— Ahora que estamos desnudos, no puedes hacernos nada. — Dijo TR desafiante.
— Todavía llevas los calcetines. — Le respondió el Sastre Rojo con sorna.
TR se agachó a toda velocidad y se quitó los zapatos y los calcetines. Ni siquiera habían empezado a apretarle, por lo que su enemigo debía estar tomándole el pelo, pero prefería no arriesgarse. No sabía hasta dónde alcanzarían los poderes del Sastre Rojo. Nunca antes los había tenido. Cuando le conoció, no era más que un friki que usaba las prendas de ropa como arma. Era bastante más habilidoso de lo que cualquiera hubiera imaginado en un principio, pero lo de controlarlas era algo nuevo. Igual que la capacidad de Gamer de extraer vehículos de los juegos. Todos los de la Asociación de Superhéroes estaban extrañamente poderosos.
Mientras su compañero se dedicaba a deshacerse de los últimos vestigios de su vestimenta, Bolea se hizo con algo para cubrirse. Las miradas lascivas del Sastre Rojo la estaban revolviendo el estómago. Así que, en vista de que no podía usar nada de tela y que no tenía tiempo de ir a su habitación a enfundarse su armadura samurai, tuvo que optar por un par de cuadros. Se colgó uno alargado del cuello y otro más pequeño, el retrato de un familiar desconocido, de la cintura. Tapaban lo justo e iban a incordiarle en la lucha que vendría, pero al menos su enemigo no le estaría mirando las tetas.
TR recogió su palo de metal extensible del suelo y se puso en guardia. A diferencia de su amiga, él se encontraba cómodo sin ropa. Su etapa de actor porno le había dejado su vergüenza en ese sentido. Y tampoco le importaba luchar en pelotas. Varias películas con escenas de lucha grecorromana habían conseguido que se acostumbrara a ello.
— Ahora sí que estoy completamente desnudo. Ya no puedes hacerme nada. — Proclamó, un vez más.
El Sastre Rojo rio. Los restos del disfraz de Drácula que se encontraban por el suelo se lanzaron contra su cara, tratando de asfixiarle. Entretanto, Bolea aprovechó para atacar (a pesar de sus problemas de movilidad por culpa de los cuadros) lanzando su maza. No llegó a golpear su objetivo.
La ropa que llevaba el Sastre Rojo, que tomaron por un mono negro, en realidad estaba formado por varias vendas, al estilo de una momia egipcia. Como si una naranja se pelara sola, las tiras fueron desenredándose del cuerpo de su dueño, dejando al descubierto el habitual y encarnado uniforme del Sastre. Una vez liberadas, las vendas negruzcas se dispusieron en círculo alrededor del hombre, balanceándose al estilo de las serpientes encantadas.
El proceso al completo sucedió a una velocidad pasmosa, en décimas de segundo, por lo que Bolea no pudo apreciarlo. Lo que sí vio fue cómo las tiras de tela se elevaban sobre ellas mismas y detenían su maza en seco.
— Ya ves, que hasta tu poderosa maza es inservible contra mí, bellísima Bolea. — Dijo el Sastre Rojo regodeándose.
La maza de Bolea incrementó su presión contra las vendas, pero estas siguieron resistiendo. Entre tanto, en un rincón, TR pudo respirar por primera vez en lo que a él le pareció una eternidad. Los restos del disfraz de Drácula habían dejado de tratar de matarle, lo que parecía indicar que el Sastre Rojo estaba utilizando toda su concentración en luchar contra Bolea. Lo mejor era que no daba muestras de haberse dado cuenta.
Así que TR, aprovechando el factor sorpresa, se arrastró sigilosamente hasta el mueble bar de su amiga y se hizo con una botella de tequila. En el aparador de la entrada, encontró las cerillas para encender velas aromáticas.
— ¡Sorpresa! — Gritó mientras rociaba las vendas con el alcohol y le lanzaba una cerilla. Una de las tiras consiguió apresarle el cuello, pero desistió en cuanto su amo comenzó a dar alaridos por el salón.
— Te pasaste un poco. — Le recriminó Bolea a su amigo. — Traé el extintor que hay en la cocina antes de que me queme la casa.
— Qué desagradecida eres. — Se quejó TR.