mis poderes están perfectamente. — Respondió él algo mosqueado. — No me he caído, por si es lo que estás insinuando. Me han tirado.
— ¿Te han tirado? — Preguntó Bolea incrédula.
— Sí. Saltaba por los tejados en dirección al banco cuando vi dos luces rojas, alguien me llamó gilipollas y entonces... pasó una cosa rara. Algo tiró de mí. Salí... volando hacia atrás.
— Una vez conocí — empezó ella sin hacer mucho caso a su amigo — a un pibe que iba a psicoanalista porque...
— No me he imaginado nada. — Le cortó TR. — No seas tan tópicamente argentina.
— Calmate, pibe. Si decís que viste dos luces rojas y que volaste por arte de magia, lo creo. Habrá sido un genio, o un hada. — Se burló Bolea.
— O los Conjurados… — Dijo TR. — ¡Tenemos que irnos! — Añadió saliendo corriendo como si su vida dependiera de ello. Bolea no entendía nada, pero le siguió de cerca.
— ¿Qué pasa? — Preguntó ella. — ¿Qué tomaste?
— Los Conjurados irán hacia el banco. Si lo resuelven como la otra vez, vamos a tener decenas de inocentes muertos.
— Me sorprende lo rápido que podés imaginarte los problemas.
Cuando llegaron, diez coches de la policía circundaban el edificio. Pero no era lo único que rodeaba el banco. También había una especie de campo de fuerza. Algo que ni la vara de TR ni la maza de Bolea, pudo atravesar. Cuando lo golpeaban, lo único que conseguían era que saltaran chispitas.
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