viernes, 5 de julio de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 20

— Menos mal que me “copié” todos los programas esos en los que desvelaban los secretos de los magos. — Pensaba TR mientras corría a la máxima velocidad que le permitían sus piernas enfundadas en mallas magentas, por uno de los corredores del edificio de la Asociación de Superhéroes.

Ni siquiera se preocupaba porque sus pasos resonaran sobre el suelo de mármol. Había momentos para la discreción y otros en que lo apropiado era huir. Y de prisa. Por mucho que Reeva se hubiera sorprendido en un primer momento, la distracción sólo le daría unos segundos de ventaja. La Reina del Fuego podía ser muchas cosas. Arrogante, prepotente, autoritaria podían ser algunos de los adjetivos que acudirían a la mente de un observador imparcial. Tonta, desde luego, no figuraría en la lista. Y, aunque lo fuera, daría lo mismo. Ella sabía que TR no poseía ningún poder de teletransporte. Es lo malo de ese tipo de asociaciones, que matan el misterio.

Así que las prioridades de TR en esos instantes eran poner la máxima distancia entre ellos y encontrar una puerta que le permitiera salir del edificio. Si de paso, se tropezaba con algún documento revelador y secreto relacionado con los Conjurados, sería fantástico, pero no dejaba de ser algo secundario. Lo principal era alejarse de la bruja psicópata que lo perseguía.

— Bruja psicópata. — Pensó TR. — Tiene cierta lógica que esté ayudando a los Conjurados. Comparten las mismas aficiones. A los tres les gusta asesinar gente y los “abracadabras”.

A su derecha surgieron unas empinadas escaleras y TR tiró por ellas. Los esbirros demoniácos de Reeva, cuyas risas podía escuchar acercándose, se dedicarían a registrar los pisos uno a uno para estar seguros de cazarle. Después de todo, únicamente había dos salidas: la principal, que se encontraba en la planta baja y ya estaría cubierta, y la de la azotea, la que usaban los superhéroes voladores. Esperaba que alguien tan egocéntrico como Reeva se hubiera olvidado de la existencia de una entrada que nunca utilizaba y no estuviera vigilada. Era su mejor opción. Y, además, cuadraba con su plan inicial de alejarse lo máximo posible de la bruja loca y de sus demonios. Aunque no sabía cuánto le quedaría para llegar.

El edificio de la Asociación de Superhéroes contaba con cuatro plantas. Desde fuera, al menos. El mítico fundador de la asociación, Gran Sol, se había encargado de hacer algo relacionado con dimensiones paralelas y agujeros de gusano (nunca llegó a explicarlo del todo), por lo que el interior del edificio podía ampliarse sin tener que alterar la fachada. Chanchullos de magos para no tener que pedir licencias a los ayuntamientos y evitar que les subieran los impuestos. Y una forma fabulosa de adaptarse a la necesidad de espacio. La única pega que se podía poner a este sistema inter-urbanístico era que los diferentes artífices de las distintas ampliaciones habían puesto bastante más interés en su ego que en la racionalidad arquitectónica, por lo que cada planta no guardaba relación con las demás. De hecho, ni siquiera existían unas escaleras o unos ascensores que fueran de forma continua desde la planta baja al último piso. En ocasiones, había que atravesar de lado a lado el edificio para poder continuar subiendo.

En el tiempo en el que TR pertenecía a la Asociación, antes de salir del armario y antes de tratar de limpiar la Quebrada, la construcción contaba con nueve plantas en su interior, a parte de los dos sótanos supersecretos. Desde entonces, no sabía que había ocurrido. Así que, por lo menos, le quedaban ocho plantas por subir.

— Voy a rentabilizar mi pasado como profesor de fitness en un santiamén. — Pensó TR.



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