lunes, 26 de marzo de 2012

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 50

No llevaba ni dos minutos esperando en la editorial cuando, a pocos pasos de mí, la puerta del despacho de Gelo se abrió. La piel de ambos brazos se me erizó y un escalofrío de placer recorrió mi espina dorsal al acariciarme las pituitarias el suave olor que emergió de la habitación. Ese aroma que yo suponía fruto de la combinación del gel de ducha que usaba por las mañanas con las feromonas que naturalmente secretaba su piel, me traía de cabeza. Era irresistible. Nadie me había producido ese efecto con solo olerle. Me habían gustado o repelido, pero no recordaba que consiguieran que me temblaran las piernas con solo olerles a lo lejos. No tenía quejas de Sergio, Marc o Miguel, obviamente, pero eso era algo diferente.

El olfato no era el único de mis sentidos que el editor podía excitar más allá de lo normal. También su voz encandilaba mis oídos. Y sus manos, mi piel. Esas manos grandes y fuertes que me saludaron con un apretón y que poco después, me cogieron de los hombros para acompañarme al interior de su despacho.

—¿Qué tal te ha ido la semana? —me preguntó.

—Bien —respondí medio alelado. Me sentía como una quinceañera que acaba de recoger el pañuelo lleno de mocos de su cantante preferido. Después de comprender que estaba a un paso de hacer el ridículo conseguí reunir la suficiente voluntad para recomponerme y añadir algo que demostrara que poseía más de una neurona viva—. Ha sido una semana interesante.

—Me alegro mucho —respondió él con su voz aterciopelada—. Te he llamado porque quería hablarte de nuestro proyecto. Ya he...

Hasta ahí llegué. A partir de ese momento, no me enteré de nada salvo de las aisladas palabras que lograban penetrar en mi psique y que mi cuerpo acompañaba con un asentimiento de comprensión. Pero mi mente ya había desconectado y se encontraba concentrada en el hecho de que Gelo había agarrado una silla y se había sentado junto a mí. Muy cerca. Tanto que una de sus piernas me rozaba la rodilla derecha y que, de vez en cuando, su brazo entraba en contacto por casualidad con alguna parte indeterminada de mi anatomía. Ni que decir tiene que cada vez que eso ocurría sentía como un chispazo de electricidad que me impulsaba a lanzarme sobre él y arrancarle la suave camisa que envolvía su fibrado cuerpo y los ásperos pantalones del traje que estaba seguro que se le ceñían al trasero.

Sin embargo, no todo mi cuerpo estaba de acuerdo con esa idea ni suspiraba cada vez que su mano entraba en contacto con mi piel. Era una parte pequeña. Muy pequeña. Pero la había. Y, además, tenía su vocecilla particular. No es que dijera mucho, pero lo que salía de su boca era bastante trascendental en ese momento. Aunque solo fuera una palabra que repetía incesantemente. Por supuesto, la palabra era "Miguel". Al principio me sentí bastante culpable por pensar en desnudar a dentellada limpia al que iba a ser mi editor, pero no tardaron en surgir otras vocecillas, algunas de un tamaño considerable, que tenían otras opiniones al respecto y que no les parecía tan lógico que guardara fidelidad a un chico con el que no mantenía una relación seria. Yo mismo se lo había dicho a mi psicólogo, que pasábamos de etiquetas y que nos lo tomábamos con calma. Pero no tenía claro si eso me daba derecho a poder liarme con quien quisiera.

Empezaba a pensar que Daniel pudiera tener algo de razón con eso de que necesito estabilidad y las cosas muy claras.

3 comentarios:

  1. Jajajaja, que tensión, pero creo que lo correcto cuando conoces a alguien es mantenerle un poco la fidelidad no? xD Menuda guarrilla :P

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  2. Es que si Santi no hubiera salido un poco guarrilla, me costaría mucho más sacar algo que contar jejeje Su ligereza de cascos es la base de este blog :D Gracias por el comentario.

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  3. el eterno debate entre la razón o ignorarse a uno mismo...

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