viernes, 6 de abril de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 53

A pesar de los pesares soy un hombre débil. Me gusta presentarme como un luchador de mi propia vida que ha superado los difíciles momentos que le ha presentado el destino, especialmente aquellos causados por la ceguera y/o la depresión. Acostumbro a pensar en mí como una persona madura, que sabe lo que quiere y lo que no. Como suele decirse, tengo las cosas claras y el chocolate espeso. Pero la realidad es que, llegado el momento, no soy más un niño tonto que se enamora a la mínima de cambio y que acude como un perrito faldero en el momento en que su amo le llama.

Las objeciones de Daniel, la revelación de Fátima sobre su pánico al compromiso, mi deseo incontrolable por Gelo, el malestar por cómo había tratado a Ichi, los tenues celos que Víctor había despertado en mí... En el momento en el que mi teléfono móvil sonó y escuché la voz de Miguel, todas esas dudas, sospechas e inconvenientes quedaron descartadas y se diluyeron entre las dendritas de mis neuronas como un terrón de azúcar en una taza de café con leche caliente.

Me despedí de Sergio y sus acompañantes lo más cortésmente que pude y, velozmente, me dirigí a una parada de taxis. Normalmente, antes de una cita, iría a casa a cambiarme, ducharme y acicalarme lo suficiente para que alguien pudiera lamerme cualquier centímetro de mi piel. Pero esa tarde tendría que pasar. Miguel quería verme lo antes posible y yo estaba de acuerdo. Entre lo muchísimo que me gustaba, el recuerdo de la noche anterior, las expectativas ante una nueva cita y el calentón que me había provocado Gelo, estaba que me se me rebosaba la libido por los cuatro costados.

La puerta de su piso estaba entornada cuando salí del ascensor. Sin esperar una invitación o un saludo, cerré y empecé a quitarme la ropa lo más rápidamente que podía, dejándola tirada de cualquier manera y en cualquier sitio. Al entrar en el salón, de repente, unos brazos me rodearon la cintura y unos labios empezaron a besarme la espalda, mientras las manos de la persona en cuestión recorrían la parte delantera de mi cuerpo desnudo.

—Me has leído la mente —dijo Miguel. Él también estaba desnudo.

—¿Querías que me desnudase nada más entrar por la puerta sin esperar a que me lo pidieras? —pregunté.

—Sí.

—Bueno, sé lo mucho que te gusta el nudismo. Y dado que estoy cachondísimo, necesitaba realizar un acto de desinhibición total y furia lujuriosa antes de que me te pusieras a torturarme con largas cenas y frases calientes.

—Por suerte para ti, hoy toca "aquí te pillo, aquí te mato".

Dicho esto, me empujó al sofá y empezó a besarme. Entre otras cosas.

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