jueves, 25 de abril de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 15

En ese instante, TR supo con certeza que el final de su vida se acercaba. Era inevitable. Los Conjurados eran un cóctel de orgullo, testosterona desbocada, inexperiencia juvenil, falta de control, problemas de carácter y poder extremo. Esa era una mezcla peligrosa. Siempre acababa causando víctimas. Esa noche, serían ellos. A propósito o por accidente, todo acabaría en ese momento.

— Espero que no duela. — Pensó.

En su vida como héroe, TR ya había estado otras tres veces a un paso de la muerte: El día que Superbyte, cyborg de última generación al que no le sobraba la paciencia, se enteró de que se había acostado con el marido de su hermana (cómo iba a saberlo); cuando Reeva, Reina del Fuego demoniaca a la que le encantaba hacer el papel de líder superheroica, le abroncó por tratar de limpiar la Quebrada; y cierta noche de cierta semana bastante estresante en la que uno de los matones que había secuestrado a su exnovio (la relación no pudo soportar tanta tensión) prometió liberarle si TR se entregaba en su lugar para ser ejecutado de un tiro en la cabeza. Diversos factores impidieron que muriese en aquellas situaciones: otro héroe, un amigo, una bala encasquillada… Ejemplos del uso más típico del Deus ex Machina (la resolución sorpresa final, por decirlo de alguna manera) en los cómics. Lo único que le faltaba era que un científico loco se entretuviera contándole su malvado plan el tiempo suficiente para que pudiera desatarse y llegar al escondido botón de autodestrucción de su máquina perversa de destrucción masiva. Con lo mucho que odiaba cuando la editorial le obligaba a usar ese tipo de finales en sus guiones para dar más emoción a la historia o introducir un personaje nuevo.

Por eso, en esa ocasión, tenía claro que sería la definitiva. Era imposible que una situación así se repitiera. Y, menos aún, en la Quebrada. Nadie les ayudaría allí. De hecho, era el lugar perfecto para acabar con sus vidas. Sus habitantes odiaban tanto a TR y Bolea, que nadie se extrañaría si los Conjurados contaban que un guardaespaldas superpoderoso de las familias de la Quebrada, les había asesinado. Tenían hasta un chivo expiatorio. Todo estaba a su favor. Todo salvo que no tuvieron en cuenta que la mayoría de encuestas afirman que el 90% de argentinas locas y lesbianas que van armadas con bolas de demolición, suelen desarrollar una fuerza inusitada cuando le tocan mucho las narices. Y así, Bolea, soltando un “estoy hasta los ovarios de vosotros” se lanzó con el arma brillando al rojo vivo y no solo derribó el campo de fuerza que tenían delante, sino que lo lanzó contra sus dueños y les mandó volando, más allá del horizonte.

— Mierda, — pensó TR — una vez más me salvan el culo en el último momento, sin que yo haga nada. Y encima, usando algo que apesta a puto Deus ex Machina.

Sin embargo, aunque eso era lo que le rondaba la cabeza, fue lo suficientemente inteligente como para no expresarlo en voz alta. Después de todo, Bolea acababa de poner en órbita a dos personas.

— Ha sido increíble. — Dijo TR. — No sabía que podías hacer eso.

— Gracias. — Le respondió su amiga. — Sólo sucede si me cabreo lo suficiente. Es como un subidón de adrenalina que se apodera de mi cuerpo y de la bola de demolición. Eso sí, después quedo agotada.

Y dicho esto, se desmayó y se puso a roncar.

— Genial. — Pensó TR. — A ver cómo me llevo en la moto una mujer inconsciente y una bola de demolición que casi no puedo ni mover.



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