Movido por una extraña intuición, cogió su pendiente y se lo colocó a Zac. Los temblores cesaron. Pero el chico estaba mal. Tenía resaca, nauseas, vértigo y no recordaba nada de lo ocurrido. Teniendo en cuenta que Zac era diabético y nunca bebía, era una mala señal. Robert tampoco se encontraba mejor. Le dolía todo el cuerpo, aunque suponía que en su caso se debía al esfuerzo de tenía que hacer para controlar la luz. Al menos lo había conseguido y no iba brillando por la calle como una luciérnaga.
De entre los cascotes, emergió la figura familiar del camello. Zac se recuperó lo suficiente para tener otro ataque de ira y lanzarse corriendo hacia él. Robert le seguía algo más despacio. Sus piernas no daban para más.
—Este chico está idiota —pensó—. La próxima vez que salga corriendo le voy a seguir su madre. Por lo menos, lleva el pendiente puesto y, si como creo, los corales tienen algo que ver con él, evitará que se cargue medio barrio.
Zac y el camello se enzarzaron de nuevo a puñetazos y patadas. La ventaja, en principio, fue del chico. Al otro se le había caído un edificio encima y eso contaba. Sin embargo, pronto se impuso la diferencia de edad y la mayor preparación del traficante que consiguió inmovilizó en el suelo y le acercó algo al brazo. Zac comenzó a gritar.
—Te gustó lo de antes ¿eh? Ahora vas a tener ración doble.
Cuando terminó lo que estuviera haciendo, le quitó a Zac la cartera y se levantó.
—Como ya les dije a tus amigos la primera dosis es gratis pero el resto, no —y tras darle una patada, se largó.
Robert prefirió quedarse con su amigo, que estaba delirando, en lugar de perseguir al camello. Además, tenía que alejar a Zac de esa zona. Los temblores, la caída del techo del almacén y los gritos de su amigo, atraerían pronto la curiosidad de los vecinos. Además, la luz verdosa comenzaba a reaparecer.
De repente, un descapotable rojo se lanzó sobre ellos. Olvidando sus dolencias, salieron corriendo desesperados. La posibilidad de que fuera el camello o alguno de sus compinches era demasiado grande de para quedarse sentados quejándose. Se recorrieron el puerto hasta que no les quedó más salida que el malecón. Cuando se acabó la tierra firme, Zac quiso saltar al agua, pero su amigo le detuvo. Miró al interior del coche y con una sonrisa dijo:
—Me alegro de verle.
—Ya se nota —respondió el conductor.
—Hasta esperaba que viniese.
—¿Entonces por qué corrías tanto?.
—Bueno... ya sabe —contestó Robert—. Estirar las piernas. Como usted dijo: "Mens sana in corpore sano".
—Pues a tu amigo le apetecía natación.
—Le presento a Zac McJonnely. Zac este es Michael McLowell, es... un amigo mío.
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