jueves, 5 de abril de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 52

—¿Sergio? ¿Qué... qué haces aquí? —pregunté desconcertado. Siendo ciego, lo de encontrarme a otro invidente por sorpresa era un concepto que no llegaba a tener muy asimilado. Vamos, que más allá de las escasas ocasiones en las que había chocado mi bastón contra el de otro, era la primera vez que me sucedía algo tan surrealista. Más aún si tenía en cuenta que no sabía quién era la chica que me había reconocido ni cuál era su relación con Sergio.

—Aquí, tomando algo con unos amigos —me respondió mi exnovio, que parecía tan atónito como yo—. A Fátima ya la conoces.

—Sí, claro —mentí mientras ponía a trabajar a máxima potencia a mis maltrechas neuronas para que trataran de revisar lo que pudiera tener almacenado sobre la fiesta de Miguel a ver si encontraban a alguna Fátima por allí. Desgraciadamente, la mayoría de mis recuerdos acerca de esa noche se limitaban a los sucesos extraordinarios, ya fueran buenos o malos. Lo nervioso e ilusionado que estaba al llegar, el beso de Miguel, su posterior siesta, mi profunda decepción o sus extraños amigos extremistas eran algunas de las cosas que conservaba. Por chicas normales y simpáticas con una bonita voz, no me venía nada.

—Ella y Gloria son compañeras de piso de Míriam —continuó Sergio. La mencionada Gloria me dio un par de besos—. Y, por último, este es Víctor.

Una mano fuerte y áspera me agarró la mía y me la estrechó con fuerza. Mucha fuerza. Se notaba que era profesor de fitness y que estaba cachas. Aunque pudiera ser que otros factores, como que supiera cuál era mi relación con Sergio, hubieran influido en la potencia de su apretón. Si no hubiera sido porque Luna me intentaba hacer lo mismo cada semana y ya tengo acostumbrada la mano a esos conatos de agresión, me hubiera dejado la mano hecha un cromo.

—Hola, encantado —me saludó con entusiasmo y una alegría que hacían muy difícil sostener que tuviera algún tipo de animosidad hacia mí—. Ya tenía ganas de conocerte.

—Sí, yo también. Me han hablado mucho de ti.

—A mí lo que no me había dicho Sergio era que fueses tan guapo. Menos mal que es ciego, porque si no le prohibiría seguir viviendo en tu casa —dijo riéndose.

—Muchas gracias —respondí sin saber bien cómo tomarme eso. Pero lo que si capté es que él veía. Y no era el único en esa curiosa reunión—. Por cierto, Fátima, perdona mi curiosidad, pero como estabas en la fiesta... bueno, me ha sorprendido saber que...

—¿Que veo? —preguntó ella sin darle importancia, como si ya estuviera acostumbrada—. Sí, es normal que te extrañe. Miguel y sus amigos son bastante radicales con ese tema. Les encantan las tonterías sobre que los ciegos se entienden mejor entre ellos, que son formas de vida diferentes y demás memeces por el estilo.

—Ya me di cuenta —se me había formado un nudo en el estómago al reconocer mi actitud hacia Ichi entre las que acababa de mencionar. Siempre me había considerado abierto, pero parecía ser que no—. Tenéis que ser muy amigos para que no le importe invitarte.

—Miguel va de chulo, pero es un gallina. Tiene casi tanto miedo a los incendios como a las relaciones serias. Así que siempre que hace una reunión, lleva a algún "ojeador" para estar seguro de que alguien notará el desastre antes de que se ponga serio. De todas formas a mí siempre me invita. Para eso soy su hermana.

—No tenía ni idea —dije mientras tomaba nota mental de un par de descubrimientos de gran importancia: Miguel tenía pánico al compromiso y Fátima no tenía ni idea de que yo estaba liado con su hermano. Daniel estaría encantado de ver cómo sus pronósticos se empezaban a cumplir el "no quiero poner etiquetas a nuestra relación" se desvelaba en "voy a dejar que pienses que podemos tener una relación aunque mi intención se limite a echar unos cuantos polvos".

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