viernes, 10 de enero de 2014

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 44

La explosión redujo a pedazos buena parte de la pared y la onda expansiva arrastró a los presentes hasta el extremo opuesto de la habitación. Ninguno sufrió más daños que el molesto pitido que se adueñó de sus oídos, algunos arañazos y una fuerte taquicardia a causa del susto. Contemplar a Reeva atravesando el recién creado agujero de la pared seguida por una horda de sus demoniacos sirvientes, no contribuyó a que se les relajara el pulso, precisamente. El único al que no pareció afectarle la aparición de la Reina del Fuego fue al Archivista, que permaneció sonriente y tranquilo, sentado en el sofá quemado y sin que ni una sola mota de polvo se hubiera posado sobre su chaqueta o sobre el inmenso volumen que aún descansaba sobre su regazo.

— Qué feliz me hace encontraros aquí reunidos. — Proclamó la hechicera. — A decir verdad, hubiera preferido que todos estuvierais vestidos, pero no por ello me alegro menos de veros. Me va a ahorrar muchos viajes por la ciudad.

— ¿Qué haces aquí? — Preguntó Héctor desafiante en cuanto consiguió recuperar la compostura. La sordera temporal, secuela de la detonación, hizo que lo dijera bastante más alto de lo que era necesario en un espacio tan pequeño. — Ya te dijimos que nos encargábamos nosotros.

— Alguien me informó de que teníais un invitado inesperado y se me ocurrió pasarme a comprobar cómo se desarrollaban los acontecimientos. — Contestó Reeva. — Buenas noches Archivista, es un placer inesperado volver a encontrarte en este mundo.

— Lo mismo digo, Poderosa Señora de las Profundidades. — Replicó el hombre mientras se incorporaba y le hacía una profunda reverencia.

— Veo que has traído uno de tus libros ¿Debo deducir que has revelado alguno de mis secretos?

— Efectivamente, Emperatriz de los diablos.

— Bueno, supongo que tenía que ocurrir algún día. Aunque esperaba que fuera más tarde.

Mario se levantó con dificultad de entre los cascotes y el polvo. Su cara reflejaba tanta confusión como cuando encontró a Sergi desnudo junto a Bolea.

— ¿Entonces es cierto? — Preguntó con voz entrecortada. — ¿Tan sólo pretendías utilizarnos?

— Es una forma de verlo. — Respondió la mujer. — A mí me gusta pensar que iba a compartir la gloria con vosotros mientras me fuerais fieles.

— ¿Y por qué nos ocultaste que Bolea sería afectada por el hechizo? — Intervino Héctor.

— Resulta que el encantamiento tiene un pequeño efecto colateral. — Explicó con una amplia sonrisa. — Os lo mostraré: Melanie, querida, acércate a rendirme pleitesía, por favor.

Bolea se puso de pie como si un marionetista manejase sus miembros con unas cuerdas invisibles. En su rostro se podía vislumbrar la lucha que se desarrollaba en el interior de su mente por el control del cuerpo. Sin embargo, a pesar de ello, la argentina se plantó frente a Reeva y, con la cabeza gacha, se arrodilló sin dudar.

— ¿Veis? Puedo controlar a cualquiera al que le afectase el hechizo. — Dijo la Reina del Fuego pletórica de felicidad. — Pero no os podía contar lo de Bolea porque ella es la única que podía encargarse de eliminaros.

— Pero.. pero... — empezó Mario — ¿por qué? tú has sido una segunda madre para nosotros. Te queríamos.

— Mi querido niño. Eres de una simpleza pasmosa. No me apliques la burda lógica de los mortales. Yo soy una Diosa y lo divino es lo único que me concierne. Si Hera arrojó a Hefesto del Olimpo por su fealdad ¿cómo iba yo a dejaros vivos cuando suponéis un peligro para mis planes?

— Nunca te hubiéramos traicionado. — Replicó Mario sollozando.

— Los humanos sois volátiles. La influencia de TR o el exceso de arrogancia de tu hermano podrían haber conseguido que cambiarais de idea y decidierais levantaros contra mí.

— ¿Y ahora que va a pasar? — Preguntó Héctor. — ¿Vas a pedirle a esta mema que nos asesine a todos? Eres una bruja cobarde.

Con una velocidad sorprendente, Bolea se acercó al Conjurado y le dio un puñetazo en el estómago que hizo que el chico se doblara de dolor.

— No seas impertinente, Omega. — Respondió la Reina del Fuego. — Además, ya no tengo necesidad de librarme de vosotros. Recientemente, he encontrado otra solución mucho más satisfactoria.

La mujer abrió una bolsita de cuero que colgaba de su hombro y en la que ninguno había reparado hasta el momento y sacó una pequeña joya roja.

— Uniros a mí. — Ordenó Reeva.

El potente brillo que emitió la joya pareció congelar a los Conjurados. Durante unos instantes, ninguno de los dos se movió ni un milímetro. Incluso sus respiraciones se detuvieron. Pero la parálisis duró apenas unos pocos segundos. Cuando volvieron a inspirar, Mario se arrodilló frente a la bruja. Héctor, por su parte, agarró del brazo a Bolea y se lanzó sobre TR. El grito desesperado de Omega y un potente fogonazo fue lo último que Sergi percibió antes de perder el conocimiento.


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