lunes, 14 de marzo de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 2

Marc es, lo que se podría llamar, un chico en braille. Con sus abdominales y pectorales; sus bíceps, tríceps y cuádriceps; sus dorsales y lumbares; sus abductores, glúteos, deltoides, trapecios y serratos; mayores, menores, superiores, inferiores, anteriores y posteriores. Todos ellos marcados y definidos a la perfección. Desarrollados en su justa medida, sin exageraciones ni faltas. Un manual, a tamaño real, de anatomía para ciegos y un placer, para cualquier gay. Ese es mi exnovio.

Por desgracia, su maravilloso cuerpo cincelado con precisión y su buen olor, constituyen la mayoría de sus virtudes. Desde luego, a mí no me bastan. Sin embargo, como amigo desempeña una buena labor. Y como amante ocasional, tampoco está mal.

—Vaya cara que me traes —me dijo con una risita.

—Qué maravilloso placer me causa oír tu armoniosa voz diciéndome cosas tan bonitas, Marc —le respondí con ironía—. Consigues que cualquier chico se sienta mejor a estas horas de la mañana.

—Eres muy picajoso.

—El problema es que me saca de quicio el camino desde mi casa hasta aquí, con esa cantidad de coches, humo y obras.

—No, Santi —me replicó—. El problema es que eres un orgulloso y te niegas a tener un chófer que te lleve y te traiga.

—A pesar de lo que creas, no soy rico.

—Ya. Y yo no tengo unos abdominales estupendos.

La verdad es que Marc tenía razón. En lo de que soy un orgulloso, me refiero. También en lo de que tiene unos abdominales estupendos, con los cuatro superiores de tamaño similar y los inferiores difuminándose de camino a la cintura. Pero me estoy desviando del tema. El caso es que sí que podía permitirme un chófer. Después de todo, yo no era un currito más de la empresa. Era el dueño y fundador. Una asesoría legal, económica y fiscal con especial buena prensa entre las personas "con una discapacidad" (no sé a quién se le ocurrió que "discapacitado" era un término menos ofensivo que, por ejemplo, ciego). Confiamos más en gente que pasa por casos similares a los nuestros. Sin embargo, a pesar de mis posibilidades, siempre me he negado a tener chófer o asistente. Estoy harto de que otros hagan las cosas por mí. Aunque limpiar el baño sea un coñazo y un asco, seré yo el que meta la mano (con guantes, por supuesto) en el retrete. Y a pesar de que el paseo hasta la oficina pueda suponer un suplicio de vez en cuando, seguiré haciéndolo mientras me fuera posible.

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