jueves, 5 de mayo de 2011

TR, el superhéroe gay, en "El Ascenso de los Conjurados" 4

En ocasiones, saltar de azotea en azotea resultaba más sencillo que bajar de ellas. En especial si el edificio se encontraba en ruinas y con todas sus entradas tapiadas para evitar la entrada a vagabundos. Pero eso no suponía un problema para la cuerda de escalada que TR siempre llevaba consigo. Cierto era que podían haberse trasladado a otro tejado desde el que tuvieran una forma más fácil de descender, pero la manera complicada era más espectacular y divertida. Al menos para TR y su experiencia de especialista de cine. A Bolea, simplemente, no se le había ocurrido que habría opciones más asequibles a su pobre experiencia escalando paredes y hacía lo que podía para no partirse la crisma.

Una vez en el suelo, parapetados al abrigo de un coche negro, consideraron el plan de ataque. La puerta estaba custodiada por ocho matones fuertemente armados: Dos a unos pasos de ellos, otro par en la puerta y el resto recorriendo las aceras arriba y abajo. En el momento en que estos últimos se encontraban a una manzana de distancia de sus compañeros, los héroes decidieron entrar en acción. Bolea sacó su maza de doscientos kilos característica, TR la vara de metal extensible que llevaba a la espalda y se lanzaron contra los guardias que tenían más a mano. El barrio no era, precisamente, rico y muchas de las bombillas de las farolas brillaban por su ausencia. Era la zona ideal para realizar discretas reuniones mafiosas, pero también para las emboscadas encubiertas. Gracias a ello, los héroes pudieron reducir a sus objetivos sin problemas y sin que los seis matones restantes se dieran cuenta de nada. Esa era la parte sencilla del trabajo. El siguiente paso entrañaba más complicaciones pues no había posibilidades de usar escondites ni subterfugios. Consistía en lanzar una andanada a cara descubierta contra el resto de la seguridad y las armas de fuego que tanto les gustaba utilizar. Un ataque suicida en toda regla. Los preferidos de Bolea. La argentina salió corriendo en dirección al grupo más numeroso blandiendo su arma y gritando como si fuera Xena, Sheena, Shanna, Shee-Ra o cualquier otra heroína de nombre parecido. TR la seguía de cerca, aunque armando menos alboroto.

Los matones que les vieron, se pusieron a cubierto para tener tiempo de sacar sus pistolas. Los que no lo hicieron a tiempo, obtuvieron contusiones severas. En cualquier caso, todos acabaron en el suelo y con pitidos en los oídos porque, en ese momento, el edificio explotó. En realidad, sólo estalló el sótano, pero ni TR, ni Bolea, ni los matones estaban para ser muy precisos. En lo que sí se fijaron fue en dos figuras vestidas de rojo que saltaban de alegría a cierta distancia y que no tardaron en desaparecer.

— Eran los Conjurados. — Le explicó Bolea cuando ya estuvieron más cómodos en la casa de TR. — Les conocí en la cena de la Asociación de Superhéroes.

— Perdón ¿en dónde? — Preguntó incrédulo TR.

— Vos nunca te enterás de las cosas de héroes.

— Nadie me las cuenta.

— Los Conjurados se enteraron ellos solos. Simpáticos los chicos. — Dijo Bolea.

— Sí, muy simpáticos. — Le respondió TR molesto. — Pero acaban de matar a decenas de personas y herir a muchos inocentes.

— Al menos ya no tenemos que detener a Pinoli. — Contestó la mujer tranquila.

A TR le preocupaba bastante más el tema. A TR le preocupaba bastante más el tema.



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