miércoles, 25 de febrero de 2015

Las aventuras de Baz el guerrero 28

A Baz le dolían más músculos de los que era consciente de poseer y sospechaba que varios de sus huesos no se encontraban tan enteros después de su caída. También notaba la cabeza bastante embotada por el intenso dolor sufrido y la prolongada falta de oxígeno. Parecía el momento ideal para echarse un rato sobre el suelo a reponer fuerzas con un sueñecito rápido a la espera de que la pelea (entre quiénes fuera) terminase de una vez. Sin embargo, esa actitud no se ajustaba demasiado a la personalidad ni a las creencias éticas del guerrero. Aún quedaba mucho tiempo antes de que Baz se planteara tomarse un descanso. Todavía tenía que vengar la muerte de Tayner a manos (“a pies” quizás sería más exacto) de ese gigante desalmado, de ese malvado que había traicionado las normas más básicas del honor y que, de paso, había conseguido enfangar el buen nombre del reino que le coronó como su rey.

Así que Baz, lejos de tumbarse, lo que hizo fue empezar a levantarse como buenamente pudo, dispuesto a seguir con la lucha hasta que no tuviera más huesos sanos para romper o músculos para desgarrar. Pensaba utilizar todas sus energías en destruir al asesino del príncipe. Claro que su plan no incluía a vacas locas con aires de grandeza y cierto gusto por las mazas descomunales.

—¿Qué hará aquí Häarnarigilna? —El guerrero se hizo esta pregunta a sí mismo en voz alta ya que le estaba costando un poco pensar y prefería escucharse. Era retórica y no esperaba ninguna respuesta, pero aun así la obtuvo.

—No me quedé tranquila al veros partir —le explicó la rumiante cuando se paró junto a él en un momento en que el rey Morfin tomaba aire agotado—. Ya os dije que el Corazón de la Montaña era un objeto peligroso.

—¿Tú sabías que algo así podía ocurrir?

—Pues sí y puedo asegurar que jamás le hubiera dejado al príncipe Tayner marcharse con el collar de no haber ido alguien tan responsable como tú —respondió la vaca—. Por cierto no he tenido el placer de ver al muchacho ¿le ha ocurrido algo?

—El rey Morfin... el gigante lo ha... —las palabras se atragantaron en la laringe de Baz y fue incapaz de terminar la frase.

—¿Tayner está muerto? —preguntó la vaca. Su voz despedía un tono de alegría tan evidente que el guerrero tuvo que hacer serios esfuerzos por no darle un puñetazo—. Quiero decir que... es una auténtica lástima.

—Sí, ya me imagino.

—¡Malditos insectos insignificantes! —les interrumpió el rey Morfin en ese momento—. Os aplastaré como las babosas que sois y conoceréis mi verdadero poder.

—Häarnarigilna —continuó Baz—, nuestro enemigo está cansado, pero no vencido y la lucha que vendrá será larga y seguramente sangrienta. Entendería que te retirases porque no hay garantías de que salgamos victoriosos y la muerte es un destino más que probable a manos...

El tiempo parecía haberse detenido al aplastar Morfin a Tayner, pero no sucedió lo mismo cuando la vaca lanzó su maza contra el gigante. De hecho, sucedió tan rápido que apenas fue consciente de lo que sucedía hasta que vio cómo se desmoronaba la descomunal figura del rey.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Las aventuras de Baz el guerrero 27

Baz logró contener el grito de dolor que luchaba por escapar de su garganta mientras la descomunal mano del rey Morfin le estrujaba como si en lugar de un hombre, lo que sujetara fuese medio limón y quisiera aliñar una ensalada. El guerrero no estaba dispuesto a darle la satisfacción de verle sufrir. Si tenía que morir, que así fuera. Pero lo haría con la dignidad y el orgullo que se presupone a cualquier antiguo alumno de la Academia Militar Interna de los Gentiles y Alegres Paladines Decapitadores, a cualquier seguidor del Código Ámbar de los Caballeros y a cualquier hombre de honor que se preciara. Tampoco estaba seguro de que hubiera podido gritar, pues la presión que sufría sobre su caja torácica (que crujía de forma preocupante) apenas le dejaba llegar aire suficiente a sus pulmones para seguir respirando. aun así, Baz pretendía mantener su altiva pose hasta el final. Ser asesinado por un rey extranjero transformado en gigante por medios mágicos era una muerte estupenda. Sería envidiado por miles de aventureros y los bardos cantarían esa lucha hasta el final de los tiempos. No estaba dispuesto a estropearlo soltando un quejido y arriesgarse a que las canciones que debían alabar su valentía acabasen contando que lloró igual que una niñita pequeña. Su honor póstumo se merecía algo mejor que eso.

—Vaya tontería —pensó de repente —. Debo estar empezando a delirar. No hay testigos. Nadie va a hablar de mi valentía. Encontrarán mi cadáver descompuesto dentro de un año y ni siquiera sabrán quién soy. Y Trelios nunca sabrá qué fue lo que me ocurrió.

El recuerdo de su antiguo camarada en la academia militar le dio un soplo de nuevas fuerzas y avivó la esperanza de una pronta liberación. Intentó separar los dedos que le aprisionaban, pero fue completamente inútil. Morfin le tenía bien agarrado y no espacio para maniobrar. Hacer palanca, escurrirse, herirle... todas las maniobras que pudiera pensar, resultaban inútiles.

—¿Qué intentas? —se rio el rey.

—Bueno, pues ahora sí que es el fin —pensó Baz—. Tayner, siento no haber sido un buen guardaespaldas.

Cerró los ojos y esperó que la inconsciencia (o la muerte) le llegara pronto para ahorrarle más sufrimientos, aunque lo cierto era que cada vez le dolía menos el castigo que estaba recibiendo. Sabía que esa era una señal más que indicaba que todo acabaría pronto. O quizás no.

—Vaya coñazo es morirse —pensó Baz al cabo de un rato que se le hizo interminable—. A ver si acabamos pronto.

Pero su deseo no iba a ser atendido. Todo lo contrario porque en ese instante, la mano del rey se abrió y su cuerpo cayó al vacío. Había llegado a acostumbrarse (relativamente) a ser espachurrado, pero cuando chocó contra el suelo sí que le dolió. Mucho. Tanto que llegó a plantearse si se habría roto algún hueso. Aunque el golpe también le sirvió para que se reanimara al instante. Así pudo volver a respirar con normalidad y, de paso, contemplar qué había conseguido que Morfin le soltase justo cuando estaba a punto de matarle.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Las aventuras de Baz el guerrero 26

A Baz le pareció que los segundos se ralentizaban a su alrededor y que tiempo pasaba a arrastrarse con lentitud mientras contemplaba desconcertado cómo el gigantescamente desproporcionado pie del rey Morfin se precipitaba sin remisión sobre el desprevenido príncipe Tayner hasta aplastarlo por completo. El guerrero tardó un buen rato en poder volver a cerrar la boca y reaccionar ante semejante escena.

—Qué... qué... qué... —balbuceó Baz perplejo, incapaz de entender lo que acababa de suceder frente a sus ojos.

—Hoy es un gran día —proclamó el rey orgulloso.

—¡¿Qué has hecho!? —gritó el guerrero. Apenas veía por las lágrimas que anegaban sus ojos, aunque notaba cómo una ira descontrolada empezaba a crecer rápidamente en su interior.

—He librado al mundo de uno de los peores males que han caminado bajo el cielo azul —continuó Morfin—. Más que un chico, Tayner era una auténtica y maloliente plaga que merecía ser exterminada.

—Yo... ¡te mato! —bramó Baz furioso al tiempo que empuñaba su espada y se lanzaba a la carrera en dirección a su inmenso rival. Deseaba destrozarlo, marchacarlo, asesinarlo, destruirlo, desollarlo y abrirle de arriba a abajo con la misma falta de compasión que él mostró por el príncipe. Durante su adiestramiento en la academia militar le habían enseñado a controlar ese tipo de impulsos y emociones, pero en ese momento era incapaz de hacerlo. O, a lo mejor lo que sucedía era que no le apetecía hacerlo.

El rey soltó una carcajada al ver que el guerrero le atacaba. Desde la perspectiva que le proporcionaba su nueva estatura, su agresor parecía diminuto, del tamaño de un pequeño insecto. Riendo, trató de acabar con él igual que había hecho con Tayner, pero Baz no pensaba permitir que le aplastaran. A diferencia del príncipe, él esperaba que le atacasen por lo que, con un par de volteretas, pudo esquivar sus pisotones sin muchos problemas.

—¡Quédate quieto! —gruñó el gigante.

—¡Y tú muérete! —le respondió el guerrero. Evitando sus golpes y escabulléndose entre sus piernas se había conseguido acercar lo suficiente a la enorme pantorrilla derecha del rey para soltar un golpe. La espada se clavó en la piel de Morfin igual que si la hubiese utilizado contra el tronco de un árbol y no podía volver a sacarla. Que el rey empezara a saltar a la pata coja dolorido, no le facilitó recuperar su arma y por un momento Baz llegó a pensar que la había perdido para siempre. Sin embargo, acabó por soltarse de la pierna de Morfin y cayó a la tierra seguida por la sangre del rey, que cayó como una densa lluvia roja. En relación a su volumen no fue una hemorragia importante, pero aun así consiguió cubrir al guerrero casi por completo.

—¡Maldito seas! —se quejó Morfin malhumorado.

Pensando que esa era una oportunidad que no debía desaprovechar, Baz se limpió la cara y se lanzó a por la pierna izquierda. Su plan era simple: le haría derrumbarse y, una vez se encontrara en el suelo, atacaría sus puntos vitales. Lo que no preveía era que el rey se repusiera rápidamente y que pasara a la ofensiva. Con una velocidad impropia de un ser tan descomunal, las inmensas manos del rey le persiguieron hasta darle caza y envolverle con aquellos dedos enormes. Un dolor increíble recorrió el cuerpo del guerrero cuando su enemigo empezó a apretar su cuerpo como si quisiera exprimirlo.

domingo, 8 de febrero de 2015

Semana de descanso

La semanita desconectado del blog me ha servido para avanzar mucho en la precuela de "Diario de un treintañero... y gay... y ciego" y como ya está casi acabado, es hora de volver a la normalidad. Así que aquí tienen una nueva entrada de Blaine Nicholas para que se entretengan. Espero que les guste.