viernes, 24 de enero de 2014

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 46

Mucho antes de que decidiera defender la justicia como TR, había tenido multitud de ocupaciones, algunas de las cuales no eran todo lo honrosas que se podrían esperar de alguien que se dedica a combatir el crimen. Fue durante una época de rebeldía y escasa comprensión paterno-filial en la que decidió independizarse por su cuenta y ganarse la vida como buenamente pudiera. Durante ese tiempo descubrió dos cosas importantes que marcaron su vida: que la gente pensaba que estaba muy bueno y que era capaz de aprender cualquier cosa con con bastante facilidad. Gracias a ellas y a los trabajos que le facilitaron (en la industria del cine para adultos y en el negocio del saqueo nocturno de locales comerciales, respectivamente) logró sobrevivir en aquellos tiempos difíciles. Y gracias a su habilidad asaltando tiendas, (“copiada” al que se convertiría en su gran amor de juventud) y a un trozo de alambre que encontraron en el suelo, el grupo no tuvo problema a la hora de abastecerse de ropa en el centro comercial. Eso sí, a pesar de las felicitaciones que recibió, Sergi no se sintió nada orgulloso haciéndolo. Comportarse igual que aquellos a los que TR perseguía le revolvía las tripas. Pero era consciente de que no tenían otra opción. El último ataque de Reeva les había dejado, como suele decirse, en pelotas. Literalmente porque, por no tener, ni siquiera tenían ropa y tampoco podían ir a sus casas o sacar dinero para compra alguna. Sus identidades, la verdadera y la secreta, estarían siendo vigiladas por la policía y la Asociación de Superhéroes. Lo único que podían hacer era coger lo que necesitasen y esperar que un seguro cubriera las pérdidas al comerciante.

Vestidos, armados y con provisiones enlatadas suficientes para varios meses, salieron del centro comercial antes de que el hechizo ocultador de Héctor se hubiera agotado. Nuevamente, Sergi tuvo que tragarse su orgullo superheroico y poner en práctica otra de las habilidades de su oscuro pasado para conseguir un coche que les sacara de allí y les llevara a un lugar seguro, si es que existía. Los escondites de los Conjurados habían quedado comprometidos y los de los demás tampoco les ofrecían demasiada confianza pues temían que Reeva hubiera descubierto su ubicación mientras poseyó la mente de Bolea. Por suerte, TR aún contaba con un escondrijo de reserva, uno del que nunca habló a su amiga y que había tenido la precaución de comprar con nombre falso. Estaba lejos, muy lejos, pero necesitaban un refugio en el que recuperarse del golpe sufrido.

Tardaron toda la noche y parte de la mañana en llegar a su destino: una pequeña casa perdida en la meseta, sin un alma en muchos kilómetros a la redonda. Esta era otro de los legados de su oscuro pasado. No había regresado más que un par de veces desde entonces, pero la construcción seguía sólida y limpia. Una mujer que vivía a más de una hora de allí se encargaba de mantenerla y la alquilaba por temporadas a urbanitas en busca de paz, aunque en esos momentos se encontraba vacía.

Descargado el maletero y modificada la matrícula del vehículo con algo de magia, los tres fugitivos bajaron las persianas y se metieron en las camas, en busca de un descanso que creían merecido. Sin embargo, no les resultó sencillo descansar después de lo que habían vivido. Tenían demasiadas cosas en el cerebro. La impotencia que les había obligado a escapar como cobardes, la sensación viscosa que la posesión mental dejaba en el cerebro, la cara de la persona querida al ser desposeída de su voluntad, la maldad pura que desprendía Reeva, el fétido hedor de los seguidores de la Reina del Fuego, la actitud confusa del Archivista, los reproches hacia el resto de miembros de aquel improvisado equipo, el miedo por el futuro desconocido… Al final, acabaron dormidos de puro agotamiento.

En su sueño, que sentía como si fuera más real que la propia vida, la puerta de la habitación de Sergi se abrió y una figura penetró por ella. La penumbra del cuarto no le permitía distinguir bien sus facciones, en los sueños suele ser complicado, pero le pareció que era Mario. Olía como él, se movía como él y, al tocar su mano, tuvo claro que también sentía lo mismo que si fuera él. Embriagado por un irrefrenable deseo, se levantó de la cama y empezó a besarle sin hacer preguntas. El hechicero tampoco dijo nada el tiempo, horas según la percepción onírica de Sergi, que pasaron haciendo el amor. Luego, el chico desapareció del mismo modo que había llegado, dejando a Sergi en la soledad de su sueño. Horas después, cuando despertó de verdad, lo hizo mucho más tranquilo y relajado. Aunque se sentía un poco preocupado. Su encuentro con Mario había sido tan real e intenso, que le resultaba difícil aceptar que sólo se había tratado de una fantasía de su cabeza.



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