Bolea apareció un cuarto de hora más tarde, tiempo que Sergi aprovechó para escalar a la azotea más cercana y echar un vistazo a su apartamento. Visto desde esa perspectiva, no le quedó ninguna duda de que tenía visita. Debían ser un par de intrusos y parecían estar buscando algo, pues la luz de las linternas se movía mucho de un lado a otro.
La espera también le sirvió a Sergi para poner en práctica una técnica que le “copió” a un yogi (en referencia a un señor que practica yoga, no a un oso que roba cestas) que conoció en la India para regresar a la sobriedad más absoluta y poder centrar toda su atención en repartir sopapos a diestro y siniestro. Era un truco genial para esos casos. Desgraciadamente, no servía para momentos más íntimos, porque uno de sus efectos secundarios era dejar el aparato reproductor completamente inoperante durante una hora (momento en el que también regresaba la ebriedad y con bastante más fuerza que al principio).
— ¿Qué pasó? — Preguntó Bolea cuando finalmente llegó. — Me fastidiaste una cita con una mina re linda.
— Lo siento, yo también tenía planes, pero hay visitantes en mi casa y dudo que se trate de una fiesta sorpresa de mis amigos, porque les habría saltado la alarma al abrir la puerta.
— Así que son profesionales ¿Qué querrán estos choros?
— Lo único que se me ocurre que pueda interesar a alguien es el libro del Archivista… Luego te lo cuento. — Añadió antes de que amiga pudiera preguntar. — Eso o están esperando para darme una paliza.
— O ambas. — Dijo Bolea divertida.
— De todas formas, dejaré el libro entre los arbustos. Por si acaso no tenemos suerte y nos capturan. Y, ahora, vamos a conocer a los que han allanado mi morada.
Eligieron la entrada que usaba en sus salidas nocturnas vestido de TR como el medio más seguro de colarse en la casa sin que los intrusos se dieran cuenta, aunque era posible que ya supieran de su existencia. Que hubieran conseguido desconectar las alarmas, decía mucho del nivel que tenía esa gente y era uno que raramente se alcanzaba por gente que no perteneciera a la Asociación de Superhéroes. Sergi siempre se había esforzado por mantener en el más absoluto secreto su identidad secreta (valga la redundancia). Sus poderes le facilitaban no dejar huellas dactilares o restos de ADN (salvo que él quisiera) pero, además, había tratado de ser extremadamente cuidadoso a la hora de revelar cuáles eran sus aficiones nocturnas. Las únicas personas a las que se lo había dicho eran Bolea y su exnovio. Claro que eso no era ninguna garantía. Los Conjurados podían levitar, crear bolas de fuego y hacer campos de fuerza. Adivinar quién se escondía bajo la máscara de TR con una ouija, debería ser para ellos o para su jefa, un auténtico juego de niños.
TR y Bolea llegaron a lo alto del edificio y se colaron por la entrada camuflada que daba a un largo pasadizo que desembocaba en el salón del apartamento de Sergi. La casa se encontraba en la más completa oscuridad. Eso era algo que esperaban, pero seguía intranquilizándole. La incertidumbre por saber quién se había colado en su piso, le estaba matando. Por suerte, no tuvo que esperar mucho más, aunque el encuentro con los intrusos no se dio como él imaginaba. TR esperaba cogerles por sorpresa y darles una paliza, hasta que se decidieran a confesar. Que tiraran bombas cegadoras de magnesio, desde luego, no lo había previsto o no se habría puesto sus gafas de visión nocturna. La combinación dolía un poco y le dejaría cegado durante un tiempo. El oído, sin embargo, lo tenía perfectamente, por lo que no tuvo problema en escuchar los gritos, el ventanal de su salón estallando en mil pedazos y la voz de su agresor.
— Hola TR, cuánto tiempo. — Dijo.
— ¿Gamer?
Y, entonces, alguien le dio un porrazo.