viernes, 30 de agosto de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 28

De regreso a la seguridad de su hogar, Sergi se quitó el uniforme de TR y se concedió un café bien cargado, una aspirina y un relajante baño de agua caliente, con espuma e hidromasaje incluido. Era lo menos a lo que aspiraba después de los golpes que había recibido. Pretendía alargar más esos momentos de tranquilidad y relajación antes de empezar a leer el escuálido librillo rojo que le había “pedido prestado” al Archivista, pero lo cierto es que le fue completamente imposible. Sentía una curiosidad irrefrenable por saber qué contenía ese librito por el que casi le habían matado (varias y múltiples veces) y era incapaz de concentrarse en la tarea más nimia. Al final, tras un par de horas de lucha encarnizada entre su espíritu fisgón y su autocontrol, se dejó vencer y tomó el manuscrito. No constaba de más de cuatro páginas, pero espera que allí estuviera lo que necesitaba para detener a los Conjurados. Como poco, debía ser importante, en vista del empeño que su autor, el Archivista, había puesto en defenderlo. Con un poco de suerte, se cumpliría el dicho de que “lo breve, si es bueno, dos veces bueno”. El principio del libro, no obstante, le ofrecía escasas esperanzas. Con letra pequeña y apretada, la narración comenzaba con la infancia de los Conjurados:

“Aquellos que más tarde sería conocidos como los Conjurados, vinieron al mundo en una aldea tan minúscula, que no albergaba más habitantes que su familia, cabreros de profesión. Un origen humilde que poco hacía presagiar los grandes hechos que el destino les reservaba. La primera noción de su potencial, la tuvieron con tan solo seis años: una cabra escapó del corral y el hermano al que en el futuro llamarían Alpha, la hizo regresar con telequinesis. Sin embargo, los niños eran demasiado pequeños para entender lo que acababan de presenciar y lo atribuyeron a extraterrestres, hadas e, incluso, a su propia imaginación. Una “cosa rara” (así la denominaron) que guardaron en secreto y que pronto les parecería normal, a medida que los extraños fenómenos se sucedían con más asiduidad. Al año apareció una bola de fuego, a los ocho meses un charco flotó sobre sus cabezas, a los cinco se formó una tormenta de la nada… Para el día que cumplieron once años, contemplaban “cosas raras” cada semana. A pesar de su frecuencia, los fenómenos solían ocurrir en momentos en los que los hermanos se encontraban a solas, lo que facilitó que sus poderes permanecieran en secreto. Al menos, hasta su primera demostración pública, cuando el pequeño (por minutos) de los mellizos, el que tomaría el seudónimo de Omega, rescató a su padre del barranco en el que quedó atrapado. Un momento feliz que rápidamente quedó empañado por los sucesos que lo siguieron. El padre, creyendo que un milagro divino le había salvado, abandonó su vida e ingresó en una secta religiosa. La madre, intuyendo de dónde provenía ese poder, enloqueció al instante y terminó sus días quitándose la vida, un año más tarde, en un sanatorio mental. Los Conjurados acabaron a cargo de su abuela, que optó por ignorarlos como forma de relacionarse con ellos. La mujer, adivina de profesión, se negó a tener más trato de necesario con aquellos niños a los que consideraba responsables de las locuras respectivas de su hijo y su nuera. Así los hermanos se encontraron a su suerte el día que Alpha comenzó a tener problemas en el instituto. Aprendida la lección sobre las funestas consecuencias que podían acarrear sus mágicos dones, los Conjurados se decantaron por maquinar complicados y sutiles planes para castigar a aquellos que les contrariara. Frenos rotos, resbalones, incendios fortuitos… los pequeños accidentes empezaron a extenderse por la región, aunque al irascible Omega estas venganzas siempre le sabían a poco e intentaba arrastrar a su hermano un poco más allá en cada ocasión. Con la mayoría de edad y la expulsión fulminante de casa de su abuela, los mellizos decidieron trasladarse a la capital, para alivio de sus conocidos, que les tenían por pájaros de mal agüero..."



viernes, 23 de agosto de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 27

Los cientos de miles de libros habían comenzado el ataque aéreo en masa, sin una estrategia definida más allá de golpearle a toda costa, aunque eso pudiera costarles acabar rotos en mil pedazos. Muchos tenían éxito. Encaramado a las estanterías, TR carecía de espacio para maniobrar o esquivar los ataques. En cualquier caso, tampoco le quedaban suficientes fuerzas para seguir dando brincos. Lo único que le quedaba era acelerar el paso y continuar agitando el palo a su alrededor, tratando de acertar al volumen que tuviera más cerca. Se le rompía el corazón cada vez que su vara metálica partía las tapas de cuero de un libro, pero no tenía más opción si quería mantenerse con vida.

— Adiós, pringao. — Saludó al Archivista al adelantarle.

El hombre no dijo nada, como si el insulto no fuera con él. Ni siquiera aceleró el ritmo. Continuó con su paso pausado viendo como el superhéroe se acercaba cada vez más al libro rojo flotante. Lo único que demostró que se había percatado de la presencia de TR fue que lo señaló. Momentos después, una decena de libros se dirigieron hacia donde se encontraba el héroe e hicieron impacto. Pero no atacaban a TR, sino a la estantería en la que estaba subido. El mueble se tambaleó hacia un lado, después hacia el otro y, finalmente, cayó sobre la estantería siguiente. El efecto dominó se empezó a expandir por la cripta y TR iba tan solo unas milésimas de segundo por delante, como si estuviera surfeando sobre una ola de estanterías en un mar de libros.

— Me voy a hostiar, me voy a hostiar, me voy a hostiar. — Iba repitiendo TR al tiempo que corría lo más rápido que los libros enfurecidos le permitían.

Al final fue inevitable que se cayera. En el curso de saltar piedras, no le habían enseñado esas cosas. Quizás el curso de andar sobre barriles rodantes le hubiera sido más útil. Fuera como fuera, lo que sí le sirvió fue su experiencia como especialista de cine, que le permitió salir de allí con tan solo una muñeca luxada. No era nada si se tenía en cuenta lo que podría haberse roto (o lo que podrían haberle roto los libros). Y tampoco podía quejarse por la caída, pues lo hizo bastante cerca de donde se encontraba el libro rojo flotante y, a esa altura, era más fácil cogerlo.

— Te lo devolveré. — Gritó corriendo con el libro hacia la columna dorada que, tal y como imaginara, se trataba de una escalera de caracol.

En lo alto de la escalera, en el techo, había una pequeña trampilla de madera con una argolla de hierro y, en contra de lo esperado, la portezuela se abrió con facilidad en el momento que empujó. Al otro lado, sólo se veía una insondable oscuridad, lo cual era algo mucho más agradable que los libros homicidas, por lo que atravesó el hueco sin pensarlo dos veces. La risa del Archivista resonó mientras cerraba la trampilla.

— Qué mal rollo me da este tío. — Pensó TR.



viernes, 16 de agosto de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 26

— Gracioso hasta el final. — Dijo el Archivista. — Has sido un personaje de lo más entretenido. Es una lástima, pero tuya ha sido elección.

Y sin más, le dio la espalda y empezó a alejarse en la misma dirección en la que había tomado el pequeño libro rojo flotante. Entretanto, de todas y cada una de las estanterías del lugar, surgió una ristra de libros asesinos.

— Es una auténtica suerte que hace un mes “copiara” esas clases de relajación y control muscular o ahora mismo me habría cagado, literalmente, de miedo. — Dijo TR en voz alta. Él era de los que pensaban que en momentos cercanos a la muerte, hablar solo es un hábito muy recomendable. Aunque únicamente sea para joder al que trata de aniquilarte contándole lo que te pasa por la cabeza.

Sin embargo, al Archivista no pareció interesarle lo que el superhéroe opinara y no volvió la vista en ningún momento. Continuó imperturbable su camino tras el libro rojo, en dirección a lo que parecía una columna dorada. O, bien mirado, podía ser una escalera de caracol.

— Va hacia una salida. — Esta vez, TR sólo lo pensó. Podía encontrarse en un momento cercano a la muerte, pero había cosas que era mejor no revelar al enemigo. Sacó la vara de metal extensible que siempre llevaba con él y, tras evitar que un libro del tamaño de una cama de matrimonio le aplastara, se encaramó a una de las estanterías.

— Ahora vamos a divertirnos. — Dijo TR y empezó a pasar de hilera en hilera al tiempo que agitaba amenazadoramente la vara.

Los libros parecieron comprender el peligro que el palo metálico podría suponer para ellos y cesaron sus ataques (como si estuvieran evaluando la situación) permitiendo que TR fuera ganándole terreno al Archivista.

— Y Bolea decía que nunca sacaría provecho al curso de saltar piedras que "copié" ese verano en el pueblo. — Dijo TR feliz y contento.

Y, entonces, todo el plan se fastidió cuando, sin darse cuenta, bateó un libro que se encontraba a una distancia prudencial. El volumen salió despedido, echo pedazos y el crujido de millones de hojas de papel llenas de ira homicida inundó la sala. Por segunda vez en la última media hora, TR dio gracias por haber “copiado” el curso de control muscular. Si salía vivo de esa biblioteca, estaba dispuesto a apuntarse al nivel avanzado.



viernes, 9 de agosto de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 25

Una espiral de libros, encabezada por lo que parecía la gruesa biografía de algún papa (entiéndase “papa” por su significado religioso, no por el culinario que, por otra parte, tendría bastante menos sentido), se enroscó por el aire en dirección a TR, que logró esquivar la embestida tirándose al suelo en el último segundo. Inmediatamente, tuvo que rodar hacia un lado para evitar que una columna de volúmenes encuadernados en cuero verde le cayera en la cabeza. Y fue necesario que se levantara de un salto y diera un par de mortales hacia atrás (bueno, en realidad, los mortales no eran imprescindibles, pero siempre quedaba mejor que una triste y sosa carrera) cuando la citada columna, con el inestimable apoyo de otra centena de libros, se desmoronó en el lugar en el que yacía segundos antes. Si algo le estaba quedando claro a TR en ese momento era que su amor por la lectura no era correspondido, aunque poco importaría en unos minutos. Las incursiones literarias seguían sucediéndose sin descanso y a él, que ya venía cansado tras recorrerse medio edificio, cada vez le costaba más esquivarlas. Pronto se quedaría sin fuerzas. Y, mientras, el pequeño libro de trapas rojas se había adentrado en la oscuridad de la cripta.

— Deberías rendirte. — Le recomendó el Archivista. — Me entristecería perder un personaje tan interesante como tú.

— Unos poquitos libros no van a asustarme. — Respondió TR furioso mientras saltaba para sortear un par de volúmenes psicopáticos.

— Te enseñaré a lo que te enfrentas.

Y según lo dijo, la luz inundó por completo la biblioteca, desvelando el verdadero aspecto de la estancia. Efectivamente, tal y como había supuesto, se encontraba en una húmeda cripta, aunque sus dimensiones se asemejaban más a las que podría tener una nave industrial. Una nave industrial gigante, pues medía un par de pisos de altura e incontables metros tanto de ancho como de largo, pues era incapaz de distinguir pared alguna en la lejanía. Una explanada infinita sólo interrumpida por las miles de robustas columnas de mármol que sostenían las bóvedas del techo y por una asfixiante concentración de incalculables hileras de estanterías. Todas ellas repletas de libros más que dispuestos a aplastarle hasta convertirle en una masa sanguinolenta.

— Se nota que has estado ocupado escribiendo. — Dijo TR con una sonrisa. Por dentro, sin embargo, el asunto no le hacía tanta gracia.



viernes, 2 de agosto de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 24

— Debe ser jodido conservar los libros con toda esta humedad. — Había opinado TR.

El Archivista se echó a reír ante la frase.

— Me encanta que sigas siendo tan impertinente como acostumbras. — Dijo. — Sin duda, eres el héroe que más me divierte. Aunque tu amiga Bolea no se queda a la zaga. Su tendencia al caos en deliciosa y su gusto por la destrucción rivalizaría con la mismísima Reeva.

— Entonces, la leyenda urbana es cierta. Existe alguien que observa a los enmascarados de la ciudad. — Apuntó TR a pesar de que, en realidad, el asunto le era más bien indiferente. La conversación sólo era una forma de distraer a su interlocutor hasta que pudiera determinar si era amigo o se trataba de un nuevo esbirro de la Reina del Fuego. Como comienzo, TR decidió no confiar demasiado en él. No creía en las casualidades y lo que estaba sucediendo se parecía mucho a una. Después de todo, las probabilidades de encontrarse con un ser casi mitológico en una habitación que no existía cuando trataba de escapar de los demonios de Reeva, eran bastante pequeñas.

— Yo lo veo todo. Nada se me escapa. Sé lo que piensa la mujer que, preocupada por sus hijos, trabaja en semi-esclavitud en Bangladesh. Conozco los chanchullos corruptos de cada funcionario y político del mundo, incluidos los de tu odiado alcalde. Estoy al corriente de la tensión de los soldados que batallan en guerras secretas para el gran público. Y, hace tiempo, sentí el sufrimiento que sentiste por tu novio cuando fue secuestrado.

— ¿Y escribes todo lo que ocurre a cada una de las personas del planeta? — Preguntó TR. Seguía intentando evaluar las intenciones del Archivista, pero tenía que admitir que había conseguido atraer su atención. — Te debe dejar muy poco tiempo libre.

— No, yo soy un historiador, no un productor de un programa de telerrealidad. — Respondió el hombre. — A mí me interesan los grandes logros, las conquistas, las gestas, los inventos, las terribles tragedia y las aventuras heroicas. El resto, me da igual ¿sabes cuántas horas pasa en el baño un ser humano medio durante su vida? Demasiadas.

— ¿Y qué te parecen los Conjurados?

— Ah, son unos chicos interesantes, especialmente el alto. Estoy empezando un pequeño documento sobre ellos. — Contestó el Archivista mientras un pequeño libro con las tapas rojas se materializaba en sus manos. Acto seguido, lo abrió y empezó a leerlo. — “Los hermanos discutían sobre cuál sería la mejor forma de deshacerse de su recién creado antagonista. El frío Omega era partidario de eliminar a TR de forma permanentes, mientras que el paciente Alpha era más partidario de ganarle para su causa. Lo que ninguno de los tres sabía… “. Eso es lo último que he escrito. — Dijo muy sonriente. — Parece que Omega, al que tu llamas Enanito Idiota, te odia tanto como tú a él. Es curioso…

— Me sentiría muy feliz si me dejaras echar un vistazo rápido. — Sugirió TR con una sonrisa. — Sobre todo a eso que ninguno sabíamos.

— Temo que no va a ser posible.

El pequeño libro se alejó flotando y TR salió corriendo tras él. Sin embargo, el Archivista no parecía dispuesto a ponérselo tan fácil y las decenas de miles de volúmenes que había en las estanterías también emprendieron el vuelo para impedírselo. Aunque estos, además de flotar, también atacaban.