viernes, 16 de agosto de 2013

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 26

— Gracioso hasta el final. — Dijo el Archivista. — Has sido un personaje de lo más entretenido. Es una lástima, pero tuya ha sido elección.

Y sin más, le dio la espalda y empezó a alejarse en la misma dirección en la que había tomado el pequeño libro rojo flotante. Entretanto, de todas y cada una de las estanterías del lugar, surgió una ristra de libros asesinos.

— Es una auténtica suerte que hace un mes “copiara” esas clases de relajación y control muscular o ahora mismo me habría cagado, literalmente, de miedo. — Dijo TR en voz alta. Él era de los que pensaban que en momentos cercanos a la muerte, hablar solo es un hábito muy recomendable. Aunque únicamente sea para joder al que trata de aniquilarte contándole lo que te pasa por la cabeza.

Sin embargo, al Archivista no pareció interesarle lo que el superhéroe opinara y no volvió la vista en ningún momento. Continuó imperturbable su camino tras el libro rojo, en dirección a lo que parecía una columna dorada. O, bien mirado, podía ser una escalera de caracol.

— Va hacia una salida. — Esta vez, TR sólo lo pensó. Podía encontrarse en un momento cercano a la muerte, pero había cosas que era mejor no revelar al enemigo. Sacó la vara de metal extensible que siempre llevaba con él y, tras evitar que un libro del tamaño de una cama de matrimonio le aplastara, se encaramó a una de las estanterías.

— Ahora vamos a divertirnos. — Dijo TR y empezó a pasar de hilera en hilera al tiempo que agitaba amenazadoramente la vara.

Los libros parecieron comprender el peligro que el palo metálico podría suponer para ellos y cesaron sus ataques (como si estuvieran evaluando la situación) permitiendo que TR fuera ganándole terreno al Archivista.

— Y Bolea decía que nunca sacaría provecho al curso de saltar piedras que "copié" ese verano en el pueblo. — Dijo TR feliz y contento.

Y, entonces, todo el plan se fastidió cuando, sin darse cuenta, bateó un libro que se encontraba a una distancia prudencial. El volumen salió despedido, echo pedazos y el crujido de millones de hojas de papel llenas de ira homicida inundó la sala. Por segunda vez en la última media hora, TR dio gracias por haber “copiado” el curso de control muscular. Si salía vivo de esa biblioteca, estaba dispuesto a apuntarse al nivel avanzado.



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