lunes, 28 de noviembre de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 29

Esta vez sí que marqué el número de Miguel. Tardó un poco en responder, pero acabó por descolgar.

—¿Dígame? —dijo. Esta vez fui yo el que tardó en contestar—. ¿Dígame? —repitió.

—Hola, soy Santi… —acerté a decir—. Tu antiguo jefe —aclaré por si acaso no me situaba o la borrachera le había borrado algunos años, además de los sucesos en la fiesta.

—Hola, iba a llamarte ahora.

—¿De veras? —pregunté con un nudo en el estómago.

—Sí, para agradecerte que te pasaras.

—Ah —contesté un poco desilusionado.

—Puede que no te dieras cuenta por lo bebido que acabarías y lo entretenido que estarías, pero me quedé dormido en algún momento de la velada.

—Sí, ni me enteré. Con la borrachera que llevaba y lo divertidos que son tus amigos, ni me di cuenta de tu ausencia —mentí lamentando que no hubiera un miembro de alguna academia de cine para escuchar mi estupenda representación y otorgarme un Óscar, un Goya, un Bafta o un César honorífico al mejor actor.

—Vaya, eso me pone un poco celoso —dijo Miguel—. Esperaba que me hubieras echado de menos un poquito.

—Era broma —aclaré apurado. Parecía que mi actuación había sido demasiado buena. Tendré que usar mis poderes con más responsabilidad en el futuro—. Te añoré en cuanto te separaste de mi lado porque tus amigos son insoportables y en cuanto vi que tardabas, fui a buscarte, pero como estabas dormido, te tapé con una manta y me volví a casa.

—¿Tan mal te lo pasaste que mis amigos te parecen idiotas y huiste en cuanto te diste cuenta que me había dormido?

—También era broma —reculé por segunda vez. Me estaba matando con tanta indecisión vital—. En realidad tus amigos son simpáticos, aunque no tanto como tú y te eché de menos, pero de una manera normal y sana de una persona que se lo está pasando bien en una fiesta muy divertida —cuando terminé la perorata no tenía ni idea de qué era lo que había dicho. Lo único que sabía era que si volvía a quejarse, colgaría el teléfono porque ya no se me ocurría nada que añadir.

—Ah, genial —respondió Miguel.

—¿Entonces no recuerdas nada de la fiesta? —pregunté para centrar el tema en lo que a mí me interesaba. Si era hetero y estaba enfadado, ya me importaba menos—. De lo que estuvimos… hablando tú y yo.

—Pues no, nada de nada.

—Vaya mierda —dije. Desde luego, tanta incertidumbre y tantos nudos en el estómago habían resultado una completa pérdida de tiempo.

—¿Qué has dicho?

—Nada, que vaya… melopea.

—Sí. De todas formas, me gustaría quedar contigo para tomar algo ¿Te apetece? —me propuso.

—Sí, claro ¿por qué no? —respondí. Me apetecía dejar atrás tanto despropósito haciendo algo normal con Miguel. Y comprobar las teorías de esa pequeña parte de mi cabeza que aún conservaba la esperanza en que fuera gay.

2 comentarios:

  1. Vale, me equivoqué, el momento de quedar es muchisimo peor que el del telefono si cabe jajaja.
    Habrá otro giro argumental? Que intriga :3

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  2. Siempre se puede encontrar un momento peor jejeje Y no te preocupes que el viernes saldrás de dudas. Gracias por el comentario.

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