lunes, 30 de abril de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 54

Mi sueño no resistió ni un asalto ante el ensordecedor estruendo de cláxones con el que los conductores parecían dar la bienvenida al primer atasco de la jornada. Normalmente, que ruidos espantosos y discordantes me sacaran de la cama más de una hora antes de que sonara mi despertador habría conseguido que, como mínimo, me acordara de los progenitores de cada uno de los ocupantes de los vehículos implicados. Pero esa mañana, me levanté sin rechistar ni mención a los familiares fallecidos de nadie. Los ejercicios nocturnos con Miguel habían logrado que el buen humor que mi psicólogo y demás conocidos me fastidiaran, regresara con renovadas fuerzas. Qué puedo decir, el chico es estupendo en lo que hace. Y no sólo me refiero a la parte sexual. Esa noche también habíamos dado un pequeño para importante (al menos para mí) paso en nuestra "relación". Por primera vez, tuvimos una típica e interminable conversación postcoital, mientras estábamos desnudos en la cama (sólo me faltó poder fumarme un cigarro, pero con el pánico a los incendios que tiene el chico cualquiera le pide algo así). Me encantan esas charlas. Hacen que sienta que a la otra persona le importa algo más que mi miembro. Aunque sólo sea un poquito. Por lo menos, muestra algo de interés en conocerme más allá de lo físico.

Tan bien me sentía esa mañana, que decidí dedicar la tarde a solucionar todos los problemas que me quedaban pendientes. Bueno, todos a lo mejor eran muchos. Al menos, trataría de intentar arreglar mi pésima actuación con Ichi. Tenía que disculparme con el pobre chico por haberme comportado como un imbécil. Teniendo en cuenta que conocía sus sentimientos hacia mí, me faltó mucho tacto cuando hablé con él. Y tampoco había sido una gran idea ocultarle la situación. Tenía que solucionarlo. Y puede que, de paso, me enterara de lo que ocurría con Marc. Eso sí, cómo iba a hacerlo o qué iba a decirle (en el hipotético caso de que me cogiera el teléfono) no lo sabía. Tendría que inventarme algo convincente durante la mañana.

Pero como suele se habitual en mi vida, el destino no estaba de acuerdo con mi idea y decidió cambiarme los planes a su antojo. Y así, mientras me tomaba mi segundo café, alguien llamó al timbre. No tengo ni que decir que se trataba de Ichi o que yo me quedé petrificado tratando de improvisar algo que expresara lo mucho que lo sentía y lo importante que era para mí contar con su amistad. Sin embargo, Ichi tenía sus propias ideas sobre cómo iba a transcurrir ese encuentro. Me agarró de la cintura y me dio un morreo.

— Ya no tienes que preocuparte porque esté enamorado de ti. — Me dijo. Y sin más, se fue dejándome epatado y bastante confuso acerca de lo que acababa de ocurrir.

Por suerte, Sergio salió el baño en ese preciso momento con la frase justa para hacerme salir de mi estado de asombro por la escena de Ichi. Una frase maravillosa que hace que cualquier preocupación se esfume: "Tenemos que hablar". Estaba claro que otra bonita mañana se iba a ir pronto a la mierda.

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