Un penetrante aroma a café recién hecho me despertó antes de que la alarma del reloj hubiera tenido oportunidad de sonar. Mientras mis sentidos se aclaraban, otras esencias se abrieron camino hacia mi pituitaria: pan tostado, cruasanes calientes, mantequilla derretida. Parecía que mi invitado había decidido pagar su alojamiento con un desayuno recién hecho. Si hubiera pagado él lo que me iba a comer, hubiera sido mejor, pero aun así era un bonito detalle.
—Espero no haberte despertado —dijo. Él olía a gel de ducha, champú de sandía, ropa limpia y a su suave y característico aroma personal. La combinación, era fresca y muy atrayente.
—No, tranquilo —le respondí—. ¿Qué haces?
—Me desperté pronto y te he preparado el desayuno. También he hecho tu colada y la mía.
—Muchas gracias.
—Los cruasanes son recientes, de la panadería de abajo —me dijo—. Los compré cuando salí a por detergente. No quería gastarte el tuyo.
Un ligero escalofrío de deseo desenfrenado recorrió mi cuerpo y, por un momento, estuve a punto de tirar a Sergio sobre la mesa para arrancarle con los dientes la ropa que llevase, aunque eso supusiera mandar al suelo los cruasanes, las tostadas, la mantequilla o el café caliente. Después mi mente regresó al modo "Sergio es malo" y se me pasó. Seguro que todas aquellas atenciones iban destinadas a tratar de alargar su estancia gratuita en mi casa.
Mi libido volvió a ebullir como una loca cuando mi brazo entró en contacto, por accidente, con su pecho desnudo. Solo mi imponente fuerza de voluntad, forjada tras décadas de cara terapia psicológica, logró que me controlase lo suficiente para poder continuar con calma con el desayuno. Fuerza de voluntad y muchas expectativas respecto a la fiesta de Miguel. Me había imaginado mil finales para esa noche, aunque el futuro que más me interesaba era el que implicaba a nuestros dos cuerpos desnudos y sudorosos en su cama deshecha. Practicando sexo, claro, que en una cama se pueden hacer muchas cosas... o, al menos, un par de ellas.
Me tomé el día libre para poder prepararme y atusarme como merecía una ocasión tan especial. Pretendía depilarme, rasurarme, hidratarme, afeitarme, limpiarme, ducharme y cortarme lo que fuera necesario y lo que correspondiera en cada caso. Y seleccionaría la ropa con la calma debida. Nunca más permitiría que me sucediera lo mismo que la noche anterior. Pensaba ir bien arreglado. Nada de ropa fácilmente "quitable". Aunque tampoco tenía en mente ponerme un traje. Odio llevar trajes. Y corbatas. Una chaqueta a lo sumo. Eso facilitaría el acercamiento con Miguel. Y si al final la noche resultaba ser un fiasco en el plano sexual, podría aceptar las veladas proposiciones de mi invitado. O llamar a Marc para un encuentro desestresante. O, incluso, quedar con Ichi y ceder a su amor. La verdad es que no me podía quejar. Tenía plenitud de opciones. No sé por qué, a veces, me quejaba tanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario