TR tardó menos de cinco minutos en confirmar su teoría. Encontró un par de ascensores escondidos tras un tapiz de un comedor. Eran cilíndricos, de un tamaño considerable y, a juzgar por los botones, atravesaban el edificio de parte a parte. Del segundo sótano secreto (al parecer ya no tan secreto) al décimo piso. O al undécimo, quizás, porque el botón superior aparecía rotulado como “n”.
— Hay que reconocerle espíritu emprendedor a Reeva. — Pensó TR. — Es la primera líder no oficial de la Asociación que consigue construir un ascensor de utilidad.
El hallazgo del ascensor confirmaba que le estaban empujando hacia una trampa en el último piso. Y, además, conocían su ubicación. Cualquier otra persona hubiera utilizado este último dato para atacarle en el momento más inesperado, pero Reeva era demasiado teatral. A la Reina del Fuego no le servía achicharrarle en un oscuro cuartucho desangelado. Ella necesitaba el escenario perfecto. Tenía que ser lo bastante amplio para poder jugar con sus ríos lava, disponer de varias alturas en las que poder situar sus demonios y contar con un lugar apropiado para hacer su espectacular entrada. El sitio más indicado para semejante actuación era el salón en el que se encontraran minutos antes. El segundo, el hall de la entrada del piso superior. Predecible era otro de los adjetivos que podían achacarse a la Reina del Fuego. Así que TR tuvo que cambiar su plan.
— Si ella quiere que suba, yo bajaré. — Pensó el chico.
Se metió en el ascensor y descendió hasta la primera planta. Suponía que la mayoría de los demonios ya se encontraría en el último piso junto a su jefa, a excepción de aquellos que tenían que perseguirle para obligarle a ascender y los guardianes que hubieran quedado en la puerta principal por si acaso, en un descuido, TR podía regresar a ella. Eso le dejaría los pisos intermedios lo suficientemente despejados para poder dedicarse a buscar tranquilamente una ventana por la que descolgarse hasta la calle.
Sus esperanzas estaban lejos de cumplirse. Al menos, no completamente. La primera planta se encontraba bastante limpia, pero el intenso olor a azufre que le invadió las fosas nasales y le revolvió la comida nada más abrirse la puerta del ascensor, indicaba que había bastantes diablillos por las cercanías. Después de todo, Reeva nunca insinuó que tuviera un límite a la hora de invocar demonios.
— Hay que ver el vaso medio lleno. — Se animó TR. — La bruja loca podría haber vaciado los infiernos de varias religiones para darme caza y llenar a rebosar el edificio entero. Al menos, puedo esconderme.
Se deslizó fuera de la habitación con todo el sigilo que había “copiado” de los múltiples cursos de artes marciales, prácticas militares y de técnicas de supervivencia a los que había asistido en su vida. Incluso, durante una corta parte de su vida, TR perteneció a un comando de infiltración e intervención rápida del ejército. No era el periodo de su trayectoria que más le agradaba recordar, pero le había sido bastante útil en su profesión de superhéroe. Pero ese día no le iba a valer de nada porque, mientras se deslizaba por el pasillo, un par de puertas se abrieron. Cada una estaba en un extremo del corredor y de ellas salieron varios diablillos. En el centro del pasillo, se encontraba TR. Por mucho que quiso, le fue imposible esconderse. Lo único que pudo hacer fue correr hacia la puerta que tenía más cerca. Junto a ella, un cartel indicaba dónde se adentraba el héroe: Archivista.
— Vaya, lo mismo hasta mato dos pájaros de un tiro. — Pensó TR.
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