A Baz le dolían más músculos de los que era consciente de poseer y sospechaba que varios de sus huesos no se encontraban tan enteros después de su caída. También notaba la cabeza bastante embotada por el intenso dolor sufrido y la prolongada falta de oxígeno. Parecía el momento ideal para echarse un rato sobre el suelo a reponer fuerzas con un sueñecito rápido a la espera de que la pelea (entre quiénes fuera) terminase de una vez. Sin embargo, esa actitud no se ajustaba demasiado a la personalidad ni a las creencias éticas del guerrero. Aún quedaba mucho tiempo antes de que Baz se planteara tomarse un descanso. Todavía tenía que vengar la muerte de Tayner a manos (“a pies” quizás sería más exacto) de ese gigante desalmado, de ese malvado que había traicionado las normas más básicas del honor y que, de paso, había conseguido enfangar el buen nombre del reino que le coronó como su rey.
Así que Baz, lejos de tumbarse, lo que hizo fue empezar a levantarse como buenamente pudo, dispuesto a seguir con la lucha hasta que no tuviera más huesos sanos para romper o músculos para desgarrar. Pensaba utilizar todas sus energías en destruir al asesino del príncipe. Claro que su plan no incluía a vacas locas con aires de grandeza y cierto gusto por las mazas descomunales.
—¿Qué hará aquí Häarnarigilna? —El guerrero se hizo esta pregunta a sí mismo en voz alta ya que le estaba costando un poco pensar y prefería escucharse. Era retórica y no esperaba ninguna respuesta, pero aun así la obtuvo.
—No me quedé tranquila al veros partir —le explicó la rumiante cuando se paró junto a él en un momento en que el rey Morfin tomaba aire agotado—. Ya os dije que el Corazón de la Montaña era un objeto peligroso.
—¿Tú sabías que algo así podía ocurrir?
—Pues sí y puedo asegurar que jamás le hubiera dejado al príncipe Tayner marcharse con el collar de no haber ido alguien tan responsable como tú —respondió la vaca—. Por cierto no he tenido el placer de ver al muchacho ¿le ha ocurrido algo?
—El rey Morfin... el gigante lo ha... —las palabras se atragantaron en la laringe de Baz y fue incapaz de terminar la frase.
—¿Tayner está muerto? —preguntó la vaca. Su voz despedía un tono de alegría tan evidente que el guerrero tuvo que hacer serios esfuerzos por no darle un puñetazo—. Quiero decir que... es una auténtica lástima.
—Sí, ya me imagino.
—¡Malditos insectos insignificantes! —les interrumpió el rey Morfin en ese momento—. Os aplastaré como las babosas que sois y conoceréis mi verdadero poder.
—Häarnarigilna —continuó Baz—, nuestro enemigo está cansado, pero no vencido y la lucha que vendrá será larga y seguramente sangrienta. Entendería que te retirases porque no hay garantías de que salgamos victoriosos y la muerte es un destino más que probable a manos...
El tiempo parecía haberse detenido al aplastar Morfin a Tayner, pero no sucedió lo mismo cuando la vaca lanzó su maza contra el gigante. De hecho, sucedió tan rápido que apenas fue consciente de lo que sucedía hasta que vio cómo se desmoronaba la descomunal figura del rey.
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