jueves, 26 de mayo de 2011

Diario de un treintañero... y gay... y ciego 10

Era la gran noche. Bueno, digamos que era una noche. Una noche importante, como mucho. No quiero crearme falsas expectativas... más falsas expectativas, me refiero. Eso sí, pensaba hacer lo posible por acabar la velada con alguien. Por ejemplo, vistiéndome adecuadamente, aunque tuviera que pasarme un par de horas sacando cosas del armario y leyendo los códigos de colores en braille que llevan cosidas en las etiquetas. Después, con mi habitación sembrada de ropa desechada, recordé que Sergio también era ciego y que lo único que podría llegar a preocuparle de mi ropa era la facilidad con la que se desabrochaban los botones. Siguiendo ese criterio, los elegidos fueron una camisa con corchetes y unos vaqueros. "Blanca" y "Combinan con camisa" eran los apuntes que llevaban en sus respectivas etiquetas.

El calzado fue más sencillo: zapatillas de deporte con cierres de velcro. Cómodas, quitables (¿esa palabra existe? al instante y pegan con cualquier cosa. Y si no, bueno, soy ciego. Discúlpenme por no vestir correctamente, pero no veo. Entiendan que yo me guío por el tacto, en lugar de por su aspecto... Cualquiera de esas excusas suelen valer para justificar los fallos estilísticos. Y una lagrimita, nunca está de más. Hay que saber aprovechar las cualidades de cada cual. Las chicas tienen su escote. Los cachas, el miedo que producen sus bíceps. Y yo, la pena. Queda poco sofisticado, pero es efectivo. Además, no me juzgue, que soy un pobre ciego... je, je, je, je.

Penas aparte, en cuanto estuve listo agarré mi inseparable bastón y salí disparado (es una forma de hablar) siguiendo la estela que marcaba mi GPS portátil con auriculares: "Avance diez pasos y tuerza a la izquierda. Coja la segunda calle a la derecha. Gire a la izquierda. Avance unos cincuenta pasos antes de desviarse a la derecha. Veinticinco pasos recto y tuerza a la izquierda... ". Eso fue lo que tuve que soportar durante quince minutos de paseo. Normalmente, prefiero aprenderme el recorrido de memoria, pero ese día estaba demasiado nervioso para eso. El GPS me pareció una solución intermedia entre la libertad absoluta y la asistencia de, por ejemplo, un taxi. En cualquier caso, no será una opción en bastante tiempo. Después de que perdiera la señal del satélite un par de veces y de que me hiciera dar una vuelta en redondo, estaba tan cabreado que estampé el aparato contra una pared. Por suerte, para ese entonces ya había llegado a la puerta del restaurante. Una amable maitre me atendió en el interior.

—El camarero le acompañará a su mesa, señor.

—Dígame la verdad —le dije—. ¿está guapo mi compañero de mesa?

—Mucho. El traje negro le sienta fenomenal.

En ese momento, me sentí como un niño tonto. Él se había puesto traje. Yo iba en vaqueros y deportivas.

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