— Hola. — Saludó TR dubitativo. Era la tercera o cuarta vez (la segunda con él como objetivo) que veía a Reeva usando su magia y aún se le paralizaba la respiración. Se sentía diminuto y tremendamente impotente frente a semejante poder.
— No sabes las ganas que tenía de verte. — Dijo la Reina del Fuego. — ¿Qué haces aquí? ¿De visita? ¿Un allanamiento de cortesía?
— Venía a inscribirme en la Asociación. Bolea me ha contado que tenéis un dentista fantástico.
— Ah, es por el seguro dental.
— Sí, claro. Ser un héroe de esos que acaban con los malos a sopapos puede quedar muy molón en los cómics, pero en la vida real se traduce en un montón de muelas astilladas o arrancadas a puñetazos. — Añadió TR tratando de ganar tiempo. Era poco probable que Reeva se tragase la mentira, pero al menos le dejaría vivir el tiempo suficiente para que se le ocurriese algo. — Es el precio que tenemos que pagar aquellos que no tenemos unos poderes tan fantásticos como los tuyos.
— Eres un adulador. — Respondió ella divertida. Los demonios que les contemplaban rieron a coro. — ¿Sabes? Un pajarito me ha dicho que te vieron con Bolea por la Quebrada. Creí haber dejado claro que teníais prohibida la entrada al poblado. — Añadió. La lava que bañaba la pequeña isla en la que se encontraba TR empezó a encabritarse. Su señora, aunque lo disimulara muy bien, debía estar furiosa.
— No estábamos intentando erradicar la venta de drogas o la trata de blancas, si es eso lo que te preocupa. — Dijo TR desafiante olvidando, por un momento, que su intención era evitar que Reeva le quemara vivo. — Fuimos a ver el cadáver de un mafioso recientemente fallecido ¿También te contó eso tu pajarito?
— Claro, cariño. Mis pajaritos me lo cuentan todo. — Contestó la bruja. La superficie de la lava comenzó a presentar un ligero oleaje.
— Supongo que serán unos pajaritos muy majos. Especialmente, aquellos que llevan capuchas rojas.
— Esos los que más. Son mis preferidos.
— Así que sabrás que fueron ellos los que asesinaron a ese mafioso ¿verdad?
— Obviamente. — Contestó Reeva orgullosa. Las olas magmáticas iban creciendo en tamaño y en intensidad.
— ¿Te parece bien que los Conjurados vayan por ahí matando gente? — Preguntó TR indignado.
— Sí. — Respondió ella sin dudar. — Nunca entendí por qué en los cómics se permitía que los villanos regresaran una y otra vez ¿Cuánta gente ha matado el Joker? ¿Miles? ¿Decenas de miles? Y, aun así, continúan encerrándole en Arkham de donde, inexorablemente, volverá a escapar antes o después. Creo que es mucho mejor terminar con los problemas de manera definitiva.
— ¿Y no te importa la moral o la justicia?
— Claro que sí. Nosotros somos la justicia. — Contestó Reeva. Las olas empezaron a tener un tamaño considerable y salpicaban al romper contra la islita de TR. — Y la impartiremos sin importar las absurdas leyes que nos opriman o quiénes se nos opongan. Uy, parece que tenemos marejada. — Añadió con una sonrisa señalando la rizada superficie de la roca fundida. — Cuidado no te mojes.
— Ya veo. — Dijo TR. — Tengo una última pregunta ¿te gusta la magia?
— Es obvio que sí.
— Me refiero a la de los ilusionistas, los magos de salón y esas cosas.
— No mucho ¿por qué lo preguntas?
— Por nada.
Una explosión en la isla, justo bajo los pies de TR, levantó una espesa nube de humo negro. Cuando se despejó, el héroe había desaparecido.
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