martes, 19 de febrero de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 13

Cuando las retinas de Bolea y TR se acostumbraron al rojizo resplandor, pudieron contemplar el cambio de escenario que se acababa de producir en el vertedero. Las montañas de basura ahora estaban coronadas por decenas de policías ataviados como si fueran a invadir Chechenia, con chalecos antibalas y armas automáticas. Todos ellos portaban linternas en los cascos, pero la luz que les había cegado no provenía de ahí, sino de una enorme bola de fuego que alumbraba en lugar desde varios metros de altura. Y bajo ella, controlando el despliegue de los agentes, estaban sus creadores: Los Conjurados.

— Me parece que tendremos que buscar un topo. — Dijo TR a su compañera.

— ¿Qué hacen acá ustedes? — Preguntó Bolea bastante mosqueada a los hechiceros.

— Eso mismo nos gustaría saber a nosotros. — Respondió uno que, según le pareció a TR, era el más bajo de los dos encapuchados. — El alcalde nos ha encargado la seguridad de la ciudad y vosotros estáis contaminando las pruebas de un crimen.

— ¿Por qué no murió en la explosión? — Continuó Bolea sin prestarle atención.

— No sé de qué me hablas, niñata. — Contestó el mismo Conjurado. TR tomo nota mental de que no sólo era más bajito, también era más imbécil. — Pero vosotros tenéis que acompañar a la policía.

— Sí. — Le apoyó su compañero.

— ¿Por qué crimen? — Siguió interrogándole Bolea reuniendo toda su fuerza de voluntad para dejar pasar que le hubiera llamado “niñata”.

— En principio, por violar la orden de alejamiento que os impedía acercaros a este lugar, pero puede que más tarde añadamos asesinato de mafioso a sangre fría a los cargo ¡Detenedles!

Si ellos hubiesen sido novatos en esas lides, semejante acusación les habría cogido por sorpresa y hubieran tratado de rebatirla con inútiles gritos y proclamas varias de inocencia, como mil veces ha sucedido en los cómics. Pero ellos no eran nuevos y esa no era su primera acusación de asesinato. De hecho, ambos habían estado esperándola desde el momento en que los Conjurados aparecieron en el vertedero con su guardia pretoriana. Era el único resultado a encontrar dos héroes con el cadáver de un mafioso.

Así, cuando el Conjurado (o Enanito Idiota, como le había bautizado TR en su cabeza) dio la orden, ellos se movieron al unísono. Por un lado, Bolea le dio un golpe a su maza, creando una onda sonora que hizo estallar las bombillas de las linternas que llevaban los policías. Mientras, TR lanzó un par de shurikens contra los hechiceros que, aunque fueron repelidas por un campo de fuerza, cumplieron su objetivo de desviar su atención para que la bola de fuego mágica se apagara. Y cuando la oscuridad volvió a inundar el vertedero, la maza de Bolea emitió una estallido de luz que les dejó a todos ciegos. A todos salvo a los dos héroes, que habían cerrado los ojos y se guiaban entre los desperdicios por la imagen mental que TR se había hecho (o había “copiado”) del vertedero mientras Bolea discutía con los Conjurados. La memoria fotográfica a corto plazo era uno de los aspectos de sus poderes más ineficaces y, desde luego, aburridos. Pero, de vez en cuando, servía para salvarles el pellejo. Esa era la salida del topo. Habrían preferido darles una paliza a esos dos novatos, pero ambos sabían cuando les superaban en número y había que retirarse. Al menos, Bolea pudo darse la satisfacción de tirarle una piedra a Enanito Idiota antes de escapar a toda velocidad en sus motos.



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