martes, 6 de diciembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 31

Poco permanecimos en aquel bar. Algo se había encendido en nosotros. Un ansia irrefrenable que no podíamos, ni queríamos, reprimir y que era poco apropiada para un lugar público. Así que pusimos rumbo a su casa, donde podríamos dejarnos llevar por nuestros instintos más primarios. El camino fue largo y tardamos el doble de lo necesario pues éramos incapaces de dar dos pasos seguidos. Nos besábamos en cada esquina, nos sobábamos para notar la forma del cuerpo del otro y poder confirmar antiguas deducciones, tocábamos en lugares a los que solo habíamos soñado llegar y que no queríamos dejar de conocer.

Tan entregados estábamos que incluso, llegamos a equivocarnos de calle. Pero, al final conseguimos encontrar el portal del edificio en el que vivía Miguel. Una frontera que transformaría todo eso en real. En algo. No sé en qué, pero sería algo. Tras tanto tiempo esperándolo, esa puerta y unos tramos de escaleras eran lo único que me separaba de ese algo. Pero, para ser sincero, en ese momento me era completamente indiferente. Mi cerebro estaba desconectado y otras partes de mi anatomía tenían el control absoluto de mis actos y mis pensamientos. Lo único que me importaba era el momento en cuestión. Ese momento en el que nos encontrábamos ascendiendo escalón a escalón, lamiéndonos el cuello, metiéndonos mano con lujuria, descamisándonos mutuamente y desabrochándonos los cinturones de cuero. Cualquier otra cuestión ajena a eso o a lo que le seguiría, me era absolutamente indiferente.

2 comentarios:

  1. Madre mia... menudo calenton jajaja... tiene que ser curioso recorrer el cuerpo de alguien a quien no ves... lo pondre en práctica la próxima vez jajaja. Saludos Mr.Hache

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  2. No está nada mal lo de recorrer el cuerpo de alguien sin verle jejeje me alegro que te haya gustado. Y gracias por el comentario.

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