miércoles, 17 de abril de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 14

TR y Bolea se sentían especialmente orgullosos de la táctica del topo. De todos sus trucos y artimañas conjuntas, era la que mejor resultado les había dado y siempre que tenían ocasión, la usaban para sorprender a sus enemigos. A veces, la utilizaban sin que viniese a cuento. Incluso, llegaron a echar mano de ella para escapar de una cita a ciegas doble bastante incómoda (quien piense que fue una medida algo desproporcionada, es que no vio a los pretendientes ni tuvo que escuchar lo que decían). Jamás les había fallado. Claro que, en realidad, nunca antes se habían enfrentado a alguien como los Conjurados. Lo normal eran las bandas de mafiosos armados hasta los dientes, escuadrones de soldados resentidos con demasiados anabolizantes en el cerebro, circos de payasos especialmente agresivos, narcotraficantes emprendedores que querían ampliar el negocio con nuevas recetas, supermodelos locas que trataban de expandir su retorcida idea de la belleza o turbas de manifestantes homofóbicos (y los citados pretendientes). Lo típico. En todos esos casos, la táctica del topo habría sido muy efectiva. Tampoco hubieran tenido problemas de haber luchado contra los superhéroes a los que estaban acostumbrados, gente como ellos que poseían alguna habilidad ligeramente sobresaliente o un poder de chichinabo como volar o copiar cosas. Lamentablemente, los Conjurados no eran como esos superhéroes. Ellos estaban a otro nivel. Tenían Poder de verdad, del que se escribe con mayúscula (de hecho, teniendo en cuenta las habilidades de los Conjurados, debería escribirse PODER). Por eso los dos hechiceros, en lugar de quedarse gimoteando en el vertedero, prefirieron teletransportarse en mitad de la carretera y obligarles a detener las motos con un campo de fuerza… Y con obligarles me refiero a que levantaron el campo de fuerza justo delante de las motocicletas para que se estrellaran. Los Conjurados podían ser poderosos (de hecho, eran Poderosos), pero nadie había dicho nunca que también fueran sutiles. Sobre todo, Enanito Idiota.



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