lunes, 30 de mayo de 2011

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 7

Mario ayudó al accidentado a llegar hasta su casa.

— En serio, — dijo Sergi al ver que el otro hacía un amago de irse — quédate a tomar algo.

— De acuerdo. — Aceptó Mario sentándose en el sofá. — ¿Qué me ofreces?

— Esto. — Respondió Sergi besándole. Después de la caída, no le apetecía andarse por las ramas. Mario no se resistió. Muy al contrario. Las manos de ambos recorrieron sus cuerpos y las camisetas volaron. Pero, de repente, un insistente pitido les detuvo. Venía de los pantalones de Mario.

— ¿Es una alarma de incendios? — Preguntó Sergi divertido.

La cara de Mario no reflejaba ninguna alegría. Metió la mano en el bolsillo y sacó un busca.

— Lo siento. — Se disculpó tras echarle un vistazo. — Tengo que irme. Es una emergencia.

— ¿Una emergencia de fisioterapia?

— Han puesto en alerta a todo el hospital. Hay una crisis con unos rehenes de un banco cercano. Ya han ingresado cuatro policía heridos. Tengo que ir. Algo en la cabeza de Sergi hizo "clic" al oír la palabra rehenes y la excitación dio paso a la preocupación. Preocupación por deshacerse de Mario para poder ponerse el uniforme de TR.

— Uy, sí. Vete, vete. — Dijo. — El deber te requiere. Toma una tarjeta con mi número por si quieres llamarme.

— Lo haré.

— Estupendo, pero corre, corre, no te entretengas. Adiós. — Se despidió Sergi casi cerrándole la puerta en las narices.

Una vez a solas, Sergi fue a su habitación, entró en el cuarto secreto al que se accedía a través del fondo del armario (al que denominaba Narnia, por razones obvias). Una vez vestido (y de haberse tomado una pastilla para el dolor), salió por la trampilla secreta que daba a la azotea y, de tejado en tejado, recorrió la mayor parte del camino que le separaba del banco. Sin embargo, cuando se iba a acercar, un par de luces rojas resplandecieron frente a él.

— ¡Gilipollas! — Oyó que alguien le gritaba.

Y, entonces, una fuerza tiró de él y le lanzo a doscientos metros de distancia. Primero cayó en horizontal. Luego cayó en vertical. Hacia el suelo. Por suerte, algo lo detuvo en el aire antes de que impactara contra el pavimento.

— No podés seguir saltando así, boludo.



jueves, 26 de mayo de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 10

Era la gran noche. Bueno, digamos que era una noche. Una noche importante, como mucho. No quiero crearme falsas expectativas... más falsas expectativas, me refiero. Eso sí, pensaba hacer lo posible por acabar la velada con alguien. Por ejemplo, vistiéndome adecuadamente, aunque tuviera que pasarme un par de horas sacando cosas del armario y leyendo los códigos de colores en braille que llevan cosidas en las etiquetas. Después, con mi habitación sembrada de ropa desechada, recordé que Sergio también era ciego y que lo único que podría llegar a preocuparle de mi ropa era la facilidad con la que se desabrochaban los botones. Siguiendo ese criterio, los elegidos fueron una camisa con corchetes y unos vaqueros. "Blanca" y "Combinan con camisa" eran los apuntes que llevaban en sus respectivas etiquetas.

El calzado fue más sencillo: zapatillas de deporte con cierres de velcro. Cómodas, quitables (¿esa palabra existe? al instante y pegan con cualquier cosa. Y si no, bueno, soy ciego. Discúlpenme por no vestir correctamente, pero no veo. Entiendan que yo me guío por el tacto, en lugar de por su aspecto... Cualquiera de esas excusas suelen valer para justificar los fallos estilísticos. Y una lagrimita, nunca está de más. Hay que saber aprovechar las cualidades de cada cual. Las chicas tienen su escote. Los cachas, el miedo que producen sus bíceps. Y yo, la pena. Queda poco sofisticado, pero es efectivo. Además, no me juzgue, que soy un pobre ciego... je, je, je, je.

Penas aparte, en cuanto estuve listo agarré mi inseparable bastón y salí disparado (es una forma de hablar) siguiendo la estela que marcaba mi GPS portátil con auriculares: "Avance diez pasos y tuerza a la izquierda. Coja la segunda calle a la derecha. Gire a la izquierda. Avance unos cincuenta pasos antes de desviarse a la derecha. Veinticinco pasos recto y tuerza a la izquierda... ". Eso fue lo que tuve que soportar durante quince minutos de paseo. Normalmente, prefiero aprenderme el recorrido de memoria, pero ese día estaba demasiado nervioso para eso. El GPS me pareció una solución intermedia entre la libertad absoluta y la asistencia de, por ejemplo, un taxi. En cualquier caso, no será una opción en bastante tiempo. Después de que perdiera la señal del satélite un par de veces y de que me hiciera dar una vuelta en redondo, estaba tan cabreado que estampé el aparato contra una pared. Por suerte, para ese entonces ya había llegado a la puerta del restaurante. Una amable maitre me atendió en el interior.

—El camarero le acompañará a su mesa, señor.

—Dígame la verdad —le dije—. ¿está guapo mi compañero de mesa?

—Mucho. El traje negro le sienta fenomenal.

En ese momento, me sentí como un niño tonto. Él se había puesto traje. Yo iba en vaqueros y deportivas.

miércoles, 18 de mayo de 2011

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 6

Aunque por su forma de esquivar a su atacante pudiera parecer que Sergi posee reflejos sobrehumanos, lo cierto es que se deben únicamente a la práctica. Eso era algo que no podía "copiar". De hecho, no se había alejado más de un par de manzanas del gimnasio cuando resbaló en una mancha de aceite y, al caer, se rompió una costilla.

— ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhh! — Grito, demostrando que su capacidad para resistir el dolor tampoco era "copiable" y que le hacía falta más entrenamiento al respecto. O lo haría si fuera posible adiestrarse en partirse huesos del cuerpo sin sufrir. — ¡Jodeeeeeeeer!

Por suerte para él, había alguien cerca para socorrerle. Ni más ni menos que el chico joven del gimnasio. Pero no el que le había atacado. Él otro, el que le miraba. Casualmente, había sentido unas ganas imperiosas de ducharse cuando había visto a Sergi entrando en el vestuario. Bueno, en realidad, lo había hecho para ver si conseguía establecer contacto visual. Y ante su estrepitoso fracaso, decidió seguirle por la calle. Se sentía fatal, como un acosador. Pero era un gran admirador de Sergi y quería tener, por lo menos, la oportunidad de presentarse.

— Además, tendré que disculparme. — Pensó Mario, que así se llamaba el chico, para sí mismo.

Al ver que su perseguido se caía, corrió a socorrerle. Esa era su gran oportunidad. Mientras se acercaba, Sergi aullaba de dolor como un lechón en una matanza o una quinceañera en el concierto del cantante con los pectorales del momento. Ni notó que Mario se aproximaba a él. Aunque sí que reparó en él cuando empezó a masajearle el pecho. En él y en las ganas que tenía de partirle la cabeza por tocarle donde le dolía. Sin embargo, su opinión sobre su salvador mejoró mucho según fue remitiendo su molestia y, aún más, al fijarse en su físico.

— ¿Cómo... ? — Empezó a preguntar Sergi.

— Soy fisioterapeuta. Y la costilla no estaba rota. Sólo fue una contusión.

— Pues yo oí un "crack".

— Puede que fuera otra cosa. Tu móvil contra la acera, por ejemplo.

— A lo mejor. Me llamo Sergi.

— Yo Mario. — Dijo. — Deja que te ayude a levantarte. — Añadió al ver que su paciente trataba de incorporarse con claras muestras de dolor. — No deberías hacer esfuerzos en un par de días.

— Es igual. Vivo aquí al lado.

— Te acompaño.

— Está bien. — Aceptó Sergi. — Pero tienes que aceptar que te invite a una copa en mi casa.



martes, 17 de mayo de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 9

Debería haber ido a trabajar, pero con la mañana perdida y lo mal que había dormido, decidí completar el día libre. Me duché, comí, me tomé el gran lujo de echarme una siesta en día laborable y, sobre las siete, convoqué un gabinete de crisis. Aunque, lo mismo, "gabinete" es un concepto para reuniones más amplias. Nunca he tenido muy claro su significado. A mí me suena a pasillo o a habitación donde cambiarse de ropa.

El caso es que reuní a la gente que llamo cuando algo me preocupa. Ellos son mis mejores amigos, mis compañeros de risas y lágrimas y las únicas personas, aparte de exnovios que aparecen por sorpresa pidiendo alojamiento, a las que permito entrar en mi casa. Los anteriormente presentados, Luna y Marc forman parte de este grupo. Ella está loca y él está excesivamente salido. El tercer miembro no desmerece al resto del grupo. Tiene veinte años, se independizó de sus padres a los quince y es tan sumamente friki que, hasta hace unos meses, no averigüé que su verdadero nombre es Héctor. Pero todo el mundo le llama Ichi, como su héroe de manga preferido. No entiendo de dónde saco estos especímenes.

—¿Qué hago? —pregunté desesperado—. Esta noche es la cena con Sergio y mañana, la fiesta de Miguel. Con el primero tengo posibilidades y fue mi gran amor de la adolescencia, pero me dejó. Y el otro, me pone a cien, aunque es muy posible que sea heterosexual.

—Deberías tomarte un tiempo para encontrarte a ti mismo. El amor llegará cuando menos lo esperes o de donde menos lo esperes. De un desconocido, de un amigo... —me recomendó Ichi. Está locamente enamorado de mí, pero disimula bastante bien. Estoy siendo irónico.

—Tomarme tiempo no es una opción —me quejé—. Es el uno o el otro.

—Entonces, hoy Sergio y mañana Miguel —sugirió Luna—. No estás saliendo con ninguno de ellos. No tienen derecho a quejarse.

—Pero y si acabo con alguno de ellos ¿se sentirían engañados? —pregunté.

—Tíratelos a la vez —añadió Marc—. Así ambos sabrán a qué atenerse.

—¡Eso no va a pasar! —respondí enfadado—. Lo último que me apetece es que se enamoren el uno del otro haciendo un trío en mi cama. Con mi suerte, acabarían casándose.

—A mí, eso no me pasaría —dijo Marc—. En las orgías siempre soy el centro de atención.

—Claro —respondió Ichi con sarcasmo.

—Te lo demuestro cuando quieras.

—No gracias —contestó Ichi. Por alguna razón no se siente atraído por Marc. Y eso que él puede ver lo bueno que está.

—Yo me dejo —se ofreció Luna.

—Ahora mismo no estoy demasiado bisexual —dijo Marc.

Como grupo de ayuda son una mierda. Pero lo de gabinete de crisis les viene que ni pintado. A mí me causan un par de crisis cada vez que les reúno.

miércoles, 11 de mayo de 2011

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 5

Cuando un problema le preocupaba, TR (mejor dicho, Sergi, dado que no llevaba el uniforme) iba al gimnasio. Hacer ejercicio le despejaba las ideas. Le ayudaba a pensar, a razonar, a planear y, además, le liberaba del estrés acumulado. Sobre todo, la máquina de remo. Y esa mañana estaba haciendo mucho. Tanto que podría haber llevado una galera él solo al otro extremo del Atlántico. La culpa la tenían los Conjurados. TR odiaba a los enmascarados que iban por la vida como si fueran Punisher, liquidando a diestro y siniestro a camellos, asesinos o mafiosos. Los superhéroes estaban para salvar a los ciudadanos y ayudar a la policía, no para matar a los criminales. Era una de esas cosas que los buenos se supone que no deben hacer bajo ningún concepto. Especialmente si ponía en peligro a gente inocente.

A falta de uno, había dos en su ciudad. Y, por el nombre, estaba casi seguro de que tendrían poderes mágicos. Justo lo que le apetecía después de su último novio le dejara. Por lo menos, tendría algo en lo que concentrarse por un tiempo. Eso si no aparecían más novatos con capita. Bolea le había contado que en la última reunión de superhéroes se presentaron cuatro nuevos miembros, además de los Conjurados. Esperaba que no fueran igual de violentos, porque no podía controlarlos a todos y los problemas con las instituciones no tardarían en aparecer si se acumulaban los cadáveres. La situación ya estaba bastante tirante con el alcalde, como para enemistarse con más gente. Cierto es que sus malas relaciones tenían más que ver con la homofobia del regidor y las represalias de TR, que con el oficio heroico en sí mismo. Pero tener a gente volando mafiosos no iba a mejorarlas.

Sin embargo esos, eran problemas futuros. De momento se conformaba con encontrar a los nuevos paladines del bien y convencerles de que se controlasen un poco.

— A lo mejor aceptan un consejo de alguien con más experiencia que ellos. — Pensó. — Y si no, saco mi vara metálica y les...

Hasta ahí llegaron sus pensamientos, porque algo en su interior en forma de tirón, le interrumpió. Sólo su orgullo de actor porno impidió que gritase. Eso y que la semana ya le iba lo suficientemente mal como para empeorarla haciendo el ridículo en su gimnasio. Así que apretó los dientes y se arrastró, cagándose mentalmente en los Conjurados, hacia las duchas. Tan ensimismado estaba que no se fijó en que chico joven que no dejaba de mirarle. Ni en el que estaba tumbado en el suelo estirando. Con ese tropezó y cayó sobre su pierna derecha.

— ¿Eres idiota o qué te pasa? — Le gritó a Sergi.

— Perdona, no te vi.

— Pues a ver si te fijas por dónde vas. Imbécil.

Dominando las ganas de usar la técnica para estrujar cráneos que había “copiado” en un viaje al Amazonas, Sergi se incorporó y continuó su camino a las duchas. El chico del suelo no poseía un control mental similar y se levantó a darle un puñetazo. Pero los instintos de Sergi tras años de superhéroe y de “copiar” estilos de lucha estaba demasiado desarrollados. Esquivó el ataque y, agarrándolo de la muñeca, le hizo una llave que le dejó de nuevo en el suelo.



viernes, 6 de mayo de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 8

Debí quedarme dormido de agotamiento en algún momento de la mañana porque, de pronto, el reloj del salón dio las doce del mediodía. Me encontré acurrucado en el sofá, en posición fetal. Tenía frío, pero me sentía mejor de ánimo. Al menos, hasta que mi cabeza se libró del embotamiento del sopor y recordé por qué estaba a esas horas desnudo y envuelto en una manta. Me quedé quieto, conteniendo la respiración. Intentaba oír a mi huésped. Saber si continuaba en el piso sin tener que revelar que había despertado. No escuché nada. Ni un roce, ni unos pasos, ni un suspiro, ni un crujido del parquet. Continué en silencio para asegurarme. Era una situación absurda, lo admito. Ni podía pasarme el día evitándole ni continuar inmóvil indefinidamente. Tras cinco minutos sin resultado y con el pie derecho dormido, decidí levantarme. No podía proseguir con eso. Necesitaba mear, una ducha caliente y un café bien cargado. Pero lo que más necesitaba era terminar esa vigilancia, porque empezaba a pensar que Sergio se había ido y que estaba haciendo el estúpido. Sin embargo, antes de que pusiera un pie en el parquet, oí un crujido muy característico cerca de la cocina.

Antes de proseguir, debería explicar que el suelo de mi casa está hecho para que pueda desplazarme a mi antojo sin necesidad de bastón o de ir tanteando continuamente. Para ello, tiene una serie de marcas táctiles que forman caminos que llevan a los diferentes lugares de la casa, mientras que otras indican la cercanía a puertas y paredes. Así, dependiendo de dónde te encuentres encontrarás una combinación distinta de marcas y esa combinación produce un sonido característico al pisarlas. Eso me permite saber la posición de cualquier invitado de mi casa. Y en ese momento, mi invitado estaba junto a la cocina. Sergio seguía en la casa. Debería haber gritado. O haberme agazapado en el sofá hasta que decidiera esfumarse. Pero, en lugar de esas cosas hice otra de lo más incoherente: me levanté, me puse unos pantalones de chándal y una camiseta y fui a la cocina a saludarle. Después de la noche en vela y de la paranoia en el sofá, resultaba que me hacía feliz que siguiera en mi casa. Mi psicólogo iba a tener mucho trabajo conmigo en los próximos años.

—¿Qué tal has dormido? —me preguntó.

—Bueno. Las he tenido mejores.

—Supongo que fue un shock que me presentara así en tu casa después de tanto tiempo —dijo—. Discúlpame.

—Tranquilo, no pasa nada.

—Fui un egoísta, como siempre. No pensé en ti —continuó—. Pero no tenía hotel y me apetecía tanto hablar contigo.

—En serio, no hace falta que me pidas perdón.

—Esta noche me iré a un hotel. Pero podríamos quedar a cenar —sugirió—. Yo invito. Así, comenzamos de nuevo el reencuentro.

—Vale —fue lo único que se me ocurrió responder. Cualquier recelo que hubiera albergado unas horas antes, se acababa de derretir ante esa petición de disculpas. Debía de ser la segunda o la tercera que le oía desde que le conocía.

jueves, 5 de mayo de 2011

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 4

En ocasiones, saltar de azotea en azotea resultaba más sencillo que bajar de ellas. En especial si el edificio se encontraba en ruinas y con todas sus entradas tapiadas para evitar la entrada a vagabundos. Pero eso no suponía un problema para la cuerda de escalada que TR siempre llevaba consigo. Cierto era que podían haberse trasladado a otro tejado desde el que tuvieran una forma más fácil de descender, pero la manera complicada era más espectacular y divertida. Al menos para TR y su experiencia de especialista de cine. A Bolea, simplemente, no se le había ocurrido que habría opciones más asequibles a su pobre experiencia escalando paredes y hacía lo que podía para no partirse la crisma.

Una vez en el suelo, parapetados al abrigo de un coche negro, consideraron el plan de ataque. La puerta estaba custodiada por ocho matones fuertemente armados: Dos a unos pasos de ellos, otro par en la puerta y el resto recorriendo las aceras arriba y abajo. En el momento en que estos últimos se encontraban a una manzana de distancia de sus compañeros, los héroes decidieron entrar en acción. Bolea sacó su maza de doscientos kilos característica, TR la vara de metal extensible que llevaba a la espalda y se lanzaron contra los guardias que tenían más a mano. El barrio no era, precisamente, rico y muchas de las bombillas de las farolas brillaban por su ausencia. Era la zona ideal para realizar discretas reuniones mafiosas, pero también para las emboscadas encubiertas. Gracias a ello, los héroes pudieron reducir a sus objetivos sin problemas y sin que los seis matones restantes se dieran cuenta de nada. Esa era la parte sencilla del trabajo. El siguiente paso entrañaba más complicaciones pues no había posibilidades de usar escondites ni subterfugios. Consistía en lanzar una andanada a cara descubierta contra el resto de la seguridad y las armas de fuego que tanto les gustaba utilizar. Un ataque suicida en toda regla. Los preferidos de Bolea. La argentina salió corriendo en dirección al grupo más numeroso blandiendo su arma y gritando como si fuera Xena, Sheena, Shanna, Shee-Ra o cualquier otra heroína de nombre parecido. TR la seguía de cerca, aunque armando menos alboroto.

Los matones que les vieron, se pusieron a cubierto para tener tiempo de sacar sus pistolas. Los que no lo hicieron a tiempo, obtuvieron contusiones severas. En cualquier caso, todos acabaron en el suelo y con pitidos en los oídos porque, en ese momento, el edificio explotó. En realidad, sólo estalló el sótano, pero ni TR, ni Bolea, ni los matones estaban para ser muy precisos. En lo que sí se fijaron fue en dos figuras vestidas de rojo que saltaban de alegría a cierta distancia y que no tardaron en desaparecer.

— Eran los Conjurados. — Le explicó Bolea cuando ya estuvieron más cómodos en la casa de TR. — Les conocí en la cena de la Asociación de Superhéroes.

— Perdón ¿en dónde? — Preguntó incrédulo TR.

— Vos nunca te enterás de las cosas de héroes.

— Nadie me las cuenta.

— Los Conjurados se enteraron ellos solos. Simpáticos los chicos. — Dijo Bolea.

— Sí, muy simpáticos. — Le respondió TR molesto. — Pero acaban de matar a decenas de personas y herir a muchos inocentes.

— Al menos ya no tenemos que detener a Pinoli. — Contestó la mujer tranquila.

A TR le preocupaba bastante más el tema. A TR le preocupaba bastante más el tema.