lunes, 4 de julio de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 16

Las cuatro de la tarde y ahí me encontraba yo, en la sala de espera de una pequeña oficina en la que, según Marc, un editor iba a recibirme para cumplir mi antiguo sueño de publicar un cómic de superhéroes para ciegos. Lo cierto es que, con el tiempo que había tenido para prepararme, igual podría estar en la sede de la ONU para mediar en el conflicto de Osetia. Apunté mentalmente, vengarme de Marc por hacerme pasar por ese tipo de situaciones. Lo único positivo de no tener ni idea sobre el asunto era que estaba tranquilísimo. Sabía que iba a cagarla de la forma más estrepitosa. Y sin expectativas, no hay incertidumbre. En la facultad me ocurría exactamente lo mismo si había estudiado poco para un examen. Aunque, tengo que reconocer, que me daba algo de pena desperdiciar una oportunidad así, escasa donde las haya, tras tanto tiempo buscándola. Y, para colmo, iba a hacerle perder el tiempo al simpático editor que había accedido a recibirme influido por las bonitas palabras (o por los increíbles abdominales) de Marc. Eso sin contar el tremendo ridículo que haría. Mis tripas se revolvieron, la frente se me empapó de sudor y el corazón se me aceleró. Podía carecer de expectativas, pero conservaba intacto mi descomunal sentido de la vergüenza y mi pavor a quedar como un payaso sin proponérmelo.

—Santiago March —llamó un joven, supongo que el secretario del editor, justo en el momento que había decidido marcharme—. El señor Villa le espera.

Por alguna razón, supongo que me sentía cohibido por la situación en la que me encontraba, le obedecí y dejé que me indicase cuál era el despacho del editor. Incluso le permití que me acompañase cuando se dio cuenta de que era ciego. Mi espíritu rebelde e independiente debía estar de vacaciones en esos instantes. O demasiado acojonado para oponerse. Tendría que tomar nota mental de que, en momentos de estrés, soy un “cagao”.

—Buenas tardes —me saludó alguien en el despacho nada más crucé la puerta—. Vaya tomando asiento. Le atenderé en un minuto. En cuanto despache un asunto de la máxima urgencia que me acaba de surgir. Si quiere tomar algo, pídaselo a Gorka. La puerta se cerró, dejándome en soledad hasta que, el mencionado Gorka, el supuesto secretario de antes, apareció brevemente para ofrecerme una bebida. Acepté un vaso de agua y continué la espera. Mis nervios, entre tanto, no habían disminuido. Más bien, al contrario. Eso también me pasaba en los exámenes. La histeria crecía progresivamente a medida que se acercaba la hora de la prueba, se descontrolaba mientras esperábamos en clase a que repartieran las preguntas y desaparecía por completo en el momento que me ponía a contestar. Como el "profesor" no regresara pronto, me iba a dar un infarto.

—Disculpa el retraso, Santi —dijo el hombre al volver a entrar en la habitación—. No te importa que te tutee ¿verdad?

—Lo prefiero... señor Villa —contesté algo dubitativo. En parte era porque empezaba a relajarme. En parte, porque no me sabía su nombre.

—Puedes llamarme Gelo —me indicó él—. Debería ser un diminutivo de Ángel, pero mis padres me lo pusieron de nombre.

—Así lo haré —respondí divertido. Me hacía gracia. Tenía tanta energía y hacía las cosas tan apresuradas. Por suerte, su voz era preciosa. De haber sido más aguda, hubiera parecido el roedor protagonista de “Alvin y las ardillas”. Pero con su timbre podía hablar a la velocidad que quisiera. Era grave, aterciopelada y de unos treinta años. Treinta y cinco a lo máximo.

—Genial, ya hemos hecho las presentaciones —dijo dándome un apretón de manos. Eran un pelín más grandes que las mías y las usaba con fuerza—. Ya podemos ir al grano. Marc me comentó que querías publicar un cómic para niños ciegos o algo por el estilo.

—Sí, pero primero quiero pedirte disculpas porque no he tenido tiempo de prepararme —le expliqué. Debía de haberse sentado muy cerca de mí, pues el olor de su colonia me llegaba a raudales. Era un aroma curioso, sutil y personal. Demasiado para un perfume. Podía ser del gel que usaba—. Me ha avisado hace un par de horas de que teníamos la reunión.

—Tranquilo —dijo dándome unas palmaditas en el hombro. Estaba sentado mucho más cerca de lo que yo pensaba—. No hemos quedado para que me lo expongas. Ya estoy convencido. Solo quería conocerte personalmente y que me dieras algún detalle más del proyecto.

—Ah, eso es sencillo —contesté con alivio—. Pues consiste en adaptar la estructura, el lenguaje y la temática de los tebeos de superhéroes a las necesidades de los niños ciegos. Serían historias cortas, con pocas descripciones, bastante diálogo y un dibujo en una de las páginas.

—¿Solo un dibujo? —me preguntó. Su pierna izquierda entró en contacto con mi rodilla derecha y ahí continuó.

—Las representaciones gráficas no tienen tanto sentido para los ciegos, aunque se hagan en braille. Uno puede ayudar a entender la acción y a definir a los personajes, pero el peso de la narración debe ser escrito para que los niños no se pierdan.

—Tienes razón —dijo poniendo, de nuevo, su mano sobre mi hombro—. Me parece un proyecto maravilloso e intentaré que la fundación benéfica en la que trabajo se implique.

—Eso sería estupendo —contesté.

—Entonces, quedamos para la semana que viene y te cuento. Ahora te echo sin ningún pudor porque tengo otra reunión —añadió ayudándome a levantarme de la silla—. Gorka te dará una cita... o mejor, déjale un teléfono y te llamo yo. Estas cosas prefiero tratarlas personalmente ¿tú no?

—Sí, claro —acerté a balbucear, arrollado por su energía.

—Santi, eres un tío genial —dijo dándome un abrazo. Noté sus fuertes brazos rodeándome, su moldeado pecho contra el mío, su abdomen plano, su alborotado pelo rizado rozando mi cuello y su olor rodeándome. Ni que decir tiene que yo estaba excitadísimo.

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