viernes, 7 de junio de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 18

Los héroes tenían órdenes de ser discretos. El trabajo debía hacerse, siempre que fuera posible, sin llamar demasiado la atención y únicamente vigilantes tan populares como Bolea (o el mismo TR tiempo atrás) podían conceder entrevistas. Tampoco estaba permitido los grupos de más de tres personas, aunque fueran temporales, a fin de evitar que acabaran formándose pseudo-ejércitos de gente con alta capacidad destructiva.

Por estas razones, la “Asociación de Superhéroes” poco tenía que ver con los Vengadores, la JLA, la Patrulla X o cualquier otra típica agrupación de las que solían salir en los cómics. No se trataba de un escuadrón de combate contra el mal, salvo que hubiera una catástrofe severa, momento en el que se convocaba a todos los miembros del país. Era, más bien, un sindicado o un club social. Heroico, eso sí. Allí se encargaban de las heroicas declaraciones de la renta, los heroicos juicios por detrucción de la propiedad publica, los heroicos dientes rotos o los heroicos remiendos en los uniformes, además de organizar runiones (heroicas, por supuesto) para formentar entre sus miembros el compañerismo, la amistad y las relaciones de pareja. Como bien sabía TR, salir con alguien que no fuera de la profesión era bastante complicado e implicaba demasiadas mentiras.

Oficialmente, las decisiones en la Asociación se tomaban por votación en la asamblea general, pero a nadie se le escapaba que existía una especie de jefatura de facto que dirigía las cosas y a la que pertenecían los más poderosos héroes del país. Reeva, la Reina del Fuego, era una de sus miembros, aunque le encantaba aparentar que ella era la líder suprema… capricho que la mayoría le concedía por miedo a los seres infernales que podía invocar. No era, precisamente, una persona muy amistosa. Superbyte, al que le tampoco le sobraba paciencia ni buen humor, era otro de los personajes que formaban parte de esta junta directiva al igual que Chita (la mujer capaz de transformarse en un superchimpancé), Ultra-acelga (el forzudo señor de las hortalizas), Gamer (con la habilidad de materializar cualquier arma del videojuego que eligiese) y el Sastre Rojo (capaz de usar como arma cualquier tipo de prenda de ropa).

Puede que no tuvieran los mejores nombres en clave, pero sí que se trataba de los más poderososo enmascarados del país. Y todos, sin excepción, tenian algo en contra de TR. Desde haber desobedecido sus normas (ellos eran los que ponían las leyes que debían cumplir los héroes) al haber tratado de asaltar la Quebrada unos años antes, hasta emborrachar a uno de sus miembros para poder aprovecharse de él (o eso decía Gamer que, en opinión de TR, debía cambiarse el nombre a Gaymer y empezar a aceptar que le gustaban los tíos). No iban a darle una calurosa bienvenida, precisamente. Bueno, calurosa fue, porque en cuanto TR pisó el salón principal, ríos de lava surgieron de las paredes, cercándole en una pequeña isla de piedra en el centro de la habitación. A su alrededor, cientos de demonios aplaudían y reían a carcajadas. Sobre el alboroto, una voz clara y firme se alzó sin problemas:

— Estoy sorprendida de que hayas atrevido a venir.

Reeva, Reina del Fuego, surgió entre las sombras.



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