viernes, 17 de junio de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 13

Lo largo que se hacen los días cuando esperas algo. Y la de cosas que pueden suceder hasta que llega. Yo, lo único que tenía planeado de la jornada, era la fiesta y sus preparativos necesarios. Levantarme, realizar las funciones fisiológicas que me correspondieran, arreglarme, llamar a un taxi, irme a casa de Miguel y desfasar un poco en espera de que sucediera algo más erotizante. Nada más. Como mucho, alguna interacción social cortés con el taxista o con su invitado.

El gesto de Sergio al hacerle el desayuno ya había sido una sorpresa agradable. Con segundas intenciones, como la mayoría de las cosas que hacía su exnovio, pero no por ello dejaba de ser bonito o delicioso. Estaba dispuesto a dejarse sobornar habitualmente si ello significaba más desayunos, invitaciones a cenar, alguna limpieza a fondo del baño o un masaje de espalda. Si el chico era feliz creyendo que le manipulaba, él no se lo iba a quitar. Además, así pagaba su estancia en la casa. Aunque tenía que pedirle que, para la próxima vez, comprase churros y porras. Ya que se ponía... Pero aún quedaban horas libres para más sucesos imprevistos. Y nada más insólito que podría pasar era recibir la visita sorpresa de Ichi. Borracho, para más señas.

—Estaba de fiesta y he venido a verte —se explicó.

—¿Cómo que estabas de fiesta? —pregunté extrañado—. Es por la mañana ¿te has pasado la noche bebiendo?

—Eso parece. Resulta que anoche... —Ichi detuvo su explicación a mitad. Por el ruido de fondo de los tablones, supe que había visto a Sergio—. ¿Ese es... es tu ex? Ichi se puso a gruñir y trató de lanzarse a pegar a Sergio. Y digo "trató" porque, en vista de su estado, en cuanto comenzó a soltar sonidos raros le agarré previendo lo que iba a ocurrir. Ya me lo conocía. No era su primera borrachera.

—¿Tienes un perro rabioso contigo? —me preguntó mi invitado.

—Es Ichi.

—No sé qué me estás diciendo —se quejó Sergio.

—Que es mi amigo Ichi —expliqué—. Su nombre es Ichi. Es un otaku.

—Muy interesante ¿explica eso también por qué está gruñendo o solo es otra de esas cosas que forman parte de su encanto?

—Está enamorado de mí. Y me parece que te quiere pegar.

—Has tratado muy mal a Santi —agregó Ichi como queriendo apoyar mi explicación—. Te mereces una paliza.

—No me explico cómo no te has liado con él —dijo Sergio—. Si me necesitas para algo, estaré duchándome.

—¿Sabes una cosa? —me preguntó Ichi, una vez nos quedamos solos.

—Dime.

—Te quiero... y tengo ganas de vomitar.

Dicho y hecho, litros de alcohol, refrescos, jugos gástricos y comida a medio digerir cubrieron en un instante la entrada de mi casa. Mal momento para ser ciego.

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